viernes, 31 de agosto de 2012

Poesía romántica


Rima II

Saeta que voladora
Cruza, arrojada al azar,
Sin adivinarse donde
Temblando se clavará:


Hoja que del árbol seca
Arrebata el vendaval,
Sin que nadie acierte el surco
Donde a caer volverá;

Gigante ola que el viento
Riza y empuja en el mar,
Y rueda y pasa y no sabe
Qué playa buscando va;

Luz que en cercos temblorosos
Brilla próxima a expirar,
Ignorándose cuál de ellos
El último brillará;

Eso soy yo, que al acaso
Cruzo el mundo, sin pensar
De dónde vengo, ni adonde
Mis pasos me llevarán.

Gustavo Adolfo Becquer
Rimas, Buenos Aires, Editorial Sopena, 1963



Dos caras de la literatura


Una reflexión acerca de la literatura

La literatura (incluida lo que propongo llamar la “pequeña literatura” contenida, como conjunto de hipótesis, escenas y personajes más o menos ficcionales, en el interior de un cuerpo teórico) presenta, respecto a las teorías que se proponen describir o explicar el mundo, dos grandes diferencias. Una es que la literatura no trabaja con situaciones empíricas, sino con estilizaciones que permiten prestar menos atención a los detalles y más a lo fundamental. La otra es que, precisamente por eso, la literatura puede adelantarse a su tiempo y ayudarnos a pensar situaciones que el mundo todavía no presenta. A diferencia de las ciencias sociales, y a diferencia también de la razón filosófica, que levanta vuelo ―según una imagen célebre― sólo después de las cosas ya pasaron, la literatura (incluida, insisto, la que eventualmente habita la teoría) no piensa sobre las cosas hechas, cristalizadas y sedimentadas en la historia, sino sobre las tensiones vivas de su tiempo, del que se desprenden tendencias o posibilidades a las que puede atrapar, antes aun de que se concreten, de que se materialicen, de que se vuelvan realidad social y actualidad histórica, en su ser pura posibilidad.

Eduardo Rinesi
Fragmento de: Las máscaras de Jano: notas sobre el drama de la historia, Buenos Aires, Editorial Gorla, 2009

sábado, 25 de agosto de 2012

Sobre la novela policial


De la popularidad de la novela policíaca

 
Sin duda, alguna novela policíaca muestra todas las características de una rama floreciente de la literatura. En las encuestas periodísticas sobre los “best-sellers”, ciertamente, apenas se la menciona, pero de ahí no hay que inferir en medio alguno que no se cuente entre la “literatura”. Es mucho más probable que la gran masa realmente siga prefiriendo la novela psicológica y que la novela policíaca sea únicamente exaltada por una comunidad de aficionados, numéricamente poderosa, aunque no abrumadora. Entre éstos, no obstante, la lectura de novelas policíacas ha tomado el carácter y la fuerza de una costumbre. Una costumbre intelectual.
No se puede llamar con la misma seguridad ocupación intelectual a la lectura de novelas psicológicas (¿o habrá que decir literarias?), pues la novela psicológica (literaria) se abre al lector a través de unas operaciones esencialmente distintas del pensar lógico. La novela policíaca tiene por objeto el pensar lógico y exige del lector un pensar lógico. Está cerca del crucigrama, en ese sentido.

Por consiguiente, tiene un esquema y esgrime su fuerza en la variación. Ningún autor de novelas policíacas sentirá el menor escrúpulo en situar su asesinato en la sala de biblioteca de una quinta de recreo propiedad de un lord, aunque es de lo más poco original. Los caracteres raramente varían y motivos para el asesinato los hay muy pocos. Ni en la creación de nuevos personajes ni en el hallazgo de nuevos motivos para el hecho interviene el buen escritor policíaco mucho talento o reflexión. No es eso lo que interesa. Quien al enterarse de que la décima parte de los asesinatos ocurre en un patio rectoral exclama: “¡Siempre lo mismo!”, es que no ha comprendido la novela policíaca. De la misma manera podría exclamar en el teatro al levantar el telón: “¡Siempre lo mismo!”. La originalidad está en otra cosa. El hecho de que una característica de la novela policíaca sea la variación de elementos más o menos fijos, es incluso lo que confiere a todo el género su nivel estético. Es uno de los rasgos de una rama culta de la literatura.

