viernes, 23 de mayo de 2014

César Aira

Los fantasmas
El 31 de diciembre a la mañana el matrimonio Pagalday visitó el piso, ya de su propiedad, en la obra de la calle José Bonifacio 2161, en compañía de Bartolo Sacristán Olmedo, el paisajista que habían contratado para que dispusiera las plantas en los dos amplios balcones del departamento, frente y contrafrente. Subieron por las escaleras cubiertas de escombros hasta el nivel de la mitad de la estructura: el piso que habían adquirido era el tercero. El edificio estaba fraccionado en pisos enteros. Además de los Palgaday, había sólo seis propietarios más, todos los cuales se apersonaron esa mañana, la última del año, para verificar los progresos de la construcción. Los albañiles se afanaban visiblemente. Hacia las once, era un caos de gente. Para decir la verdad, era la fecha en que según los contratos debían entregarse los siete pisos terminados; pero como suele suceder, hubo una demora. Félix Tello, el arquitecto de la empresa constructora, subió y bajó cincuenta veces atendiendo a las inquietudes de los copropietarios, que en general se presentaron acompañados: el que no traía al alfombrista para medir los pisos, traía el carpintero, o al ceramista, o a la decoradora. Sacristán Olmedo hablaba de las palmeras enanas que harían hileras en los balcones, mientras los niños Pagalday correteaban por las habitaciones sin pisos ni puertas ni ventanas. Estaban colocando los acondicionadores de aire, antes que los ascensores, que esperaban turno para después del feriado. Por ahora utilizaban los huecos para izar materiales. Con tacos altísimos, las señoras trepaban las escaleras polvorientas y llenas de cascotes; como tampoco estaban puestas las barandas, debían ser especialmente cautelosas. El primer nivel subterráneo era el de las cocheras, comunicado con la acera por una rampa todavía desprovista de su pavimento especial antideslizante. El segundo, las bauleras o depósitos. Encima del sexto piso, la pileta de natación climatizada y el salón de juegos, con un amplio panorama de techos y calles. Y el departamento del portero, que aunque estaba tan incompleto como el resto de la obra ya albergaba, desde hacía meses, a una familia, la del sereno Raúl Viñas, un albañil chileno de toda confianza, aunque se había revelado un tremendo borracho. El calor era sobrenatural. Asomarse desde allí arriba, peligroso. Faltaban los vidrios que cercarían toda la terraza. Los visitantes retuvieron a los niños lejos de los bordes. Es cierto que los ambientes en construcción parecen más chicos de lo que resultan una vez que están colocadas las ventanas, las puertas y los pisos. Eso todo el mundo lo sabe; sin embargo, también parecían más grandes. Domingo Fresno, el arquitecto que haría la decoración del segundo, se paseaba inquieto por ese extenso laberinto, como sobre las arenas de un páramo. Tello había hecho más o menos bien su trabajo. El edificio, por lo menos, se sostenía sobre sus cimientos; también podría haberse fundido como un helado bajo el sol. Del primero no había venido nadie. En el cuarto los Kahn, un matrimonio más bien mayor con dos hijas jóvenes, se hallaban acompañados de la decoradora, la extraordinaria Elida Gramajo, que hacía cálculos de cortinados en voz alta. Todos los detalles debían ser tenidos en cuenta. La exposición de cada detalle requería que se midiera su espacio propio y el circundante. Cada milímetro de las tres dimensiones de esa gran jaula de hormigón era medido consiguientemente. Una dama vestida de violeta resoplaba en las escaleras entre el quinto y el sexto. Otros no necesitaban tomarse el trabajo: subían y bajaban flotando, inclusive a través de las losas. La demora que se había producido no incomodaba a los dueños, y no sólo porque contra la entrega debía completarse el pago de las unidades; es que preferían disponer de un poco de tiempo extra para gestionar los preliminares de mobiliario y confort. Las mediaciones expandían el espacio ilusoriamente disminuido; del mismo modo se expandía el lapso de la mudanza. Además habría sido violento tomar posesión justamente el día de fin de año. En el quinto piso, Dorotea y Josefina Itúrbide Sansó, dos niñas de cinco y tres años, levantaban polvo de cal con sus piecitos calzados en sandalias, mientras los padres conversaban apaciblemente con Félix Tello. Este último se excusó para saludar a la dama de violeta y la acompañó al piso superior. Hubo presentaciones con los Kahn, que bajaban del salón común de esparcimiento. Los Pagalday en tanto se asomaban al balcón sobre la calle Bonifacio, a la altura de los grandes plátanos. Aunque no tenían las verjas protectoras, los balcones de balaustradas altas eran el sitio más seguro por el momento para los niños. Había una gran puerilidad esa mañana. Todo era de los niños. A la expansión producida por