jueves, 24 de noviembre de 2011

BUSQUEDA PARA SERVICIO NO RENTADO A LA COMUNIDAD

La UNIVERSIDAD NACIONAL DE GENERAL SARMIENTO lleva adelante el servicio no rentado a terceros y acciones con la comunidad “Promoción de la lectura y formación de mediadores: política y gestión cultural”

PARA LA IMPLEMENTACIÓN DE ESTE SERVICIO A LA COMUNIDAD, SE CONVOCA A:

dos  (2) becas de Capacitación en Gestión Académica y en Servicios a la Comunidad para Estudiantes de Grado de Carreras de la UNGS, preferentemente de la Licenciatura en Cultura y Lenguajes Artísticos o Comunicación

Código: Servicio Lectura 2

Tipo de Beca: Becas de Capacitación en Gestión y en Servicios a la Comunidad para estudiantes.

Dedicación parcial: doce (12) horas semanales

Duración: dos (2) meses cada beca
Sede: Instituto del Desarrollo Humano
Cantidad de Becas: dos (2)
Fecha estimada de inicio: mayo de 2012
Estipendio actual: $ 1.437 mensuales.

Requisitos:
a) ser estudiante activo de carreras de la UNGS, preferentemente de la Licenciatura en Cultura y Lenguajes Artísticos o Comunicación.
b) haber aprobado el Primer Ciclo Universitario
c) no haber sido objeto de sanciones disciplinarias en la UNGS

En el caso de los estudiantes de la Licenciatura en Cultura y Lenguajes Artísticos se valorará haber cursado Literatura I y Literatura II.

En el caso de los estudiantes que no cursen la Licenciatura en Cultura y Lenguajes Artísticos se valorará alguna experiencia o capacitación en el campo de la promoción de la lectura o de los estudios literarios, especialmente para los postulantes que no cursen la Licenciatura en Cultura y Lenguajes Artísticos en la UNGS.

Todos los postulantes deberán presentar sus antecedentes (materias aprobadas y promedio general; formación complementaria; experiencia laboral; otros antecedentes pertinentes), adjuntar la certificación correspondiente de todos los antecedentes declarados y, en caso de ser necesario, asistir a una entrevista como parte del proceso de selección.

Objetivos:
1)       capacitar recursos humanos en gestión e implementación de proyectos de promoción de la lectura en ámbitos de educación formal,  no formal y en centros de promoción social, fundamentalmente a través de la práctica y la observación crítica de la tarea.
2)       promocionar la lectura literaria en ámbitos de educación formal,  no formal y en centros de promoción social.  

Plan de Actividades:

De Formación:
  • Asistencia a espacio de capacitación y reflexión de la práctica: reuniones de tres horas semanales, con asignación de bibliografía obligatoria.
  • Preparación de una exposición sobre un tema a determinar.
  • Participación en los encuentros en su carácter de asistentes de los coordinadores de los talleres de promoción de la lectura.

De servicios y gestión:
  • Apoyo logístico en la gestión de acuerdos con las instituciones en las que se realizarán los talleres de promoción de la lectura.
  • Asistencia a las reuniones de diseño de los talleres a implementar.
  • Búsqueda de material para los talleres.
  • Toma de notas de campo de las experiencias realizadas.
  • Confrontación de las propias notas con las de quienes hicieron el curso de capacitación “Promoción de la lectura literaria: prácticas y campo laboral”
  • Asistencia y colaboración en las tareas de evaluación de la práctica.
  • Colaboración en la elaboración de un informe final de las actividades realizadas en los talleres de promoción de la lectura.

