Federico García Lorca.
Una noche perfumada de naranjos
Más allá de los
“ismos” europeos, la Generación del 27 creó bellas fantasías verbales.
Transcendió la lírica gitana de Federico García Lorca, fiel reflejo de la
imaginación y del sentimiento andaluz.

En 1920 aparecen en España los primeros síntomas
de una completa renovación. Escultores y poetas, músicos y pintores, se dejan
sorprender por la inquietud de llevar a la práctica las teorías más
revolucionarias y cultivar los estilos más variados. En literatura surge un
grupo de poetas que, por participar en la conmemoración del tercer centenario
de la muerte de Luis Góngora en 1927, son designados como la generación del 27.
aunque con diferentes preocupaciones estéticas, eran amigos, conformaban una especie
de comunidad de afanes y gustos. Alrededor de mesas más amistosas que
intelectuales, se sentaban Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego,
Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti. Todos
ellos lograron que la poesía española alcanzara en este siglo un florecimiento
que no había tenido desde el Siglo de Oro. De los poetas de esta generación, el
más reconocido dentro y fuera de España es Federico García Lorca.
“La literatura de España necesita de vez en cuando
expresarse de un modo más intenso y más puro. Y entonces se produce en el siglo
XIV un Juan Ruiz de Alarcón; en el siglo XVII, un Lope de Vega; en el XX, un
García Lorca.” En estos términos el estudioso Dámaso Alonso celebraba la
aparición de la lírica lorquiana.
Fue en
Granada, pobre Granada
En toda casa familiar existe una disciplina
doméstica, entre ellas la de los horarios. La familia García
Lorca no era la excepción. Al padre le gustaba ver reunidos a
todos sus hijos a la mesa, a la hora de la comida. Pero el joven
Federico siempre llegaba, apresurado, a lavarse la cara y a sentarse a la mesa
disimuladamente. Según el humor de su padre, enfrentaría el regaño por la
tardanza.
Un día sin embargo, el retraso del poeta es
excesivo. La madre está alarmada; el padre, enojado. Don Federico estalla
cuando el joven se sienta, y le advierte que será la última vez que llegue
tarde: “Desde mañana, el que no llegue a la hora no se sienta a la mesa”,
sentencia. El poeta se vuelve enojado: “Pues no me sentaré —dice—, ¡No quiero
encerrarme en la casa a la hora del crepúsculo!” Se produce un silencio cargado
de tensión. Todos callados, sin levantar los ojos del plato, se preguntan qué
hará don Federico. De pronto la cocinera pregunta inocentemente: ¿De qué quiere
la tortilla el señorito Federico? Antes que el lírico soñador conteste, don
Federico grita furioso: “¡De crisantemos!... ¡De violetas!... ¡De crepúsculo!”.
Asombro general. Nadie sabe qué hacer.
Súbitamente, el poeta alza los brazos al techo y lanza una estrepitosa carcajada.
Su madre no puede aguantar la risa; los hermanos se contagian, y has el propia
padre termina riéndose.
A Lorca le gusta Caminar por el barrio del
Albaicín, recitarles a los amigos sus poemas, escuchar las leyendas que
referían cómo los señores árabes habían escondido sus riquezas en la Sierra Nevada.
También se deleitaba con la historia de la mano y la llave
grabados en los arcos de la gran puerta de entra al Alcázar de la Alhambra:
“cuando la mano alcance a tocar la llave, se encontrará el tesoro del rey
moro.” Amaba de Granada su melancolía,
su fisonomía árabe. “Granada huele a misterio —decía—, a cosa de que no puede
ser, sin embargo, es.”
Paso a paso, el poeta fue obteniendo una cierta
independencia. Don Federico sólo le exigió que ingresara a la facultad de leyes
para ser abogado, aunque el título después no le sirviera para nada. Por
fortuna para los dos, la familia gozaba de cierto desahogo financiero, lo que
permitió al padre despreocuparse del porvenir de su hijo. Don Federico, al
inicio de la carrera poética de Lorca, se reía cordialmente de la utilidad de
versificar: “¡Madre mía! ¡Vivir haciendo versos!”
Pero a los pocos años el poeta demostraría su
utilidad. Un día en Buenos Aires, después de cobrar una importante suma por
derechos de autor, Lorca le envió un giro telegráfico de 50.000 pesetas a su
padre, “para hacerlo rabiar —comentaba riendo— y que vea que haciendo versos se
gana más que vendiendo granos y tierra”.
A los 30 años el autor de Yerma era célebre en
toda España, y jamás ningún poeta español conoció un ascenso tan rápido, como
tampoco ningún dramaturgo sintió vibrar a su público con mayor pasión. Porque
Lorca sumaba a sus múltiples dotes para la poesía, la música, el dibujo y el
teatro, un extraordinario poder de seducción personal.
¿Qué poeta puede hoy hablar de las cosas sencillas
de la vida: la luna, los olivos, los toros? Lorca lo expresó todo ya en sus
romances. Porque ninguno ha sabido, como él, llegar a los últimos estratos del
pueblo. Por eso sus poemas y melodías han ingresado en el inmenso tesoro de la
poesía popular y andan hoy de boca en boca con igual fuerza de supervivencia
que los romances viejos. Las Canciones y las breves composiciones del Poema del
Cante Jondo bien poco se diferencian de las improvisaciones que desde hace
siglos tienen por escenario las tabernas, las callejuelas y los encalados
patios de Andalucía. Las flores de azahar y la tierra rojiza, las noches
cálidas, las guitarras, los cuchillos que brillan a la luz de la Luna, la
llamarada de pasión, son imágenes arrancadas del alma del pueblo y vueltas a la
poesía por Lorca.
Se complacía en recitar sus versos: “Verde que te
quiero verde viento, verdes ramas.” Después, tras un silencio, distanciando las
cosas hacía la lejanía susurraba: “El barco sobre la mar y el caballo en la montaña.” También
en versos quedó inmortalizado su trágico fin:
Muerto cayó Federico
sangre en la frente y plomo en las
entrañas
Que fue en Granada el crimen.
Sabed, ¡pobre Granada!, en su
Granada
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Antonio Machado
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Escenas inolvidables del siglo XX, Readers Digest
Biografía:
Federico García
Lorca (1898-1936), poeta y dramaturgo español; es el escritor de
esta nacionalidad más famoso del siglo XX y uno de sus artistas supremos. Su
asesinato durante los primeros días de la Guerra Civil española
hizo de él una víctima especialmente notable del franquismo, lo que contribuyó
a que se conociera su obra. Sin embargo, sesenta años después del crimen, su
valoración y su prestigio universal permanecen inalterados.
Nació en Fuente Vaqueros (Granada),
en el seno de una familia de posición económica desahogada. Estudió
bachillerato y música en su ciudad natal y, entre 1919 y 1928, vivió en la
Residencia de Estudiantes, de Madrid, un centro importante de intercambios
culturales donde se hizo amigo del pintor Salvador Dalí, del cineasta Luis
Buñuel y del también poeta Rafael Alberti, entre otros, a quienes cautivó con
sus múltiples talentos. Viajó a Nueva York y Cuba en 1929-30. Volvió a España y
escribió obras teatrales que le hicieron muy famoso. Fue director del teatro
universitario La Barraca, conferenciante, compositor de canciones y tuvo mucho
éxito en Argentina y Uruguay, países a los que viajó en 1933-34. Sus posiciones
antifascistas y su fama le convirtieron en una víctima fatal de la Guerra Civil
española, en Granada, donde le fusilaron.
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