las medidas, y el sentimiento de contracción propio del peligro, se superponía el mundo infantil. El universo real se mide en milímetros, y es gigantesco. Donde hay niños, hay siempre una mediación en las dimensiones. Los decoradores eran artesanos de miniaturas. Además, esa gente pudiente y este negocio suculento tenían ambos por objeto la comodidad de los niños, sin los cuales sus padres habrían preferido vivir en hoteles. Horribles hombres semidesnudos, los albañiles iban y venían entre ellos. La frontera entre pobres y ricos, entre seres humanos y bestias, era una raya temporal; donde ahora estaban unos, dentro de un tiempo estarían los otros; el treinta y uno, a despecho de su simbolismo, aludía con cruda obviedad a esta situación. Que los pobres también tenían derecho a ser felices, y que inclusive podían serlo, es otra verdad incontrastable. Entre las cantidades grandes y pequeñas de dinero, el mediador es el uso, y más aun la diversidad de usuarios; la posesión por otro lado es tan momentánea como la conjunción que se había dado en la obra esa mañana. Fresno se proponía colocar tantas plantas adentro como Sacristán Olmedo afuera. En cierto sentido, todos ellos eran paisajistas. Es más, por el momento todo era exterior. El edificio estaría terminado cuando todo se volviera interior. Un pequeño universo íntimo y blindado. El mismo Félix Tello se borraría como una nubecilla de polvo aventada por el paso de los años. Los niños crecerían aquí, al menos por un tiempo. La familia de la planta baja, de apellido López, tenía hijos pequeños, y se hallaba en el patio cuadrado del fondo, ya embaldosado, rojo. Los del segundo, que llegaron al mediodía, eran los padres de la dama de violeta que viviría en el sexto: vinieron con los hijos de ella. Era difícil que pudiera haber más niños; cada uno de ellos tendría su paisaje privado, uno encima del otro. La Gramajo se había pasado tres horas tomando notas, apuntando números que sacaba del espacio. La señora de Itúrbide dijo haber visto un monstruo horrible gordo como un luchador de sumo. Era un santiagueño. Por el hueco del ascensor había una plataforma con baldes jalada por un motorcito. Hacia la una, cuando se retiraban, hubo una improvisada reunión en la planta baja, donde estaba más fresco. Desde el último piso se veía el patio de la comisaría, que estaba a la vuelta, en la calle Bonorino. Un caballero mayor, el carpintero de los López, había tomado medidas de varias paredes para construir bibliotecas y armarios. Dada la modalidad de adquisición adelantada, todos habían preferido hacer los armarios a su gusto. La constructora había propuesto una empresa de carpintería que terminó haciéndose cargo de cuatro de los pisos: sus talleres recibirían las órdenes directamente de los decoradores. Abajo, mientras los padres conversaban, varios chicos observaban a los peones llenado de escombros una gran tolva de metal en la calle; subían las carretillas por un tablón inclinado que atravesaba la vereda; las señoras que venían con los changuitos cargados del supermercado de la esquina, para la comilona de la noche, debían bajar a la calle, maniobra que ejecutaban a disgusto. Domingo Fresno conversaba con un joven arquitecto de barba, conocido suyo, que haría la decoración del sexto. Encontraban que su momento de entrar en acción se aproximaba vertiginosamente: aunque la obra tenía todo el aspecto de incompleta y precaria, con tanto escombro y espacios abiertos, cualquier día de éstos podía estar terminada. Elida Gramajo, que ya se había retirado, pensaba lo mismo. Menos conscientes, los propietarios pensaban otra cosa. Pero eran ellos quienes debían haber visto desvanecerse en el aire, como globos que reventaran sin ruido, y sin dejar huellas, a los albañiles. Los electricistas dejaron de trabajar a la una en punto y se fueron. Tello conversó un momento con el jefe de la cuadrilla y después fueron a examinar los planos, en los que se entretuvieron un buen cuarto de hora. El pasado de los cables se hacía muy rápido, y los enchufes y todo lo demás podía quedar listo en una tarde. Los padres de la señora de violeta subieron con los niños a ver el salón superior y la piscina; esta tenía ya su revestimiento de pequeños azulejos celestes. Una mujer delgadísima y mal vestida colgaba ropa en un cordel, en lo que sería el patio del departamento del portero. Era Elisa Vicuña, la mujer del sereno. Los visitantes levantaron la vista a la forma extraña e irregular del tanque de agua, que coronaba el edificio, con la gran antena parabólica que alimentaría las imágenes televisivas de todos los pisos. En el borde de esta antena, un borde afilado de metal en el que no se habría atrevido a posarse un pájaro, estaban sentados tres hombres enteramente desnudos, con la cara vuelta hacia el sol del mediodía; por supuesto nadie los vio.

