domingo, 22 de junio de 2014

Lord Byron y Mary Shelley

Un  poeta  escandaloso




El radiante sol del 12 de julio de 1824 alumbró una sombría procesión. Ante una multitud que miraba con dolor, caballos negros como el ébano adornados con negras plumas jalaron una gran carroza por las calles de Londres. Inmediatamente siguieron tres carrozas ocupadas por los leales amigos del difunto. Luego, una a una, pasaron las 47 carrozas de las más nobles familias inglesas: las carrozas estaban vacías, un símbolo apropiadamente extraño para un poeta celebrado en el mundo, pero ignorado en su propio país. Desde las casas, las mujeres respetables se atrevieron a ver el raro ritual sólo tras las cortinas de sus ventanas. Aun cuando yacía muerto en un ataúd amortajado en terciopelo negro, George Gordon, lord Byron, seguía siendo rehuido por la alta sociedad.
Por cuatro días la carroza, acompañada sólo por los enterradores, marchó hacia Nottingham, al norte. Respetuosos pueblerinos se reunían en cada aldea de la ruta, sorprendido de que al poeta más popular de la época se le negara el honor de ser enterrado en el rincón de los poetas de la abadía de Westminster. En vez de eso, se le sepultaría en la cripta familiar en una modesta iglesia junto al hogar ancestral.
Muerto a los 36 años, Byron fue adorado y odiado, temido y emulado, durante más de 15 años. Su influencia definió una era y sus ideas y comportamiento anticiparon nuestras concepciones del siglo XX acerca de la independencia nacional y la identidad individual.   
El libertinaje fue algo así como un rasgo de familia, el cual practicó con entusiasmo en Newstead Abbey, una hacienda de 12 hectáreas y ex-monasterio tomado por el rey Enrique VIII cuando expulsó a la Iglesia Católica en el siglo XVI. El abuelo de Byron, explorador y oficial naval se escandalizó tanto de los vicios ―incluyendo quizá el incesto― de su hijo John, que lo desheredó. Pero “Jack el Loco”, como se lo llamó al hijo, se fugó con una mujer adinerada. Ella y dos de sus hijos murieron en Francia, pero su hija Augusta sobrevivió para jugar un exuberante papel en la vida del poeta, provocando décadas después su exilio de la buena sociedad.
“Jack el Loco” regresó a Inglaterra, donde se relacionó con una rica pero notablemente fea mujer escocesa llamada Catherine Gordon. Pero esta nueva boda no terminó con sus andanzas y su infeliz esposa sufría de súbitos cambios de humor. En ese extraño hogar nació George Gordon, futuro Lord Byron, el 22 de enero de 1788.
El bebé nació encerrado en el amnios, o saco membranoso, y sufrió de displasia, condición en que un músculo seco del muslo le deformó el pie derecho. El amnios no le hizo daño alguno y sanó fácilmente. Pero el pie deforme le causó un trauma inocultable para toda su vida, contrastando cruel e irónicamente con su hermoso porte que posteriormente se hizo legendario.
“Jack el Loco” abandonó el hogar cuando el niño tenía dos años, por lo que estuvo sujeto al impredecible temperamento de su madre y sus imposibles demandas. Un tío abuelo heredó Newstead Abbey y un título de nobleza. Abandonado por su esposa por sus andanzas sexuales, el tío abuelo desheredó a su hijo por casarse por amor y no por dinero. Al morir, la propiedad fue heredada por su sobrino nieto; a los diez años George se hizo el sexto barón Byron.
Ahora importante, el joven se hizo arrogante y obstinado alumno en Harrow, su escuela preparatoria, y un estudiante pintorescamente rebelde en la Universidad de Cambridge. Pero ya escribía poesía con extraordinaria soltura y publicó su primer libro de versos, Horas de ocio, en 1807, siendo aún estudiante. En la universidad se hizo notoria su insólita capacidad para atraer amigos fieles y amantes apasionadas.
Como muchos otros nobles del campo de la época, Byron pasaba días enteros sin hacer otra cosa que montar, practicar esgrima, remar y cazar, además de pasar largas noches de juerga con sus condiscípulos y su banda de atractivas y dispuestas sirvientas.
A los 21 años ingresó a la Cámara de los Lores, pero el derrochador joven se aburrió e inició un aventurado viaje al sur de Europa, en el que visitó Portugal, España, Malta, Grecia y Albania. En Grecia inició la redacción de un relato en verso, La Peregrinación de Childe Harold.
Durante un naufragio en la costa de Albania, cerca de Parga, fue rescatado por unos bandidos exóticamente ataviados, los Suliotas, cuya orgullosa consigna era “¡Los ladrones de Parga!”. Lo escoltaron a Missolonghi, donde el destino lo uniría a los bandidos al final de su vida.
Sus intereses políticos marcharon paralelamente al aumento de su complacencia personal. En Atenas se involucró sexualmente con muchísimas mujeres, muchachas e incluso muchachos.
A pesar de estas distracciones concluyó dos cantos o secciones, de su novela poética La Peregrinación. Con un verso ágil que usa el lenguaje diario en complicados patrones de rima, el supuestamente frívolo bueno para nada creó al inolvidable personaje Harold, modelo de futuros héroes románticos: apasionado pero reflexivo, egocéntrico y orgulloso pero solitario, ansioso de aventuras pero también cansado del mundo. Es de hecho, el doble de su autor.
En febrero de 1812, el noble de 24 años regresó a Inglaterra y pronunció su primer discurso ante Cámara de los Lores, una airada defensa de las tejedoras de Nottingham. Pocos la oyeron. Pero poco después el político novicio se convirtió en un poeta famoso. La primera edición de La Peregrinación de Childe Harold se agotó en tres días.
Al poco tiempo, sus enredos con hermosas mujeres casadas y sirvientas se hicieron la comidilla de la ciudad.
Augusta, su hermanastra del primer matrimonio de “Jack el Loco”, se parecía tanto a Byron en aspecto y carácter que la consideró su alter ego, su imagen en el espejo. Inquieta por un matrimonio infeliz, inició una relación con Byron. Augusta dio a luz a una hija que bien puedo haber sido de él.
Byron trató de “refugiarse” de la comidilla de la sociedad mediante un matrimonio convencional con la joven rica e inexperta Annabella Milbanke. Tuvieron una hija, pero Annabella lo dejó luego de un año de matrimonio, ofendida por su maltrato y asqueada por sus exigencias sexuales. El poeta más famoso del país se convirtió en un desprestigiado paria social.
Una vez más, Byron buscó alivio y aventura en el extranjero. Partió el 24 de abril de 1816. Vivió un tiempo en Venecia, lanzándose con su acostumbrado fervor a juegos sexuales de todo tipo y permitiéndose otras formas de libertinaje.
Durante esos años Byron escribió un tercer canto de La Peregrinación, Manfred y otros poemas conocidos, así como el inicio de Don Juan, otra obra épica basada en sus propios sentimientos y experiencias. En 1822, su hija ilegítima Allegra, engendrada con Claire Clairmont, murió de malaria a los cinco años. Poco después supo que su buen amigo el poeta Percy Bysshe Shelley se ahogó sorpresivamente en el golfo de la Spezia mientras navegaba durante una tormenta.
Al cabalgar bajo una delgada lluvia, Byron contrajo una fiebre persistente. Se decidió sangrarlo y, desde luego, su condición empeoró mientras el seudo-tratamiento progresaba. Su agonía se prolongó durante semanas. Hacia el final, murmuró a su médico: “¿Cree acaso que temo por mi vida? ¿Para qué lamentarse? ¿Es que no gocé de ella más allá de toda medida?”
Lord Byron murió el 19 de abril de 1824, en el aniversario de la muerte de Allegra.