Director de beca: Juan Carlos Serra
Co-directora:  Martina López Casanova 

lunes, 14 de noviembre de 2011

Producciones estudiantiles: Susana Matteucci

Materia: Literatura II
Texto analizado: Los siete locos de Roberto Arlt
Consigna para el relato: Punto de vista de una mujer y recorrer la ciudad de San Miguel


Leyendas Urbanas
Susana Matteucci


Se sacudió el vestido, más que nada para ver si se había ensuciado. Después de notar que todo estaba en su sitio levantó la vista y le habló:
- ¡Gracias! ¿Te das cuenta que si no fuera por tu intervención ese automovilista loco me hubiera atropellado?
- ¿Estás bien? ¿No estás herida?
- No, estoy bien…. – al ver la duda reflejada en el muchacho, aclaró sonriendo: - de veras, estoy bien...- luego impulsivamente agregó:  Ya que prácticamente me salvaste la vida, creo que debemos presentarnos, me llamo Ayelén… ¿y vos?
- Federico.
-¿De dónde saliste? Estaba sola en la esquina, por eso crucé confiada Rodríguez Peña, me quedé paralizada cuando ese auto dobló desde Perón y se metió de contramano y vino directamente hacia mí…   Hubiese jurado que no había nadie más en ese momento…
Ante el recuerdo de lo que pasó, Ayelén se puso a temblar al imaginar lo que pudo haber ocurrido si Federico no la hubiera tomado por la cintura y llevado rápidamente a la vereda.
Como la notó bastante turbada, Federico se animó a decirle:
- Veo que estás todavía algo shockeada por el incidente  y creo que te haría bien un café. Vayamos a Martínez, que está a una cuadra ¿querés?
Ayelén aceptó y se dejó llevar dulcemente. Había algo en él que le inspiraba confianza, aunque no podía precisar que era. Le costaba un poco relacionarse con las personas de su edad porque era bastante retraída, por eso se asombró de sentirse tan cómoda a su lado. Tenía la extraña sensación de que lo conocía, pero jamás lo había visto. Sonrió para sí, de haberlo conocido no lo hubiera olvidado, era bastante atractivo.
Caminaron en silencio, despacio, esquivaron como pudieron a la gran cantidad de gente que pasaba alrededor. La muchacha se dirigió a Federico con una sonrisa y le dijo: - Hay tanta gente a esta hora, que es toda una aventura avanzar una cuadra.-

San Miguel a las seis de la tarde es un conglomerado de personas que acuden en tropel con la tácita decisión, pactada en el inconsciente colectivo, de transitar por la avenida Presidente Perón en ese preciso instante del día y lo hacen especialmente en un determinado recorrido que cubre las ocho cuadras que van desde la calle Las Heras, cerca de la plaza Muñiz, hasta Roca (yendo hacia José C. Paz), con  algunos puntos neurálgicos ineludibles para concentrarse: el lugar de comida rápida, los locales de electrodomésticos, las galerías, la plaza, la peatonal de una cuadra en la calle Belgrano. 
Sitios que, junto con la gran cantidad de negocios de distintos rubros, transforman a la Avenida Perón en un gran “Shopping Center”. Los cordones de las veredas están ocupadas por las hileras de usuarios de las diez u once líneas de colectivos que esperan pacientemente la llegada de sus transportes. Grandes cantidades de personas y personajes pululan por esas calles: madres que llevan a rastras a sus hijos mientras  tratan de hacer las compras; jóvenes solas o acompañadas por amigas parándose en cada vidriera de modas para ver “qué se está usando”; estudiantes que salen de los colegios que, en grupos más o menos numerosos y con desprejuiciada alevosía, ocupan las calzadas como si fueran propias; hombres y mujeres que salen de sus respectivos trabajos con la imperante necesidad de llegar rápido a sus variados destinos; solitarios que buscan mezclarse en la muchedumbre para no encontrarse por un rato con la angustiosa realidad vacía de sus pequeños departamentos ubicados en alguna de las tantas torres que emergen de la que, hasta no hace muchos años, era un ciudad residencial de casas y chalets.