Por lo demás, el “siempre lo mismo” del profano se basa en el mismo error que el juicio del hombre blanco que dice que todos los negros se parecen. Hay gran número de esquemas para la novela policíaca, sólo es importante que sean esquemas.
Como el mundo mismo, la novela policíaca está en manos de los ingleses. El código de la novela policíaca inglesa es el más rico y homogéneo. Goza de las reglas más estrictas, y éstas están consignadas en buenos ensayos literarios. Los americanos tienen esquemas mucho más débiles y se hacen culpables, desde el punto de vista inglés, de ir a la caza de originalidad. Sus asesinatos ocurren en serie y tienen carácter de epidemia. En ocasiones sus novelas decaen en obras efectistas, es decir, el efecto (thrill) ya no es espiritual, sino puramente nervioso.
La buena novela policíaca inglesa es ante todo fair. Demuestra robustez moral. To play the game es cuestión de honor. El lector no es engañado, se le somete todo el material antes de que el detective resuelva el enigma. Se le pone en condiciones de acometer él mismo la solución.
Es asombroso hasta qué punto el esquema fundamental de la buena novela policíaca recuerda el método de trabajo de nuestros físicos. Primero se toma nota de ciertos hechos. Tenemos un cadáver. El reloj está roto y señala las dos. El ama de llaves tiene una tía rebosante de salud. El cielo esa noche estaba nublado. Etcétera, etcétera. Luego se levantan hipótesis de trabajo que abarquen los hechos. Al añadir nuevos hechos o al perder su valor otros anotados, nace la necesidad imperiosa de buscar una nueva hipótesis de trabajo. Por último viene la prueba de la hipótesis: el experimento. Si la tesis es buena, el asesino tiene que salir en tal y tal momento y en tal y tal lugar. Es decisivo no desarrollar las acciones a partir de los personajes, sino los personajes a partir de las acciones. Uno ve a la gente actuar, en fragmentos. Sus motivos son dudosos y tiene que descubrirse por lógica. Como hipótesis decisiva de sus acciones se toman sus intereses, y casi exclusivamente sus intereses materiales. Son éstos los que se busca.
Se ve aquí la aproximación al punto de vista científico y la enorme distancia con respecto a la novela psicológica introspectiva. Todo el sistema de concepción del escritor de novelas policíacas está influenciado por la ciencia.
Podemos mencionar aquí el hecho de que también en la novela literaria moderna, en Joyce y Dos Passos, hay que constatar un cisma evidente entre psicología subjetiva y objetiva y que incluso en el reciente verismo americano afloran tales tendencias, aunque en este caso podía tratarse nuevamente de regresiones. Naturalmente hay que guardarse de apreciaciones estéticas para ver la relación entre las obras sumamente complicadas d Joyce, Döblin y Dos Passos y la novela policíaca de Sayers, Freeman y Rhode. Si, sin embargo, se ve la relación, se descubre que la novela policíaca con todo su primitivismo (no sólo de tipo estético), satisface las necesidades de los hombres de una época científica incluso más que las obras de vanguardia.
Nos divierte la manera como el escritor de novelas policíacas consigue de nosotros juicios lógicos, obligándonos a abandonar nuestros perjuicios. Tiene que dominar para ello el arte de la seducción. Tiene que dotar a las personas involucradas en el asesinato tanto de rasgos poco simpáticos como de rasgos atractivos. Tiene que provocar nuestros prejuicios. El viejo botánico filantrópico no puede ser el asesino, nos hace exclamar. De un jardinero con antecedentes penales, dos veces por caza furtiva, se puede creer todo, nos hace suspirar. Nos induce a error con sus descripciones de caracteres.