Nace un monstruo


Una de las tardes más aburridas de la historia dio origen a un personaje imaginario que ha aterrado y fascinado al mundo entero. En una noche de tormenta de 1816, un notable grupo reunido en la Villa de Diodati de lord Byron, junto al lago Ginebra, leía en voz alta historias de fantasmas junto a la chimenea mientras el viento aullaba y la lluvia golpeaba insistentemente contra las ventanas. Los huéspedes de Byron eran el poeta Percy Bysse Shelley, su futura esposa Mary Godwin, la hermanastra de Mary, Claire Clairmont, y su médico John Polidori.
Fastidiado por el mal clima y aburrido por este entretenimiento, Byron sugirió una competencia para escribir la mejor historia de horror. Poco después, el grupo consideraba la posibilidad de comprender el secreto de la vida y discutió si la electricidad no “podría restaurar la vida y crear un ente vivo a partir de la suma de diferentes partes muertas”.
Mucho después de medianoche, tal como acostumbraban, los residentes de la villa se retiraron. Mary en un estado de excitación durmió mal. En duermevela tuvo una horrible visión: “Vi a un pálido adepto de las artes malditas arrodillándose junto al ser que ensambló. Vi al abominable fantasma de un hombre yaciendo cuan largo era y, de pronto, con la ayuda de una enorme máquina, dio señales de vida y se movió de modo torpe.” Sobresaltada, Mary halló su historia de horror. Publicada dos años más tarde, el Frankenstein de Mary Shelley ha perdurado a través de más de un siglo y originó innumerables secuelas e imitaciones tanto en literatura como en el cine.

Fragmentos de: Secretos y misterios de la historia, Reader’s Digest, 1995.


sábado, 7 de junio de 2014

Borges

Espadas



Gram, Durendal, Joyeuse, Excalibur.
Sus viejas guerras andan por el verso,
que es la única memoria. El universo
las siembra por el Norte y por el Sur.
En la espada persiste la osadía
de la diestra viril, hoy polvo y nada;
en el hierro o el bronce, la estocada
que fue sangre de Adán un primer día.
Gestas he enumerado de lejanas
espadas cuyos hombres dieron muerte
a reyes y serpientes. Otra suerte
de espadas hay, murales y cercanas.
Déjame, espada, usar contigo el arte;
yo, que no he merecido manejarte.


Jorge Luis Borges

El oro de los tigres – Emecé Editores, 2005