miércoles, 28 de noviembre de 2012

La opinión de Ernesto Sábato


A continuación transcribo un comentario recibido sobre el texto publicado “La opinión de Ernesto Sábato”.  Lo firma Sergio Malfé y lo recibí en mi correo electrónico. Como todos los aportes son bien recibidos, nos complace publicarlo y ponerlo a consideración de todos los lectores del blog.
Muchas gracias


Mucho gusto
Sin intersesionar retorno al post; al leerlo me decía: "tengo que darle respuesta". Porque muy de acuerdo estoy con el señalamiento Sabatiano acerca de las maniobras desigualadoras y privatistas de apropiación del idioma. Las vitrificaciones apuntan a establecer una dependencia conveniente para los intereses quedatistas, retóricos y mistificadores, de elites retrógradas. Pero no todo cambio es aceptable. La cuestión es que no me parece progreso el que se haga costumbre con las groserías y la apelación soez. Más grave es el empleo de esas barbaridades por "comunicadores" o portavoces del estado. Recordé que en 2006 tenía yo algo dicho en Web sobre el tema, y después puse derivaciones relacionadas, pero bueno.. Pasó el tiempo y siguen pasando cosas .. Este es el enlace al texto que recordé: http://sergio_e_malfe.lacoctelera.net/post/2006/11/09/epitetoludez-nota- Mi localización ahora es otra; por hacer Web intentaré transcribirla aquí: http://hipersalenas.wordpress.com/
Saludos

sábado, 24 de noviembre de 2012

Alejandra Pizarnik



Lejanía



Mi ser henchido de barcos blancos.
Mi ser reventando sentires.
Toda yo bajo las reminiscencias de tus ojos.
Quiero destruir la picazón de tus pestañas.
Quiero rehuir la inquietud de tus labios.
Porqué tu visión fantasmagórica redondea los cálices de estas horas?


Alejandra Pizarnik

En La tierra más ajena. Este fue el primer libro de Alejandra Pizarnik. Lo publicó en 1955 y lo firmó como Flora Alejandra Pizarnik