Advertidos mil veces (con la lectura de mil novelas policíacas), siempre olvidamos de nuevo que sólo el motivo y la ocasión deciden son siempre las circunstancias sociales que hacen posible o necesario el crimen: violentan el carácter, de la misma manera que lo han formado. Naturalmente, el asesino es una mala persona, pero para descubrir esto tenemos precisamente que poder colgarle el asesinato. La novela policíaca nos señala un camino más directo para descubrir su moral. Y así nos quedamos en la pesquisa del nexo causal.
Fijar la causalidad de las acciones humanas es el placer intelectual principal que nos ofrece la novela policíaca.
Las dificultades de nuestros físicos en el campo de la causalidad las encontramos indudablemente por doquier en nuestra vida cotidiana, pero no en la novela policíaca. En la vida cotidiana, por lo que a situaciones sociales se refiere, tenemos que conformarnos con una causalidad estadística, al igual que los físicos en determinados campos. En todas las cuestiones existenciales, quizá con la única excepción de las más primitivas, tenemos que contentarnos con cálculos de probabilidad. El que con tales y tales conocimientos obtengamos al y tal colocación, es algo que puede ser sumamente probable. Ni siquiera para nuestras propias decisiones podemos aducir motivos unívocos, y menos aún para las de otros. Las ocasiones que encontramos son extraordinariamente confusas, veladas, borrosas. La ley de la causalidad funciona muy a medias.
En la novela policíaca vuelve a funcionar: algunos ardides allanan las fuentes de perturbación. El campo visual está hábilmente comprimido. Las conclusiones se hacen posteriormente, partiendo de las catástrofes. De esta manera nos colocamos en una posición, desde luego muy favorable a la especulación.
Al mismo tiempo podemos utilizar en ellas un raciocinio que la vida ha ido desarrollando en nosotros.
Llegamos a un punto esencial de nuestro pequeño estudio de por qué las operaciones intelectuales que la novela policíaca nos facilita, son tan enormemente populares en nuestro tiempo.
Hacemos nuestras experiencias en la vida de forma catastrófica. De las catástrofes tenemos que deducir el modo como funciona nuestra vida social en común. En relación con las crisis, depresiones, revoluciones y guerras tenemos que inferir, pensando, la “inside story”. Ya con la lectura de los periódicos (pero también de las facturas, cartas de despido, órdenes de alistamiento, etc.) percibimos que alguien debe de haber hecho algo para que aconteciera la catástrofe que está a la vista. ¿Qué ha hecho, pues, alguien, y quién ha sido? Detrás de los acontecimientos que nos comunican sospechamos otros hechos que no nos comunican. Son los verdaderos acontecimientos. Sólo si los supiéramos, comprenderíamos.
Sólo la historia puede ilustrarnos acerca de estos verdaderos acontecimientos en la medida que sus actores no consiguen mantenerlos en absoluto secreto. La historia se escribe después de las catástrofes.
Esta situación de base en que se encuentran los intelectuales, debe ser objetos y no sujetos de la historia, desarrolla el tipo de reflexión que pueden poner en práctica con fruición en la novela policíaca. La existencia depende de factores desconocidos. “Debe de haber sucedido algo”, “algo se está fraguando”, “se ha producido una situación” esto sienten, y el espíritu sale de patrulla. Pero la claridad no llega hasta después de la catástrofe, si es que llega. El asesinato ha ocurrido. Pero ¿qué se ha estado fraguando antes? ¿Qué había sucedido? ¿Qué situación se había producido? Bien, tal vez pueda deducirse.
Este punto puede no ser el decisivo, probablemente no es más que un punto entre otros. La popularidad de la novela policíaca tiene muchas causas. De todos modos ésta me parece una de las más interesantes.