Cuando por fin llegaron a la esquina de Pte. Perón e Italia y entraron en Café Martínez,  la sensación de haber cruzado a otro mundo o a una dimensión diferente los invadió por un instante. Había una atmósfera tranquilizadora en el local que invitaba a la intimidad y a las confidencias. Se sentaron en la mesita del fondo, al lado del gran ventanal que da a la avenida, y observaron por unos instantes el movimiento de la gente en la calle. Esa gran pared de vidrio los aislaba del caos y de los peligros del exterior que, en ese momento, les eran ajenos. Ahora les pertenecían la paz y la seguridad del interior del Café.
Federico pidió un café para él y un cappuccino para ella. Ayelén volvió a sentirse intrigada. ¿Fue casual que Federico pidiera para ella un cappuccino? Y se lo preguntó:
- Cómo sabías que me gusta el cappuccino?
Federico le dedicó una sonrisa y contestó: - En realidad no lo sabía, sólo lo pedí porque es la especialidad de la casa... Contame algo de vos... ¿naciste aquí en San Miguel?
Ayelén empezó a hablar despacio, tímidamente, porque en general no se sentía cómoda hablando de si misma, pero como percibió que Federico parecía realmente interesado, tomó confianza y le abrió su corazón. Las palabras brotaron solas y sin pensarlas siquiera, le contó que había nacido en San Miguel, que tenía un hermano casado, dos sobrinitos que adoraba, que su mamá había muerto cinco años atrás de cáncer, que vivía con su papá. Le relató su vida, sus sueños y sus esperanzas. Le asombró que le resultara tan fácil comunicarse y sintió una especial empatía con ese muchacho desconocido pero que, de alguna manera, le era familiar. Tuvo nuevamente esa rara sensación de que no estaba conversando con un extraño, sino con alguien conocido de toda la vida pero que no había visto nunca, era como estar con una especie de amigo imaginario, esa clase de amigo que se tiene cuando se es chico, al que se le cuenta todo con la certeza de que sus secretos no van a ser develados porque a ese amigo nadie lo puede ver ni conocer.
Ayelén le contó mucho de su vida y Federico la escuchó atentamente aunque hablaba muy poco de si mismo, sólo le contó que había nacido en Buenos Aires, que trabajaba en las oficinas centrales del Banco Provincia, que hacía un año lo habían trasladado a la sucursal de San Miguel y que vivía solo. Era dulce y gentil, tenía una mirada triste y una sonrisa que, si bien tenía algo de tristeza, le iluminaba la cara. Le trasmitía una especie de seguridad a la que no estaba acostumbrada, junto a él se sentía protegida y a salvo. Era maravillosa esa sensación, y  no quería que terminara. Por eso, cuando se ofreció a acompañarla hasta su casa,  aceptó de inmediato.
Salieron de Café Martínez y caminaron por la avenida Perón, pasaron frente al Banco Nación, que tenía su “habitual” fila de personas que esperaban su turno para utilizar el cajero automático. En la cuadra siguiente, en la esquina con Belgrano se detuvieron un instante mirando la gran cantidad de chicos y chicas que estaban por toda la peatonal. Ayelén se preguntó porqué su acompañante no parecía percatarse del bullicio que había en ese momento, ya que cada vez que levantaba su vista  notaba que él no dejaba de mirarla, como si los demás no existieran. Era curioso, le extrañaba, pero también le gustaba.
Continuaron caminando, cruzaron la avenida hacia la Plaza, la atravesaron mientras observaban a los artesanos que, desparramados sobre las veredas exteriores, exhibían sus productos en el piso al mismo tiempo que algunos de ellos continuaban haciendo sus trabajos manuales y otros charlaban entre sí tomando mate, sin molestar a los caminantes. Ayelén y Federico pasaron al lado de duendes, pulseras, mates cincelados, portarretratos y gorros tejidos.