BIBLIOTECA VIRTUAL BEAT 57



La opinión de Ernesto Sábato


Sobre el castellano que empleamos

Borges y Sábato
Parte de los defectos lugonianos se deben a la manía de probar que un americano puede escribir una lengua tan rica y tan castiza como la de un español. Este sentimiento de inferioridad presionó catastróficamente en nuestros escritores. De la forma y medida en que presiona sobre muchos maestros y profesores de enseñanza secundaria, mejor es que no hablemos.
Pero los más vitales y poderosos creadores no incurrieron en ese defecto. Sarmiento, Hernández y Alberdi consideraron que la lengua debía ser tomada desde la perspectiva de nuestra propia cultura, esa cultura que, bien o mal, iba brotando de una tierra inédita: “La lengua de un pueblo es el reflejo de su historia, gobierno, clima, costumbre y carácter”, dijo Alberdi.
Impertérritos, muchos profesores nos salen con la pureza del idioma y con el mito del casticismo: ese mito, que, según se sabe, recomienda hablar como si estuviéramos en Talavera de la Reina[1] hace cuatrocientos años. También los gramáticos del Tercer Reich[2], en ese momento de psicosis colectiva, tuvieron la fantástica idea de depurar la lengua de todos los vocablos extranjeros, viéndose ante el problema de Hegel con vocablos como carreta, buey, cuerno de caza y nibelungo. Esta extraña doctrina ha constituido también ─aunque sin el auxilio de campos de concentración─ el ideal de muchos profesores y de la casi totalidad de nuestros académicos.
Ni Shakespeare, ni Dante, ni Montaigne, ni Cervantes gozaron de los beneficios de un diccionario que mantuviera la pureza idiomática. Lo que explica la muchedumbre de errores que afean sus obras y que los manuales nos señalan, tal vez con el buen deseo de que no se repitan. Es claro: el hombre busca el Orden en medio del Caos, y la existencia de academias tiene la misma raíz social y psicológica que la poesía. Odiamos lo inestable y nuestro pavor ante lo desconocido nos hace buscar una cueva materna donde reine la seguridad. Y así, desde los tiempos en que Sócrates discutía el problema con sus discípulos, esa clase de profesores defiende la desesperada teoría de la racionalidad y la estabilidad del lenguaje. Pero, por desgracia, raramente la realidad parece tomar en cuenta nuestras ansiedades. Y esa melancólica tendencia es la causa de grandes desconsuelos.
El revuelto proceso de que forma parte el hombre en sociedad promueve una incesante transformación del idioma, de modo que si en un instante dado se impusiera una lengua lógicamente perfecta ─como el esperanto─ al cabo de un par de siglos habrían estallado los cuadros de su sintaxis, su léxico y su fonética. El camino del idioma es tan tortuoso e irracional como el de la vida. De otro modo el latín no se habría convertido en castellano y todavía seguiríamos hablando como Cicerón.
Los inspectores de la moralidad lingüística (cuyo oficio consiste en perseguir las malas costumbres actuales en nombre de las malas costumbres antiguas) hablan de “corrupción”. Pero, ¿por qué en ese caso no vituperan a Cervantes en lugar de divinizarlo? ¿O ignoran que ese escritor carcelario[3] escribía en latín totalmente corrupto?
En España, el casticismo es una calamidad bastante enérgica por obra de la Academia. Pero aquí nos encontramos con gentes que a pesar de sus bárbaros apellidos (y en rigor por eso mismo) resultan más españolistas que los madrileños, hasta el punto de imitar sus equivocaciones. Y así, sobre todo en la radiotelefonía, donde la tilinguería lingüística alcanza su cima, nos dice “les invitamos a escuchar”[4], tomando como elegancia lo que meramente es una confusión metropolitana de dativo y acusativo.
La idea de fijar una lengua nace de la (ingenua) creencia en su insuperable perfección. Personas anhelantes y maravilladas instan entonces a guardarla en una vitrina, a cubierto del polvo, alejada del riesgo callejero, protegida del vulgo y de los escritores descuidados. No satisfechos con el vanidoso sentimiento de poseer el mejor idioma, pretenden además ser sus depositarios absolutos.
Este asunto de la vitrina empieza para nosotros en 1492, cuando Nebrija[5] le decía a Isabel que la lengua castellana estaba “ya tanto en la cumbre, que más se pudiera temer el descendimiento della que esperar la subida”. Que Nebrija se equivocaba, como invariablemente se equivocan los gramáticos, lo demuestran algunos considerables escritores luego del peligroso momento vítreo. Pero, con teológica candidez, Nebrija creía que su época constituía algo enorme y especialísimo. La idea es cómica pero no insólita: con frecuencia se supone que el mundo ha evolucionado, pasando por amebas, megaterios y revoluciones, a través de millones de años, para que el Hombre Contemporáneo alcance una perfección insuperable. Sin advertir que una de las irremediables y melancólicas características de ese Hombre es la de estar dejando de ser Contemporáneo a cada minuto que pasa.