Bertrold Brecht


“Consumo, placer, lectura”, El juego de los cautos Daniel Link, compilador, La Marca, 1992 

sábado, 18 de agosto de 2012

Lucas Rozenmacher



Percepción


Montada en el caballo, los árboles la atravesaban al cruzar
el bosque que se conectaba con la esquina pintarrajeada
que rezaba belleza y felicidad.
El pequeño balcón aparecía desde el c.o.d.o. inclinando su
piso haciendo diagonal.
Mientras con un remolino natural, la instalación destruida
cobraba vida y dejaba de ser postiza para instalarse
definitivamente, hasta que el viento paró y nuevamente
quedó sin vida.


Lucas Rozenmacher (2006)
El cuadrado en la pluma, Buenos Aires, Aurelia Rivera, 2006

Leopoldo Marechal


Teoría y práctica del Monstruo
Prólogo a Historias de Monstruos de Juan Jacobo Bajarlía
 
La construcción de un monstruo, concebida y reali­zada por él arte o la ciencia, es un quehacer legítimo de los humanos cuando el monstruo responde a una "nece­sidad' previa y a una "meditación" consiguiente a dicha necesidad: lo que no se tolera nunca es un monstruo que nace de la casualidad, por una incompetencia del artí­fice o del científico. ¿Qué necesidades pueden llevar al hombre hasta la construcción de un monstruo? Desde los tiempos más antiguos la metafísica debió acudir a la in­vención de criaturas monstruosas para simbolizar las "causas" primeras o segundas y sobre todo sus mutuas incidencias en el orbe creado, lo cual requiere una com­binación de formas distintas en un solo animal. De tal modo, la Esfinge del tebano Edipo, el Querub del pro­feta Ezequiel o cualquiera de los monstruos que lanzó la mitología no son al fin sino claves esotéricas o símbo­los metafísicos de lectura fácil para el que conoce las leyes de tal idioma.

Sin embargo, hay otros monstruos de creación huma­na que no responden a esa vieja necesidad metafísica: son los que inventó, inventa e inventará el hombre para manifestar una "extensión posible" de su propia natura­leza, tanto en el bien como en el mal, o una "puesta en acto" de sus virtualidades luminosas u obscuras. La cons­trucción de un robot no expresaría, en última instancia, sino el anhelo que siempre tuvo el hombre de vencer sus conocidas limitaciones en el tiempo, en el espacio, en la fuerza física o en el poderío intelectual. Por ejemplo, un "cerebro electrónico" (que al fin de cuentas no es otra cosa que una útil monstruosidad) realiza el sueño de ex­tender hacia lo indefinido una potencia de cálculo tan limitada como la del hombre. De igual modo, y en la esfera de lo demoníaco, un genio signado por la maldad concentrará en un monstruo de su invención toda la po­tencia de su furia destructora. Hoy día la ciencia, al ad­mitir como posible la habitabilidad de otros mundos por seres inteligentes, estimula la imaginación de la "fanta-ciencia" que se ha lanzado a la creación de monstruos en hipótesis que obedecen a dos tendencias anímicas dife­rentes: si la tendencia es optimista, los monstruos extraterrestres han de ser portadores sublimes de una luz que nos falta y de una paz que no tenemos; si la tendencia es pesimista, serán monstruos crueles y de técnicas avan­zadas que aspiran a dominarnos o destruirnos. La misma ley de "necesidad" actúa en todos los casos.

El presente libro de Juan Jacobo Bajarlía responde al segundo linaje de monstruos que acabo de referir. Al tratarlos, Bajarlía se nos presenta como un "zoólogo" de la monstruosidad en tanto que ciencia: él ha rastreado en la historia de ayer y en la de hoy las huellas plántales de esas criaturas que ha engendrado el hombre como paradigmas de sus ensueños o delirios. Pero Bajarlía, además de un erudito en la materia, es un artífice que ha instalado su Museo con la gracia viviente del arte.