César Aira (1990)



Fragmento inicial de Los fantasmas, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano S.R.L., 1990

César Aira es un escritor argentino nacido el 23 de febrero de 1949, en Coronel Pringles. Ha publicado más de 60 obras

miércoles, 7 de mayo de 2014

Poesía de los pueblos originarios

El viento transmite el sonido de las hojas…

El viento transmite el sonido de las hojas
es la voz de un indómito pueblo
por miles de estrellas protegida.

             Rayen Kvyeh

Rayen Kvyeh (Flor de Luna) nació en Huequén, Novena Región, y se crió en medio de la cultura mapuche. En 1972 y 1973 cursó estudios de teatro en el Taller Experimental de Teatro de la Universidad de Concepción. Durante los años 1976-1978 se desempeñó como directora del Teatro Trigal en Concepción, donde además escribió y dirigió la obra de teatro infantil El Sueño de Mariluz. Fue prisionera de la dictadura militar y salió al exilio en diciembre de 1981, radicándose en Alemania. Allí dirigió el Teatro Las Hormigas en Freiburg durante los años 1982-1983. Participó en la redacción de la revista Blätter des IZ3W y publicó en ésta crónicas y poemas, y dirigió y escribió crónicas en la revista Huerquén del Comité Exterior Mapuche. Fue en Europa, lejos de Chile y de la tierra, que sufrió un proceso de identificación con la cultura mapuche. Decidió cambiar su nombre (originalmente se llamaba Rosa Zurita) y empezó a escribir la historia del pueblo mapuche. El año 1989 publicó en Alemania Wvne coyvn ñi kvyeh / Mond der ersten Knospen, el primer libro de una trilogía, en idioma mapudungun y alemán. Regresó a Chile el mismo año. En 1993 recibió en el Taller Internacional de Poesía del Caribe y del Mundo un homenaje de reconocimiento por su trabajo poético y el año siguiente se publicaron sus poemas en la antología poética editada por la Unión Nacional de Escritores y Artistas Cubanos (UNEAC). En julio de 1995 recibió el premio José María Heredia en Santiago de Cuba en el V Taller Internacional de Poesía del Caribe y del Mundo. Actualmente vive en la ciudad de Temuco, donde dirige la Casa de Arte-Ciencia-Pensamiento Mapuche (Mapu Ñuke-Kimce Wejiñ) y la revista Mapu Ñuke. Fuera de esto, trabaja en la publicación de su poesía en Chile; a mediados de 1997 autoeditó Wvne coyvn ñi kvyeh / Luna de los primeros brotes, en mapudungun y castellano.
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