La idea de asimilar la lógica y la gramática fue sugerida por Aristóteles, y hubo que llegar hasta el siglo XIX para que el mito empezara a deteriorarse. Desde Humboldt[6] sabemos que el idioma no es ergon sino energía, no es producto hecho sino actividad. Y las categorías gramaticales, lejos de ser la expresión de categorías lógicas, apenas son la petrificación de hechos psicológicos. Pero la gramática no hace más que amenazarnos con sus pretensiones lógicas y sus convenciones petrificadas. Y así nos prohíben usar el apócope “recién” sino es con un participio pasado, lo que es perfectamente inútil, porque no sólo nuestras costumbres sino nuestros grandes escritores han decidido lo contrario. Como siguen escribiendo “inmiscuyo” o “agilizar”. ¿Y quién, que no sea un incurable pedante, va a decir en nuestro país “solecito”, “mamaíta” o “cieguezuelo”?
Después de todo, siempre se es bárbaro respecto del idioma precedente. Y siendo eso inevitable, es preferible quedarse con los barbarismos vivientes y expresivos, en lugar de llenarnos la boca con los barbarismos antiguos. Esos mismos preceptores que hoy nos abruman con Dante lo habrían criticado de haber sido sus contemporáneos, por su empeño de expresar su drama en dialecto vulgar, cuando dominaba el fijo, limpio y esplendoroso latín. Pero Dante les habría vuelto la espalda in gran dispitto[7], porque como todo creador sabía que el único lenguaje del artista es el viviente, el lenguaje en que se vive, se ama y se muere, el lenguaje de la pasión y de la verdad del hombre concreto.
Los gramáticos, empero, se pronuncian contra la anarquía, no queriendo ver que los únicos lenguajes que han dejado de ser anárquicos son los muertos. Y así, Américo Castro[8] nos comunica que en la Argentina “las capas inferiores de la ciudad están actuando anárquica y absurdamente sobre el idioma”. Es lícito preguntar cuándo un pueblo ha actuado de otra manera. No por cierto el pueblo español, donde el latín dio origen a productos tan curiosos como el castellano, el gallego y el catalán, mucho más absurdamente alejados del latín que el argentino del español. Pero ya hemos visto que la palara “absurdo”, que legalmente puede aplicarse al lenguaje de la ciencia, nada tiene que hacer con el idioma de la existencia del hombre.
El joven escritor de Buenos Aires se encuentra, apenas comienza a escribir, con un gran problema vinculado a todo esto que acabo de examinar; algo mucho más importante que el mero problema de nuestra propia modalidad lexicográfica (tema que ni siquiera merece ser discutido): el problema del voseo.
El voseo está hecho sangre y carne en nuestro pueblo, y no sólo en las capas inferiores de la sociedad, como menospreciativamente dice el profesor Castro, sino en la casi totalidad de nuestro pueblo. ¿Cómo no emplearlo en nuestras novelas o en nuestro teatro? El autor de ficciones no debe sacrificar jamás la verdad profunda de su circunstancia, y el lenguaje que debe emplear es el lenguaje en que su gente ha nacido, ha sufrido, ha gritado en momentos de desesperación o de muerte, ha dicho las palabras supremas de amistad o de amor, ha mezclado con sus risas o sus lágrimas, con sus desventuras y sus esperanzas. Es el lenguaje que mamamos en nuestra infancia y el que estuvo entrañablemente unido a nuestros juegos, a los pájaros y perros que nos rodearon, a nuestros sueños y a nuestras pesadillas. ¿Y quién en Buenos Aires, que no sea un personaje apócrifo o mal educado por gobernantas imbuidas de una falsa idea del idioma va a emplear el tu y sus conjugaciones en una auténtica carta de amor, en un momento de muerte o en un ruego dramático? ¿Qué argumentos puede mostrar el profesor Castro para impedirnos el uso de ese bárbaro voseo?
Si nos propone las normas escritas de la Academia, es inútil, porque ya sabemos que esas normas son violadas cada vez que un gran escritor o un pueblo necesita hacerlo; más aún: es muy difícil que se preocupe de ellas, o que siquiera las conozca o tenga presentes.