Buenos Aires, mayo de 1968
                                                                       Leopoldo Marechal

 EDICIONES DE LA FLOR S.R.L., 1969

martes, 7 de agosto de 2012

Conociendo un poco más a Borges joven


Llega un nuevo y recomendable ensayo sobre el Borges poeta

 

En "Jorge Luis Borges. Un intelectual en el laberinto semicolonial", el historiador Norberto Galasso busca detectar qué motivos llevaron al autor de "Ficciones" a pasar de un apasionado criollismo plasmado en sus poemas de juventud al irónico escepticismo político.

Escribe Juan Rapacioli (Especial de Télam)

El ensayo, publicado por Colihue, va en busca del joven Borges, un poeta formado a la manera británica que sin embargo supo correrse de la línea familiar y ampliar su búsqueda literaria por barrios porteños que lo fascinaron y le otorgaron elementos estéticos para configurar una mitología de gauchos, compadritos y cuchilleros que dejó una huella incomparable en la literatura argentina.
Pero algo fue cambiando en la vida del escritor, que lo distanció, entre otras cosas, de su temprano yrigoyenismo, y lo encaminó hacia una nueva forma de concebir la literatura, donde los juegos con el tiempo, lo fantástico y lo onírico cobrarían más importancia que las viejas aventuras poéticas que alguna vez dedicó, incluso, a don Juan Manuel de Rosas o a la Revolución Rusa, y que luego se encargaría de suprimir.
"Este ensayo intenta -dice Galasso en la introducción-, abordar este misterio de los dos Borges, pero señalando que no es al poeta a quien queremos sentar en el banquillo de los acusados, sino a quienes han sido responsables de esa ruptura en su obra y su vida, es decir, a la superestructura cultural montada por la clase dominante para ayudar a mantener el orden consagrado que resguarda sus privilegios".
- ¿Cuándo se interesó por la compleja relación de Borges con la política?
-Cuando leí "El compadre", un poema claramente borgeano, firmado por un tal Manuel Pinedo.
Me llamó mucho la atención esa forma de criollismo. Entonces fui a verlo a César Tiempo, que conocía infinidad de gente en el mundo literario, y me dijo que Pinedo no existía.
Era un seudónimo. Más tarde, en reportaje con un antropólogo, Borges reconoce que efectivamente es un poema suyo.
Me encantaban sus mitologías barriales, como sus milongas, aunque después lo escuchaba decir cosas horrendas sobre el pueblo, el tango y la política.
- ¿Ahí pensó en la teoría de los dos Borges?
- Claro, empecé a profundizar en Borges, sobre todo en sus declaraciones, como cuando le dice al padre, que era anarquista y vegetariano, que había ido a comer una parrillada con Scalabrini Ortiz, y este, indignado, le pregunta cómo se le ocurre comer vísceras de animales, alegando que en el futuro las carnicerías dejarían de existir.
Pero después, en otro reportaje, Borges menciona que a Scalabrini apenas lo trató y casi no lo conoce. Reniega de esas cosas, diciendo, por ejemplo, que Discépolo era un funcionario peronista que hacía publicidad por radio.
Todo eso me llevó a comprar sus obras completas, leerlas de a poco, y encontrarme con esta idea de que algo había pasado en su vida, obligándolo a rechazar la reedición de sus obras juveniles y encausándolo hacia una literatura que no tenía nada que ver con la latinoamericana.
- ¿Cuál destaca de esas obras suprimidas?
-Es interesante el caso de "El tamaño de mi esperanza" (1926), libro que Borges detestaba y María Kodama reeditó, donde se encuentran reflexiones como que Sarmiento era un indio norteamericanizado, recién llegado a la cultura y que por lo tanto creía que la cultura lo resolvía todo, o las reivindicaciones constantes a Yrigoyen.
Por algún motivo, después de "El hombre de la esquina rosada" (1927), Borges empieza a preocuparse más por las formas literarias que por el contenido y, quizás, "Historia de la eternidad" (1936) marca un punto de ruptura: ese punto está ligado a la muerte del padre, a su creciente ceguera, y a su trabajo en la biblioteca que lo llevó a cenar durante casi 40 años en la casa de Silvina Ocampo y Bioy Casares.
Bioy cuenta muchas cosas en su monumental biografía de Borges. Una de ellas es como ambos se metieron de lleno en la literatura fantástica y policial, géneros que tienden a evadir los problemas del lugar donde uno vive.
Pero, sin embargo, en las milongas, se da como una recuperación del Borges joven. El fascinado con los temas barriales y gauchescos.
- ¿Esas contradicciones son parte del laberinto semicolonial?
- A eso me refiero, a medida que escribía el libro, me fui dando cuenta de que hemos sido un poco injustos con Borges.
No le perdonamos ni una de las ironías políticas que decía. Y, en realidad, él también fue víctima de los dominios de la oligarquía, que lo frustraron como una gran posibilidad nacional.
Creo que Borges arrastró consigo esa dualidad: fue un hombre gélido, europeizante, lúdico y enciclopédico, pero también fue un poeta que conoció las noches, los barrios porteños, los prostíbulos y las peleas a bastón limpio.

