viernes, 27 de julio de 2012

Simplemente, Federico


Federico García Lorca.
Una noche perfumada de naranjos


Más allá de los “ismos” europeos, la Generación del 27 creó bellas fantasías verbales. Transcendió la lírica gitana de Federico García Lorca, fiel reflejo de la imaginación y del sentimiento andaluz.



En 1920 aparecen en España los primeros síntomas de una completa renovación. Escultores y poetas, músicos y pintores, se dejan sorprender por la inquietud de llevar a la práctica las teorías más revolucionarias y cultivar los estilos más variados. En literatura surge un grupo de poetas que, por participar en la conmemoración del tercer centenario de la muerte de Luis Góngora en 1927, son designados como la generación del 27. aunque con diferentes preocupaciones estéticas, eran amigos, conformaban una especie de comunidad de afanes y gustos. Alrededor de mesas más amistosas que intelectuales, se sentaban Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti. Todos ellos lograron que la poesía española alcanzara en este siglo un florecimiento que no había tenido desde el Siglo de Oro. De los poetas de esta generación, el más reconocido dentro y fuera de España es Federico García Lorca.
“La literatura de España necesita de vez en cuando expresarse de un modo más intenso y más puro. Y entonces se produce en el siglo XIV un Juan Ruiz de Alarcón; en el siglo XVII, un Lope de Vega; en el XX, un García Lorca.” En estos términos el estudioso Dámaso Alonso celebraba la aparición de la lírica lorquiana.

Fue en Granada, pobre Granada

En toda casa familiar existe una disciplina doméstica, entre ellas la de los horarios. La familia García Lorca no era la excepción. Al padre le gustaba ver reunidos a todos sus hijos a la mesa, a la hora de la comida. Pero el joven Federico siempre llegaba, apresurado, a lavarse la cara y a sentarse a la mesa disimuladamente. Según el humor de su padre, enfrentaría el regaño por la tardanza.
Un día sin embargo, el retraso del poeta es excesivo. La madre está alarmada; el padre, enojado. Don Federico estalla cuando el joven se sienta, y le advierte que será la última vez que llegue tarde: “Desde mañana, el que no llegue a la hora no se sienta a la mesa”, sentencia. El poeta se vuelve enojado: “Pues no me sentaré —dice—, ¡No quiero encerrarme en la casa a la hora del crepúsculo!” Se produce un silencio cargado de tensión. Todos callados, sin levantar los ojos del plato, se preguntan qué hará don Federico. De pronto la cocinera pregunta inocentemente: ¿De qué quiere la tortilla el señorito Federico? Antes que el lírico soñador conteste, don Federico grita furioso: “¡De crisantemos!... ¡De violetas!... ¡De crepúsculo!”.
Asombro general. Nadie sabe qué hacer. Súbitamente, el poeta alza los brazos al techo y lanza una estrepitosa carcajada. Su madre no puede aguantar la risa; los hermanos se contagian, y has el propia padre termina riéndose.
A Lorca le gusta Caminar por el barrio del Albaicín, recitarles a los amigos sus poemas, escuchar las leyendas que referían cómo los señores árabes habían escondido sus riquezas en la Sierra Nevada. También se deleitaba con la historia de la mano y la llave grabados en los arcos de la gran puerta de entra al Alcázar de la Alhambra: “cuando la mano alcance a tocar la llave, se encontrará el tesoro del rey moro.”  Amaba de Granada su melancolía, su fisonomía árabe. “Granada huele a misterio —decía—, a cosa de que no puede ser, sin embargo, es.”
Paso a paso, el poeta fue obteniendo una cierta independencia. Don Federico sólo le exigió que ingresara a la facultad de leyes para ser abogado, aunque el título después no le sirviera para nada. Por fortuna para los dos, la familia gozaba de cierto desahogo financiero, lo que permitió al padre despreocuparse del porvenir de su hijo. Don Federico, al inicio de la carrera poética de Lorca, se reía cordialmente de la utilidad de versificar: “¡Madre mía! ¡Vivir haciendo versos!”
Pero a los pocos años el poeta demostraría su utilidad. Un día en Buenos Aires, después de cobrar una importante suma por derechos de autor, Lorca le envió un giro telegráfico de 50.000 pesetas a su padre, “para hacerlo rabiar —comentaba riendo— y que vea que haciendo versos se gana más que vendiendo granos y tierra”.
A los 30 años el autor de Yerma era célebre en toda España, y jamás ningún poeta español conoció un ascenso tan rápido, como tampoco ningún dramaturgo sintió vibrar a su público con mayor pasión. Porque Lorca sumaba a sus múltiples dotes para la poesía, la música, el dibujo y el teatro, un extraordinario poder de seducción personal.
¿Qué poeta puede hoy hablar de las cosas sencillas de la vida: la luna, los olivos, los toros? Lorca lo expresó todo ya en sus romances. Porque ninguno ha sabido, como él, llegar a los últimos estratos del pueblo. Por eso sus poemas y melodías han ingresado en el inmenso tesoro de la poesía popular y andan hoy de boca en boca con igual fuerza de supervivencia que los romances viejos. Las Canciones y las breves composiciones del Poema del Cante Jondo bien poco se diferencian de las improvisaciones que desde hace siglos tienen por escenario las tabernas, las callejuelas y los encalados patios de Andalucía. Las flores de azahar y la tierra rojiza, las noches cálidas, las guitarras, los cuchillos que brillan a la luz de la Luna, la llamarada de pasión, son imágenes arrancadas del alma del pueblo y vueltas a la poesía por Lorca.
Se complacía en recitar sus versos: “Verde que te quiero verde viento, verdes ramas.” Después, tras un silencio, distanciando las cosas hacía la lejanía susurraba: “El barco sobre la mar y el caballo en la montaña.” También en versos quedó inmortalizado su trágico fin:

Muerto cayó Federico
sangre en la frente y plomo en las entrañas
Que fue en Granada el crimen.
Sabed, ¡pobre Granada!, en su Granada

Antonio Machado
 

Escenas inolvidables del siglo XX, Readers Digest


Biografía:

Federico García Lorca (1898-1936), poeta y dramaturgo español; es el escritor de esta nacionalidad más famoso del siglo XX y uno de sus artistas supremos. Su asesinato durante los primeros días de la Guerra Civil española hizo de él una víctima especialmente notable del franquismo, lo que contribuyó a que se conociera su obra. Sin embargo, sesenta años después del crimen, su valoración y su prestigio universal permanecen inalterados.

Nació en Fuente Vaqueros (Granada), en el seno de una familia de posición económica desahogada. Estudió bachillerato y música en su ciudad natal y, entre 1919 y 1928, vivió en la Residencia de Estudiantes, de Madrid, un centro importante de intercambios culturales donde se hizo amigo del pintor Salvador Dalí, del cineasta Luis Buñuel y del también poeta Rafael Alberti, entre otros, a quienes cautivó con sus múltiples talentos. Viajó a Nueva York y Cuba en 1929-30. Volvió a España y escribió obras teatrales que le hicieron muy famoso. Fue director del teatro universitario La Barraca, conferenciante, compositor de canciones y tuvo mucho éxito en Argentina y Uruguay, países a los que viajó en 1933-34. Sus posiciones antifascistas y su fama le convirtieron en una víctima fatal de la Guerra Civil española, en Granada, donde le fusilaron.

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