Si nos propone el célebre criterio de “los buenos autores” entraríamos en una cuestión muy desagradable para el profesor Castro; porque precisamente lo que nosotros juzgamos los buenos autores de Buenos Aires emplean el voseo en sus novelas, en su teatro y en sus poemas. Quedaría el recurso heroico de rechazar la bondad de escritores como Mansilla, Borges, Cambaceres, Payró, Hernández, Marechal, Martínez Estrada, Güiraldes o Benito Lynch. Sería duro y grotesco, pero es lo que consecuentemente debería hacer; y que acaso piensa en el fondo de su corazón y no se atreve a expresar. Porque en el fondo, hay que suponerlo, para Américo Castro un “buen autor” es alguien que escribe como Américo Castro. Por lo demás, es relativamente sencillo ponerse de acuerdo sobre la calidad de un autor cuando han pasado cuatro siglos; pero para ese entonces, lamentablemente, ya estamos escribiendo una lengua diferente, que no podemos valorar mediante las opiniones de un cadáver, aunque sea un ilustre cadáver. Quedan entonces los autores vivientes, y Dios nos libre que su jerarquía sea establecida por gramáticos como Américo Castro.
¿El “buen uso” de la lengua, entonces? ¿El uso de la gente educada? Estamos en lo mismo. Si nuestros grandes escritores incurren en el voseo y dicen la encantadora palabra “calesita” en lugar de “tío-vivo”, es muy probable, por no decir que es completamente seguro, que nuestras personas educadas han de emplear el mismo lenguaje. A menos que el profesor Castro nos diga que la gente educada a que él se refiere es la gente educada en los colegios de Toledo.
Por donde se lo busque, este problema no tiene solución para los ansiosos defensores de la gramática eterna. El lenguaje lo hace el pueblo, el pueblo todo, y, naturalmente, alcanza sus paradigmas en sus grandes poetas y escritores. Grandes poetas y escritores que jamás violan lo que en germen o tácitamente está en el ánimo de su pueblo, sino que lo llevan hasta las máximas alturas de sutileza y de expresividad.
Por lo demás, los grandes autores cometen incorrecciones gramaticales y tampoco, desde ese punto de vista, pueden ser juzgados como ejemplares de “buen uso”. Si hojeamos cualquiera de los nuestros, encontraremos a cada paso expresiones como “disiento con” o “plan a desarrollar” [9]. También leo en un escritor español “hoy hacen, señor, según mi cuenta, un mes y cuatro días…”. Acudo a uno de estos textos sagrados y verifico que, en efecto, se incurre en una bárbara falta de concordancia, y que esta conversión de acusativo es muestra de pésima educación gramatical. Pero como la frase pertenece a Cervantes, me entran dolorosas dudas sobre el valor de esas normas. Tratándose de ese autor, la mayor parte de los preceptores se pondrán o se habrán puesto ya (la lectura de gramáticas no es mi pasión) a buscarle algún justificativo y, en última instancia, no faltará quien eleve esa falta al rango de excepción aconsejada para el buen uso; ese célebre buen uso tan fácil de establecer varios siglos después, cuando se tienen todas las garantías de que ese aventurero era un genio literario. Porque con las incorrecciones gramaticales pasa como con los golpes de estado: si sus ejecutantes fracasan, el golpe es una “siniestra intentona”, y sus jefes unos “bandoleros”; pero si triunfan, señalan una fecha patria y sus cadillos se convierten en modelos nacionales que deben ser imitados.
Tuve la suerte de recibir enseñanza de castellano cuando era alumno del colegio secundario de la Universidad de La Plata, de Pedro Henríquez Ureña. Así sólo de oídas pude conocer la diaria tortura que los casticistas infligían a otros muchachos. Muchachos que recibían mala nota o eran humillados porque decían “medias” en lugar de “calcetines”, o porque no eran capaces de traducir los localismos de la condesa de Pardo Bazán. Y todavía puede leerse en grandes diarios de Buenos Aires a enérgicos inspectores que escriben artículos para denunciar los barbarismos de la lengua argentina: las “etiquetas” en lugar de “marbetes” y los “sacos” en lugar de “chaquetas”.
Terminemos, pues. Cada cierto tiempo nos anuncian que el mejor inglés se habla en Oxford y el mejor castellano en Toledo. Lo que implica algo así como ese Origen Absoluto de Coordenadas que ansiosamente buscaban los físicos anteriores a Einstein. La ciudad de Toledo representaría así la silla absoluta del lenguaje castellano, y los pobres mortales que habitamos en otras regiones del vasto imperio estaríamos condenados a farfullar dialectos más o menos monstruosos según nuestras respectivas distancias a la Silla y a la lengua platónica sobre ella.
La verdad no es ésa. Cada pueblo elabora una lengua diferente, y sus matices fonéticos y sintácticos son consecuencia inevitable de su historia, su geografía, su raza y hasta su clima y el color de los pájaros. Qué se le va a hacer. Y en cada uno de esas naciones o regiones es posible alcanzar esa lengua sus más sutiles y hermosas expresiones, en los poemas de sus grandes poetas, en las novelas de sus prosistas y hasta en la gracia inefable de sus chicos callejeros.