27-07-2012 
Fuente: 
Telam

sábado, 4 de agosto de 2012

El romanticismo en el Río de la Plata


Echeverría: El héroe romántico
 

Envidio vuestro destino. Yo he gastado la vida en los combates estériles del alma convulsionada por el dolor, la duda y la decepción; vosotros se la disteis toda entera a la patria.

Es la dedicatoria de la Ojeada retrospectiva, publicada en Montevideo en 1846, a los "mártires sublimes" de la lucha contra Rosas. En los momentos más inesperados, Echeverría construye este personaje romántico: una subjetividad torturada, inestable, perpleja. Esta máscara no impidió que se lo reconociera como jefe intelectual o que fuera unánimemente elegido Presidente de la Joven Argentina en 1838. En ese año, dirigidas a la Juventud Argentina, redacta las "Palabras simbólicas", cuya edición posterior está precedida por una tirada sobre la condición del exilio, escrita en un tono próximo al de la poesía, que evoca el fraseo byroniano:

Errantes y proscriptos andamos como la prole de Israel en busca de la tierra prometida (...). He aquí la herencia que nos ha caído en suerte: oscuridad, humillación, servidumbre (...). Raza de maldición, parecemos destinados por una ley injusta a sufrir el castigo de los crímenes y errores de la generación que nos dio el ser. 

¿Cómo pueden coexistir en Echeverría, y ser aceptados por sus contemporáneos (con la excepción de Sarmiento) el perfil de un guía intelectual con el estilo, la Psicología y las imágenes de un tipo byroniano? Se trata, una vez más, de la legitimación romántica de la sensibilidad y la melancolía. […] El liberalismo político no encontró razones para privarse de cultivar una subjetividad melancólica. A este dolorismo laico que, en Europa, se despliega en los tópicos del destino, la condena y el exilio, se suma, en el Río de la Plata, la amenaza bien concreta de un exilio inminente cuyo camino ya han comenzado a recorrer los políticos e intelectuales antirrosistas. En la construcción de su personaje, Echeverría hace que concurran dos destinos: el de su situación política en un medio hostil al programa de la Joven Argentina, y el de la condición humana en sus versiones poéticas de Byron a Lamartine. La caída de la humanidad atraviesa como tema filosófico y religioso las Meditaciones de Lamartine, que Echeverría conocía de sobra; en ellas, además, Byron parece haber proporcionado no sólo la ocasión de las dedicatorias, sino también el modelo de la desesperación provocada por la pérdida del origen y el desconocimiento de la dirección en la que el destino impulsa a los hombres. El tema se repite en la poesía y el teatro románticos y parece aceptable no sólo en el discurso del poeta y del dandy, sino también en el del hombre público: en Lamartine, Echeverría pudo aprender que la melancolía no estaba reñida con la ambición política.

