viernes, 25 de enero de 2013

Ana María Shua


Fiestita con animación



Las luces estaban apagadas y los altoparlantes funcionaban a todo volumen.

-¡Todos a saltar en un pie! -gritaba atronadoramente una de las animadoras, disfrazada de ratón. Y los chicos, como autómatas enloquecidos, saltaban ferozmente en un pie.

-Ahora, ¡todos en pareja para el concurso de baile! Cada vez que pare la música, uno abre las piernas y el otro tiene que pasar por abajo del puente. ¡Hay premios para los ganadores!
Excitados por la potencia del sonido y por las luces estroboscópicas, los chicos obedecían, sin embargo, las consignas de las animadoras, moviéndose al ritmo pesado y monótono de la música en un frenesí colectivo.

-Cómo se divierten, qué piolas que son. ¿Te acordás qué bobitos éramos nosotros a los siete años? -le preguntó, sonriente, el padre de la cumpleañera a la mamá de uno de los invitados, gritándole al oído para hacerse escuchar.

-Y qué querés... Nosotros no teníamos televisión: tienen otro nivel de información -le contestó la señora, sin muchas esperanzas de que su comentario fuera oído.

No habían visto que Silvita, la homenajeada, se las había arreglado para atravesar la loca confusión y estaba hablando con otra de las animadoras, disfrazada de conejo. Se encendieron las luces.

-Silvita quiere mostrarnos a todos un truco de magia -dijo Conejito-, ¡Va a hacer desaparecer a una persona!

-¿A quién querés hacer desaparecer? -preguntó Ratón.

-A mi hermanita -dijo Silvia, decidida, hablando por el micrófono.

Carolina, una chiquita de cinco años, preciosa con su vestidito rosa, pasó al frente sin timidez.

Era evidente que habían practicado el truco antes de la fiesta, porque dejó que su hermana la metiera debajo de la mesa y estirara el borde del mantel hasta hacerlo llegar al suelo, volcando un vaso de Coca Cola y amenazando con hacer caer todo lo demás. Conejito pidió un trapo y la mucama vino corriendo a limpiar el estropicio.

-¡Abracadabra la puerta se abra y ya está! -dijo Silvita.

Y cuando levantaron el mantel, Carolina ya no estaba debajo de la mesa. A los chicos el truco no los impresionó: estaban cansados y querían que se apagaran las velitas para comerse los adornos de azúcar de la torta. Pero los grandes quedaron sinceramente asombrados. Los padres de Silvia la miraban con orgullo.

-Ahora hacela aparecer otra vez -dijo Ratón.

-No sé cómo se hace -dijo Silvita-. El truco lo aprendí en la tele y en la parte de aparecer papi me cambió de canal porque quería ver el partido.

Todos se rieron y Ratón se metió debajo de la mesa para sacar a Carolina. Pero Carolina no estaba. La buscaron en la cocina y en el baño de arriba, debajo de los sillones, detrás de la biblioteca. La buscaron metódicamente, revisando todo el piso de arriba, palmo a palmo, sin encontrarla.

-¿Dónde está Carolina, Silvita? -preguntó la madre, un poco preocupada.

-¡Desapareció! -dijo Silvia-. Y ahora quiero apagar las velitas. El muñequito de chocolate me lo como yo.

El departamento era un dúplex. El papá de las nenas había estado parado cerca de la escalera durante todo el truco y nadie podría haber bajado por allí sin que él lo viera. Sin embargo, siguieron la búsqueda en el piso de abajo. Pero Carolina no estaba.

A las diez de la noche, cuando hacía ya mucho tiempo que se había ido el último invitado y todos los rincones de la casa habían sido revisados varias veces, dieron parte a la policía y empezaron a llamar a las comisarías y a los hospitales.

-Qué tonta fui esa noche -les decía, muchos años después, la señora Silvia, a un grupo de amigas que habían venido para acompañarla en el velorio de su marido-. ¡Con lo bien que me vendría tener una hermana en este trance! -y se echó a llorar otra vez.

Ana María Shua
Que tengas una vida interesante (2009), Emecé Editores, 2010

sábado, 19 de enero de 2013

Federico García Lorca


La cogida y la muerte

A mi querida amiga Encarnación López Júlvez.


            



A las cinco de la tarde
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones de bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.

¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.

Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.
¡Ay, qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

Federico García Lorca

Parte I de LLANTO POR IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS (1935)

sábado, 12 de enero de 2013

Eduardo Galeano


El Sistema




Quien está contra ella, enseña la máquina, es enemigo del país. Quien denuncia la injusticia, comete delito de lesa patria.
Yo soy el país, dice la máquina. Este campo de concentración es el país: este pudridero, este inmenso baldío vacío de hombres.
Quien crea que la patria es una casa de todos, será hijo de nadie.



Eduardo Galeano




Texto digitalizado de:

Días y Noches de Amor y de Guerra
Eduardo Galeano
Edición Original: Editorial Laia, Barcelona
Primera Edición en Biblioteca Era: 1983
Segunda edición (Corregida): 2000

viernes, 4 de enero de 2013

Lope de Vega


Soneto
Suelta mi manso, mayoral extraño,
Pues otro tienes tú de igual decoro;
Suelta la prenda que en el alma adoro,
Prendida por tu bien y por tu daño.

Ponle su esquila de labrado estaño,
Y no le engañen tus collares de oro;
Toma en albricias este blanco toro
Que a las primeras yerbas cumple un año.

Si pides señas, tiene el vellocino
Pardo, encrespado, y los ojuelos tiene
Como durmiendo en regalado sueño.

Si piensas que no soy su dueño, Alcino,
Suelta, y verásle si a mi choza viene;
Que aún tienen sal las manos de su dueño.