Ernesto Sábato
Páginas Vivas, Editorial Kapelusz, 1974


[1] Talavera de la Reina. Ciudad de España, en la provincia de Toledo, famosa por su cerámica.
[2] Tercer Reich. Alemania bajo el régimen nacionalsocialista.
[3] Escritor carcelario. Luego de vivir cinco años en cautiverio en Argel, Cervantes regresa a España. Allí es encarcelado dos veces: en Sevilla por un error de cuentas de un subordinado y en Valladolid por un dudoso hecho de sangre.
[4] Les invitamos a escuchar. Por “los invitamos a escuchar”.
[5] Antonio Martínez de Cala y Jarava conocido como Antonio de Nebrija fue el pionero de la redacción de la gramática en 1492
[6] Humboldt, Whilhelm, barón de. Filólogo y crítico alemán (1767-1835)
[7] In gran dispitto. (Del ital.). Lit., con gran desprecio.
[8] Castro, Américo. Ilustre filólogo español contemporáneo.
[9] “disiento con…”. Expresiones de uso común que por ser usadas por los mejores escritores han dejado de ser incorrectas. Porque lo que Sábato quiere decir es que el uso, impuesto por la costumbre de todo un pueblo y realzado por sus grandes escritores, legaliza esta clase de “barbarismos”.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Julio Cortázar


Instrucciones para llorar



bajado de: emisorreceptormensajecanal.blogspot.com

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.
Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.
Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia dentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
Julio Cortázar

Texto digitalizado de:
Historias de cronopios y de famas (1962), Alfaguara, S.A., 1995

Marisa Presti



 Rebelión

Hacía tiempo que no escribía. Las preocupaciones lo habían ido inundando de a poco, con un caudal cada vez más intenso que lo habían ido paralizando. Pero de pronto, sin proponérselo, amaneció con un ánimo distinto. Y decidió hacer el intento. Con cierto temor, se acercó a la computadora y la encendió. Esperó unos minutos, mientras en su mente garabateaba el tema del cuento que había empezado a imaginar unas horas antes.
Cuando el programa estuvo listo, sus dedos comenzaron a moverse sobre el teclado. Al principio no miró, pero cuando en un momento levantó la vista vio escrito en la pantalla una absurda sucesión de letras que no decían nada.: azñhydfv mvuyrexaf …
Sorprendido, borró el escrito incoherente y con paciencia, volvió a poner el cursor al principio. Apretó la p y se escribió la f, probó con la a y apareció la ñ. Malhumorado, lo intentó más de tres veces, y siempre con el mismo resultado.
Se levantó con decisión. Era evidente que el equipo tenía una falla importante y no le iba a permitir escribir. Apagó todo. Para algo se inventaron la lapicera y el papel mucho antes que estas malditas máquinas, dijo en voz bien alta.
Provisto de las dos cosas, se sentó en la mesa de la cocina, el lugar de la casa que siempre le resultó más cálido y amigable. Aquí voy a poder, pensó con satisfacción. Se acomodó y empezó a escribir con su mano derecha, pero al segundo vio con estupor que lo que escribía no tenía ninguna relación con lo tenía en su mente, más bien parecía el comienzo de un cuento para chicos: Había una vez una princesa…
Estrujó la hoja con rabia. Tomó otra y puso todo el cuidado posible en dibujar las letras que quería, pero no hubo forma. Parecían tener vida propia y escribirse a sí mismas como querían: esta vez apareció el titular del diario de la mañana.
Angustiado, soltó la lapicera y apoyó la cabeza sobre la mesa. Sus venas, crispadas, habían enrojecido el rostro colocándolo entre la ira y la angustia.
Pasaron unos minutos hasta que se incorporó. Sobre el papel vio escrito con una letra desconocida: te falta talento.
Fue la última vez que Gerardo Manccini intentó escribir.