El héroe romántico es autoconciente. Insatisfacción y sentimiento de originalidad son ejes del conglomerado que produce una psicología cultural donde se incluyen los personajes y las máscaras de los escritores: Rene, Hernani, Childe Harold, Mazeppa, Caín y Rousseau, Chateaubriand, Senancour, Constant.  No hay razón para que Echeverría no se alineara en esta genealogía ni para que sus contemporáneos pensaran que este perfil cultural era incompatible con la acción pública. Precisamente Jouffroy, respetado en el Río de la Plata, había definido el sentimiento de carencia que está en el origen de la melancolía moderna: "Lo que falta existe, puesto que nos falta". La idea de pérdida, de caída, de privación de una herencia que obsesiona a los personajes de la literatura, bien podía ser traducida en términos de vida pública, en un espacio donde los miembros de la Joven Argentina juzgaban que la política encarnada por Rosas los había privado de un poder que hubieran debido ejercer sobre la base de una doble razón: sus ideas y su juventud. Esta desposesión es un límite considerado ilegítimo e injusto. Con esta certeza que funda una psicología de la insatisfacción se relaciona el deseo de producir aquello que precisamente falta: una nación, una cultura. El "dolor del alma" tiene una dimensión social y pública, pero, al mismo tiempo, origina el ininterrumpido movimiento de la insatisfacción, la búsqueda de la soledad, la introspección y la misantropía. 

[…] Probablemente, los fragmentos autobiográficos planteen menos el problema de contarse, esto es el de la siempre dudosa sinceridad, que el de construir un elenco temático y ensayar la primera persona en su carácter lírico y ficcional. También pueden leerse en estos textos las huellas de un tipo de autobiografía sentimental que Lamartine había practicado en "Destinées de la poésie", aparecido en la Revue des Deux Mondes en 1834 y, luego, como segundo prefacio a las Meditaciones. Como sea, fechados en 1835, estos escritos adoptan la forma epistolar que, por supuesto, tampoco carecía de modelos. Parafraseándolos de muy cerca, Echeverría escribe, en una hoja suelta de julio de 1836:

Condenado estoy a hablar siempre de mí, y por consiguiente, a lo que más he detestado y detesto.

Ritual inauguración del discurso 'sincero', ella es la apertura denegatoria del reino de los sentimientos donde se prueba la excepcionalidad como una virtud: "Cuando los otros reposan, yo estoy agitado; cuando duermen, velo". Apasionado y melancólico, Echeverría se representa como un "sensible" e incurre en todos los tópicos de esa dolencia cultural que, en Francia, se llamó el mal del siglo: la pérdida de las ilusiones, las fantasías de muerte y de huida del mundo, la enfermedad física y la ansiedad espiritual. Tipología literaria más que psicológica, de todos modos (de creerle a la descripción que hace Sarmiento de Echeverría) llegó a sobreimprimirse como una naturaleza.

Como corresponde a un "sensible", y a un romántico, el corazón rige física y efectivamente estos fragmentos:

Mi corazón es el foco de todos mis padecimientos: allí chupa mi sangre y se ceba el dolor; allí está asida la congoja que echa una fúnebre mortaja sobre el universo; allí el fastidio, la saciedad, la hiel de la amargura que envenena todo cuanto toca; allí los deseos impetuosos; allí las insaciables y turbulentas pasiones; allí, en fin, el punto céntrico sobre que gravitan todos mis afectos, ideas y sensaciones (...) Mi corazón está enfermo, y él solo absorbe casi toda la vitalidad de mis órganos. 

Víscera romántica, el corazón organiza la idea del cuerpo, define las áreas del sufrimiento físico y moral, estructura el espacio de las pasiones y proporciona, como Echeverría ya lo ha aprendido en 1829, "el mejor tipo para toda obra poética".