Lope de Vega      

Fuente Ovejuna, Editorial Abril, 1987

Roberto Arlt


Silla en la vereda
Roberto Arlt



bajado de: ceciliagabbi.com.ar

Llegaron las noches de las sillas en la vereda; de las familias estancadas en las puertas de sus casas; llegaron las noches del amor sentimental del "buenas noches, vecina", el político e insinuante "¿cómo le va, don Pascual?" Y don Pascual sonríe y se atusa los "baffi", que bien sabe por qué el mocito le pregunta cómo le va. Llegaron las noches...
Yo no sé que tienen estos barrios porteños tan tristes en el día bajo el sol, y tan lindos cuando la luna los recorre oblicuamente. Yo no sé qué tienen; que reos o inteligentes, vagos o activos, todos queremos este barrio con su jardín (sitio para la futura sala) y sus pebetas siempre iguales y siempre distintas, y sus viejos, siempre iguales y siempre distintos, también.
Encanto mafioso, dulzura mistonga, ilusión baratieri, ¡qué se yo qué tienen todos estos barrios!; estos barrios porteños, largos, todos cortados con la misma tijera, todos semejantes con sus casitas atorrantas, sus jardines con la palmera al centro y unos yuyos semiflorecidos que aroman como si la noche reventara por ellos el apasionamiento que encierran las almas de la ciudad; almas que sólo saben el ritmo del tango y del "te quiero". Fulería poética, eso y algo más.
Algunos purretes que pelotean en el centro de la calle; media docena de vagos en la esquina; una vieja cabrera en una puerta; una menor que soslaya la esquina, donde está la media docena de vagos; tres propietarios que gambetean cifras en diálogo estadístico frente al boliche de la esquina; un piano que larga un vals antiguo; un perro que, atacado repentinamente de epilepsia, circula, se extermina a tarascones una colonia de pulgas que tiene junto a las vértebras de la cola; una pareja en la ventana oscura de una sala: las hermanas en la puerta y el hermano complementando la media docena de vagos que turrean en la esquina. Esto es todo y nada más. Fulería poética, encanto misho, el estudio de Bach o de Beethoven junto a un tango de Filiberto o de Mattos Rodríguez.
Este es el barrio porteño, barrio profundamente nuestro; barrio que todos, reos o inteligentes llevamos metido en el tuétano como una brujería de encanto que no muere, que no morirá jamás.
Y junto a una puerta, una silla. Silla donde reposa la vieja, silla donde reposa el "jovie". Silla simbólica, silla que se corre treinta centímetros más hacia un costado cuando llega una visita que merece consideración, mientras que la madre o el padre dice:
-Nena; traéte otra silla.
Silla cordial de la puerta de calle, de la vereda; silla de amistad, silla donde se consolida un prestigio de urbanidad ciudadana; silla que se le ofrece al "propietario de al lado"; silla que se ofrece al "joven" que es candidato para ennoviar; silla que la "nena" sonriendo y con modales de dueña de casa ofrece, para demostrar que es muy señorita; silla donde la noche del verano se estanca en una voluptuosa "linuya", en una charla agradable, mientras "estrila la d'enfrente" o murmura "la de la esquina".
Silla donde se eterniza el cansancio del verano; silla que hace rueda con otras; silla que obliga al transeúnte a bajar a la calle, mientras que la señora exclama: "¡Pero, hija! ocupás toda la vereda".
Bajo un techo de estrellas, diez de la noche, la silla del barrio porteño afirma una modalidad ciudadana.
En el respiro de las fatigas soportadas durante el día, es la trampa donde muchos quieren caer; silla engrupidora, atrapadora, sirena de nuestros barrios.
Porque si usted pasaba, pasaba para verla, nada más; pero se detuvo. ¿Quién no se para a saludar? ¿Cómo ser tan descortés? Y se queda un rato charlando. ¿Qué mal hay en hablar? Y, de pronto, le ofrecen una silla. Usted dice: "no, no se molesten". Pero, ¿qué? ya fue volando la "nena" a traerle la silla. Y una vez la silla allí, usted se sienta y sigue charlando.
Silla engrupidora, silla atrapadora.
Usted se sentó y siguió charlando. ¿Y sabe, amigo, dónde terminan a veces esas conversaciones? En el Registro Civil.
Tenga cuidado con esa silla. Es agarradora, fina. Usted se sienta, y se está bien sentado, sobre todo si al lado se tiene una pebeta. ¡Y usted que pasaba para saludar! Tenga cuidado. Por ahí se empieza.
Está, después, la otra silla, silla conventillera, silla de "jovies", tanos y galaicos; silla esterillada de paja gruesa, silla donde hacen filosofía barata ex barrenderos y peones municipales, todos en mangas de camiseta, todos cachimbo en boca. La luna para arriba sobre los testuces rapados. Un bandoneón rezonga broncas carcelarias en algún patio.
En un quicio de puerta, puerta encalada como la de un convento, él y ella. Él, del Escuadrón de Seguridad; ella, planchadora o percalera.
Los "jovies" funcionarios públicos del carro, la pala y el escobillón, dan la lata sobre "erogoyenisme". Algún mozo matrero reflexiona en un umbral. Alguna criollaza gorda, piensa amarguras. Y éste es otro pedazo del barrio nuestro. Esté sonando cuando llora la milonga o la Patética, importa poco. Los corazones son los mismos, las pasiones las mismas, los odios los mismos, las esperanzas las mismas.
¡Pero tenga cuidado con la silla, socio! Importa poco que sea de Viena o que esté esterillada con paja brava del Delta: los corazones son los mismos...


http://www.campopsi.com.ar/literat.htm