 MARISA PRESTI



redesdepapel.blogspot.com




sábado, 10 de noviembre de 2012

Eliette Abecassis



Reflexiones
 
Hoy en día, cuando escucho el concierto para violoncelo de Elgar, vuelvo a revivirlo todo: no hay nada como la música para evocar el pasado, con tanta precisión y tanta profundidad de espíritu. El gusto, el olfato o el tacto proporcionan efluvios intensos pero fugaces; y el esfuerzo, inmenso, para reconquistar el recuerdo es casi un trabajo para el alma. La visión de un sitio en otro tiempo habitado, antaño frecuentado, puede provocar una formidable nostalgia, pero el recuerdo de las épocas pasadas sigue siendo borroso, pues, capturado por la vista, no puede vagar por las zonas más recónditas y alejadas. Con la música, todo se ordena y se dispone como bajo el efecto de una máquina de remontar el tiempo. La música produce un impulso del corazón que dura y se profundiza, igual que una conversación entre dos amigos que rememoran lo mismo. Por eso nada puede entristecer más que un fragmento musical: el pasado es evocado con tal fuerza que uno casi siente que ha retrocedido y luego la caída hasta el presente es aún más vertiginosa.
Si, la música es una gnosis que revela los conocimientos enterrados en lo más hondo de nuestro interior. ¿Quiénes somos? ¿En qué nos hemos convertido? ¿Dónde estamos? ¿Adónde nos hemos visto arrojados? ¿Adónde vamos? A veces uno reflexiona sobre estas preguntas y otras no se las plantea, simplemente porque es feliz.
…………………………
Aún no había cumplido los seis años cuando mi padre me llevó al matadero. Él pretendía curtirme, enseñarme de qué iba la vida. Más tarde, cuando era un adolescente enfrascado en la búsqueda de mi identidad, me escondía para leer el periódico o escuchar la radio, porque me daba vergüenza que mis padres me tildaran de “intelectual”. De muy joven había aprendido a disimular y a mentir para evitar su compañía; para huir de la necedad. Me había construido un mundo reducido a mi alrededor, un universo mágico en el que interpretaba por turnos los papeles de los personajes que más me gustaban: héroes románticos, aventureros, como los de los libros de Alejandro Dumas. Me sedujo la figura de Herodoto porque, a los veinticuatro años, había abandonado su patria para viajar, para tomar notas y consignar historias y leyendas. Su estilo, sobrio y preciso, no desdeñaba las digresiones que e abrían a capricho según por donde discurrieran sus periplos: desde Egipto, donde se interesó por el culto a Hércules, hasta la ciudad de Tiro, en la que prosiguió con sus indagaciones. Llegó hasta la Cólquida donde preveía encontrar a los descendientes de los colonos que había dejado Sesostris. Volvió a embarcarse en Taso para después rodear el cabo y llegar a las costas del Helesponto. Nadie antes que él había viajado tanto para conocer a la humanidad. Nadie supo como él describir su verdadera naturaleza: la barbarie.
…………………………

Tal vez el Mal sea demasiado fuerte para Él. El Mal radical, el Mal cometido como un fin en sí mismo y no como n medio para llegar a otro fin. El Mal radical como un misterio, como la parte negra de la creación, lo incomprensible, el ser privado de ser, la nada de la nada, el triunfo del caos sobre el orden, la destrucción del espíritu y del cuerpo, la reducción de todo a nada; la nada, el insondable poder de la nada.
El Mal trascendente, ignominioso, el del asesinato individual, el del asesinato en masa, el de la tortura y de la degradación física, el Mal ingenioso y vicioso, servil y dominador, el Mal pensado y calculado, lentamente preparado, concienzudamente ejecutado, el Mal aventajado por el mal, superado, aumentado sin pausa, el Mal en relación al cual la crueldad es un juego de niños, el Mal civilizado, el de las personas instruidas y educadas, el Mal decidido, inquebrantable, al que llamamos barbarie.
Parece loco, insensato, y sin embargo se aplica de forma racional, como una máquina implacable. Supera todos los horrores de la imaginación, todas esas pesadillas que nos despiertan de noche con esa extraña impresión de realidad; pero allí es al revés, allí se vive en un decorado alucinante, de fuego, de carne y de sangre, y el sueño es el único momento de tregua. Ese mal supera la idea que se tiene del infierno, pues el infierno es las llamas que arden de manera indefinida, es la tortura y el suplicio para los hombres que han cometido faltas y eso todavía tiene un sentido.
Incluso cundo se mata a un hombre, no es preciso degradarlo como lo hace el mal radical; incluso cuando se mata a un hombre, no se lleva a cabo esa clase de mal y es posible perdonar a los asesinos de los propios hijos, si se sabe por qué y cómo han actuado, por sufrimiento o por pobreza, por amor o por celos. Esa clase de mal, en cambio no es explicable. Shakespeare no lo comprendió y por eso pintó jorobado a Ricardo III: cualquier hombre tan feo, deforme y repugnante como él haría el mal para vengarse de los hombres que lo detestan por lo que es; ese aborrecimiento es tan insoportable que prefiere ser odiado por lo que hace. Pero el mal radical lo ejecuta el hombre de facciones agraciadas y altivo porte, de estatura elevada y cuerpo recio, el hombre afortunado en el amor, el hombre próspero, el hombre casado que se reúne con su mujer y sus hijos después de haber destruido a una multitud. No, el mal no es repulsivo como Ricardo: es seductor; sugiere, tienta y atrae, arroba los sentidos, cautiva a la razón y, situado en pleno centro del tiempo, engatusa al hombre con el espejismo del Poder.
Manipulador, hábil calculador, refinado estratega, es forzosamente inteligente, tiene una capacidad inventiva genial, es prolífico y nunca le faltan argumentos. Lo propio del mal es engendrar males, propagarse, ser legión. Se extiende como una plaga, como una enfermedad contagiosa, como una peste. Así es como se normaliza, se banaliza y se aburguesa, así se transforma en costumbre, norma y ley. Es erróneo pensar que el mal se reconoce por su caos: lo propio del mal es llevar una existencia respetable.
Es como un carnicero que corta carne todos los días, que la pesa y la vende porque es el acto más natural del mundo, porque ése es su cometido; porque hay que comer y nadie podría poner en tela de juicio tal necesidad. Pero de repente, la carne es la carne del hombre, es la sangre que circula por sus venas, flores del barrizal, renuevos aplastados.
El mal monstruoso, infame, ahuyenta la vida; el mal es la muerte, ese escándalo intolerable, es la muerte que se inmiscuye en el fuego sagrado, es la muerte que entra en la vida a través de la vida, a través de la voluntad del hombre.
…………………………