En la esquina doblaron por la Avenida Balbín, en esa vereda los artesanos están ubicados en pequeños puestos con toldos, que se arman los viernes a la tarde y se desarman los domingos a la noche o el lunes, si es feriado. Pasaron frente a la tradicional Escuela Nro 1, que estuvo “desde siempre” y se saluda con su vieja compañera, la Catedral, ubicada a la misma altura al otro lado de la plaza, en la calle Belgrano. Ambas son las instituciones más viejas de la ciudad. Dejaron atrás la Plaza de San Miguel, con su fuente central  y su estatua de Sarmiento en el medio y donde alrededor de ella unos cinco o seis chicos menores de cuatro años corrían y perseguían a las muchas palomas que se acercaban para comer las miguitas que le tiraban los que estaban sentados en los bancos ubicados en el círculo central.
Caminaron un par de cuadras más casi sin hablar, disfrutando del paseo. En estas cuadras empieza a notarse un cambio en la fisonomía de la ciudad, no hay tanta gente caminando a esa hora porque es aún temprano para las salidas nocturnas, se reanima un poco más en las noches por la presencia de algunos “boliches” bailables o bares nocturnos que conglomera a los jóvenes en busca de diversión.
En ese momento, Ayelén se percata de que van camino a su casa, pero en ningún momento Federico le preguntó dónde vivía.
- ¿Sabés dónde vivo?
- En realidad, te estoy acompañando por dónde vas, imagino que vamos yendo para tu casa.... ¿por qué? ¿dónde vivís?
- Casi frente al Cementerio...  ¿por qué sonreís?
- ¿No te dan miedo los fantasmas?
- ¡Oh, vamos! No me digas que vos creés en fantasmas.... Y Ayelén sonrió divertida.
- Bueno, yo he oído historias.....
- Ya veo.. has oído lo que yo llamo “leyendas urbanas”...
- ¿Por qué “leyendas urbanas”?
- Porque son las que proliferan en las ciudades, sobre todo cerca de los cementerios. En los pueblos rurales surgen otro tipo de apariciones, como la “luz mala”, brujas, duendes, incluso extraterrestres y ovnis. Pero, en estos cementerios... parece que siempre hay alguna “alma en pena” que sale a mezclarse con la gente....
- ¿Y cómo sabés que no es así?
- Mirá, yo he oído muchas historias.... Sin ir más lejos, la semana pasada viajé en un taxi y el conductor me dijo que cuando pasó al lado del cementerio, después de dejar a un pasajero, se le apareció un perro negro, enorme, con los ojos rojos como la sangre, que no lo dejaba pasar, hasta que de repente, así como vino, desapareció...  
- ¿Y no le creíste?
- Bueno, tal vez sea cierto que se le apareció un perro grande y negro... pero seguramente era de “carne y hueso” y desapareció porque el dueño lo llamó.
En ese momento, llegaron a la Avenida Gaspar Campos y doblaron hacia la derecha, y continuaron caminando. Estaban en una zona netamente residencial con hermosas casas grandes que se estaban construyendo frente a la avenida, con algunas casas quintas en las calles adyacentes, sin edificios tipo torre, sólo casas bajas, chalets o, a lo sumo, casas de dos plantas. Casi no había gente caminando en las calles, solo una buena cantidad de autos y algunos colectivos rompían esa especie de tranquila monotonía que se respiraba. Caminaron por veredas que no están en muy buenas condiciones, pero tienen una gran cantidad de árboles que dan una sombra fresca en las tardes calurosas. Federico retoma la conversación.
- Es curioso..
- ¿Qué?
- Yo tuve un perro parecido al que te describió el remisero. Falleció hace unos años. Adoraba a ese perro, siempre estaba conmigo, me seguía a todas partes, y a pesar de ser muy dócil, si alguien hacía algún intento que pudiera parecer una amenaza, el perro se ponía delante de mí y gruñía y le mostraba los dientes....
Ayelén sonrió y bajando la voz, como si estuviera relatando una novela de misterio dijo: - Tal vez es a tu perro a quien vio el remisero....
- Tal vez.- Ayelén notó un dejo de tristeza en su voz  y como para cambiar de tema preguntó:
- San Miguel no es como Buenos Aires. Yo me encuentro cómoda porque es mi ciudad, pero comprendo que no es igual que la Capital. Una amiga mía dice siempre que San Miguel es un pueblo que se cree ciudad, creo que piensa que tiene como  “delirios de grandeza” ¿Te encontrás a gusto aquí? ¿O tenés ganas de volverte?
- No sé si estoy aclimatado aún, pero seguro que ya no me puedo ir.
-¿Por qué?
Federico la miró largamente y contestó: - Estoy anclado a esta ciudad.
Ayelén sonrió para sí, bajó los ojos, no dijo nada más y por un buen trecho caminaron en silencio.
Pararon un instante en Irigoin, esperaron a que el semáforo se pusiera en verde y prosiguieron su caminata mientras Ayelén le contaba de sus sobrinos, de sus días de colegio secundario, de sus paseos diarios a la plaza de San Miguel, con sus compañeros, a la salida de clases. También le habó de sus sueños de ir a la Universidad cuando,  más adelante, pudiera encontrar un trabajo remunerado, porque ahora tenía que hacerle compañía a su tía María, hermana de su padre, que estaba muy enferma y se encargaba de cuidarla hasta las cinco de la tarde cuando su prima Estela regresaba de su trabajo y la reemplazaba. Por ese motivo, no podía seguir estudiando por el momento, como era su deseo.
Se estaban acercando al Cementerio y Ayelén le señaló su casa y le dijo:
-Ya llegamos, parece mentira...  hemos caminado unas treinta cuadras más o menos, ¿no estás cansado?
Y se paró frente a una casa tipo americana de ventanas y puerta de color verde.
- No, para nada...
- Allí está el Cementerio. ¿ves algún fantasma?- y riéndose le preguntó: - ¿por qué no entrás conmigo así te presento a mi papá? Seguramente va a querer conocer al que me salvó la vida...
Federico giró la cabeza y le dio una larga mirada al Cementerio y a sus tres grandes puertas, a la placita con algunos juegos que está ubicada enfrente, a los habituales puestos de flores, a la florería en la otra esquina y a las marmolerías situadas un poco más lejos, cerca de la calle Rivadavia. Esa calle es el límite, no solamente porque hasta ahí llega el Cementerio sino porque también hasta ahí llega la ciudad. En esa esquina terminan San Miguel y su Cementerio, del otro lado de la calle Rivadavia empieza la ciudad de José C. Paz. Él no había cruzado ese límite, no conocía lo que había más allá.
Una tristeza grande lo embargó. Sabía que no iba a encontrar a Ayelén cuando se diera vuelta. Ayelén llegó a su casa y seguramente se puso a dormir un sueño muy diferente a los habituales, dormiría un año, exactamente un año, y se despertaría en el mismo lugar donde la encontró: a punto de ser atropellada por un auto. Hacía tres años que venía haciendo esta caminata en ese mismo día. Hacía tres años que rescataba a una joven de un accidente que en realidad había ocurrido un año antes. Y también sabía que seguiría salvándola en el futuro, porque se había enamorado de una de esas “leyendas urbanas” que salía el día de su muerte, para completar el recorrido que no pudo hacer cuatro años atrás. Una “leyenda urbana” que no sabía que había muerto, como él no lo supo la primera vez y se enteró por su padre, cuando fue a visitarla a su casa al día siguiente. Recordó su estupor, su dolor, y también su llanto cuando el padre le agradeció el haberla acompañado todo el trayecto hasta allí. Por eso sabía perfectamente lo que iba a pasar, sabía que iba a estar parado frente a su casa durante unos instantes y luego se iría.
Se dio vuelta, se puso a caminar despacio, a desandar lo andado, volvería a esas calles de la ciudad que ella amara y que ahora también eran parte de su vida. Iba a mezclarse con la muchedumbre para no encontrarse por un rato con la angustiosa realidad de su soledad dentro de su pequeño departamento ubicado en una torre del centro de San Miguel.