Al principio de la Creación, la tierra estaba desierta y vacía y las tinieblas cubrían el abismo y el espíritu de Dios planeaba sobre la superficie de las aguas, y dijo Dios: “Hágase la luz” y la luz se hizo. Pero la luz no era buena: sirvió para iluminar a los nazis en la ejecución de sus crímenes.
E hizo Dios el firmamento entre las aguas que hay debajo del firmamento y las que hay sobre el firmamento y dijo “reúnanse en un solo lugar las aguas de debajo de los cielos y aparezca lo seco”, y llamó “tierra” a lo seco y a la reunión de las aguas llamó “mar”. Pero los cielos no eran buenos: presenciaron lo que ocurría, sin rugido ni cólera.
Dijo Dios “produzca la tierra vegetación: plantas con semillas, árboles frutales que den sobre la tierra fruto según su especie, con la semilla dentro”, pero en verdad, todo aquello era bastante malo: aquella vegetación crecía sin preocuparse por la composición de sus abonos.
Creó lumbreras en el firmamento de los cielos para separar el día de la noche, como señales para dar luz a la tierra. Hizo la lumbrera mayor y la lumbrera menor, pero éstas se sucedieron sin detenerse para protestar contra lo que ocurría. La oscuridad no fue total y el sol asistió al exterminio de los hombres sin velarse el rostro. La gran lumbrera no dejó de brillar sobre los campos y la pequeña lumbrera apareció puntualmente sobre ellos. Eran los espectadores de ese crimen abominable.
Creó a los animales, a los grandes monstros marinos, a las fieras salvajes según su especie, a los ganados según su especie y a todos los reptiles de la tierra según su especie: pero los monstruos marinos no engulleron a los navíos en el mar y las aves siguieron volando sobre los campos, las fieras salvajes no se abatieron sobre Europa, no protegieron a los judíos en su horno ardiente.
Y después creó al hombre: y éste fue el peor de todos ellos. Y el hombre que Dios hizo a su imagen creó el Mal absoluto conforme a su modelo.
Y la serpiente, que no precisaba de gran astucia para constatar aquello, tentó a la mujer, tentó al hombre, que no se hizo rogar para cometer la falta irremediable, y así fue como abandonaron el Edén.

Eliette Abecassis

El oro y la ceniza (fragmentos)
LRS to LRF parser v.0.9; Mikhail Sharpmpv. 2006; msh-tools.com/ebook/

Biografía


         
Eliette Abècassis

 


El 27 de enero de 1969, Eliette Abécassis nace en Estrasburgo, en una familia judía sefardí de origen marroquí. Su padre, Armand Abécassis, profesor de filosofía en la Facultad de Burdeos, es uno de los mayores pensadores contemporáneos sobre el tema del judaísmo. Es el autor de la obra Pensamiento Judío. Crece así, Eliette siendo muy practicante en un ambiente de religión y cultura judías.
En 1993, consigue la Licenciatura en Filosofía en la Facultad Herni IV de París y en 1996 publica su primera novela Qumrán. Una novela policíaca metafísica, donde un joven judío ortodoxo investiga sobre unos misteriosos homicidios relacionados con la desaparición de manuscritos del Mar Muerto. Tendrá un éxito inmediato. Se venden más de 100.000 ejemplares y el libro se traducirá en 18 idiomas. Un año después publica El oro y la ceniza y comienza a impartir clases de filosofía en la facultad de Caen. En 1998 se traslada durante más de seis meses al barrio ultra-ortodoxo de Mea Shearim en Jerusalén, para escribir el guión de Kadosh, una película israelí de Amos Gital que fue nominada en el Festival de cine de Cannes para el mejor guión. En esta historia se inspiró para su novela La repudiada (2000). En marzo de 2001 recibe el premio de los Escritores Creyentes (concurso creado en Frania en 1979) y en junio de ese año se casa en Jerusalén. En la actualidad, compagina su labor como profesora de Filosofía en un instituto de la localidad francesa de Caen con su actividad literaria.


viernes, 2 de noviembre de 2012

Eduardo Galeano


Pájaros prohibidos
Bajado de: dunsany8.blogspot.com


Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso. Tampoco puede dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros.
Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener ideas ideológicas, recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen en la entrada de la cárcel.
El domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos, y el dibujo pasa. Didaskó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en la copa de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:
¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?
La niña lo hace callar:
―Ssshhh.
Y en secreto le explica:
Bobo. ¿No ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.

Eduardo Galeano


Texto extraído de Leer x leer, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 2008


Eduardo Galeano


Eduardo Galeano
 


Eduardo Galeano (Montevideo, Uruguay, 1930) es uno de los más reconocidos escritores y pensadores de América Latina. Desde que en los años 60 publicó su hoy mundialmente famoso Las venas abiertas de América Latina (libro en el que devela la historia oculta de la explotación en nuestro continente), sus artículos y cuentos no han dejado de protagonizar las páginas de diarios y revistas latinoamericanas. Autor de varios libros, todos traducidos a más de veinte idiomas, fue también fundador de la legendaria revista porteña Crisis en los años 70.

Galeano nació en Uruguay en el seno de una familia de clase alta y católica de ascendencia italiana, española, galesa y alemana, su padre fue Eduardo Hughes Roosen y su madre Licia Esther Galeano Muñoz de quien tomó el apellido para su nombre artístico. En su juventud trabajó como obrero de fábrica, dibujante, pintor, mensajero, mecanógrafo, cajero de banco, entre otros oficios. A los 14 años vendió su primera caricatura política al semanario "El Sol" del Partido Socialista.

Contrajo matrimonio tres veces: la primera con Silvia Brando, con quien tuvo una hija, Verónica Hughes Brando; luego con Graciela Berro Rovira con quien tuvo dos hijos: Florencia y Claudio Hughes Berro y de quien también se divorció casándose en terceras nupcias con Helena Villagra.

Durante sus estudios con una beca en París supo que Juan Domingo Perón había dicho “si ese muchacho anda por acá, me gustaría verlo”. Galeano aprovechó un viaje para llamar al teléfono que le habían dado, aún cuando no terminaba de creer que fuese cierto. Lo era, y fue recibido muy bien. Tuvo una larga charla con el ex presidente argentino en el exilio, donde le preguntó por qué no emitía señales más seguido.
“Perón me contestó: El prestigio de Dios está en que se hace ver muy poco”.

En el Golpe de Estado del 27 de junio de 1973, Galeano fue encarcelado y obligado a dejar Uruguay. Su libro Las venas abiertas de América Latina fue censurado por las dictaduras militares de Uruguay, Argentina y Chile. Se fue a vivir a Argentina donde fundó la revista cultural "Crisis".



Texto extraído de Leer x leer, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 2008 y Wikipedia