Echeverría también ensaya en estos escritos pequeñas escenificaciones, descripciones de paisajes en donde aparece la llanura, encuentros y desencuentros de los sentimientos y la realidad, sueños y apariciones nocturnas, microrrelatos que anticipan La cautiva, y, entre toda esta miscelánea, el episodio de la muerte de su madre, curiosamente narrado como el de una mujer amada. Más que en los poemas, en estos textos "autobiográficos" (que, en verdad, lo son de manera muy dudosa) está la marca de la lírica romántica y, sobre todo, el aprendizaje de los tópicos leídos en Lamartine o Byron. Son verdaderos ejercicios de trabajo literario, donde se ensaya de manera privada las estrategias de la escritura poética pública. Pese a su convencionalismo, son estéticamente más convincentes que los poemas contemporáneos a su escritura.

Más que contarse autobiográficamente en estos fragmentos, Echeverría imagina la biografía que corresponde al poeta que desea ser. Convencido de que de tales experiencias del alma surge la poesía, las escribe, en prosa, para ensayarlas literariamente, mirarlas desde fuera, combinarlas o repetirlas. Relaciona la esfera privada con sus deberes públicos y se reprocha debilidad frente a la enorme tarea presente (que no describe). Se refiere a la excepcionalidad de su alma de un modo que deberá atenuar en los escritos efectivamente destinados al público. Pero, al mismo tiempo, explora los límites morales e ideológicos de una sociedad sin duda menos transformada que la europea, donde escribieron sus modelos. Traza proyectos y síntesis de poemas futuros.

[…] Los fragmentos "autobiográficos", hojas sueltas, reflexiones y cartas, el proyecto de poemas largos como Gualpo, muestran las marcas estilísticas, retóricas y temáticas del romanticismo de manera mucho más obvia y, si se quiere, exageradamente, que los poemas breves publicados en Rimas y Los consuelos que, con frecuencia, no se diferencian de los escritos leves y de circunstancias de Juan Cruz Varela, el unitario neoclásico a cuyo lugar Echeverría llegó para ocupar con un mensaje nuevo. Este romanticismo exacerbado en la esfera privada, en los ejercicios literarios más que en los trabajos que juzga concluidos y publica, informa no tanto sobre Echeverría como sobre la sociedad rioplatense: si respeta al héroe melancólico, si admite a la poesía junto al discurso político, al mismo tiempo, esa sociedad elige a su poeta más en La cautiva que en la lírica breve.

Echeverría confiaba a los poemas largos, de carácter histórico-político y socio-filosófico, su reconocimiento:

En poesía, para mí, las composiciones cortas siempre han sido de muy poca importancia, cualquiera sea su mérito. Para que la poesía pueda llenar dignamente su misión profética; para que pueda obrar sobre las masas y ser un poderoso elemento social, y no como hasta ahora aquí un pasatiempo fútil, y, cuando más, agradable, es necesario que la poesía sea bella, grande, sublime y se manifieste bajo formas colosales,

escribió en una carta, poco antes de la publicación de Los consuelos. Y, sobre el final de su vida, en Montevideo, termina la redacción de lo que él considera su gran obra, El ángel caído, un don Juan sudamericano "compuesto de elementos sociales de nuestro país". Texto casi imposible de leer hoy, excesivo para las posibilidades literarias de Echeverría, encierra las claves de su programa: representación de la sociedad rioplatense y de la condición moral de la humanidad. Echeverría proyectaba también continuar La cautiva, para terminar representando en su poesía la cultura urbana y la rural, a través de formas que fueran resultado del cruce, aprendido en Byron y Lamartine, del discurso épico-narrativo y el lírico-filosófico. Atrás de estos proyectos quedó escondido, hasta que lo publicó Juan María Gutiérrez treinta años después, el texto de El matadero, tan inexplicable para sus contemporáneos que Gutiérrez lo juzga equivocadamente un ejercicio que luego sería digerido en los versos de Avellaneda.

Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo (1983)

(Fragmentos) ENSAYOS ARGENTINOS - De Sarmiento a la vanguardia, Compañía Editora Espasa Calpe Argentina S.A. / Ariel, 1997


Poetas españoles


El Viajero
                                       

Está en la sala familiar, sombría,
y entre nosotros, el querido hermano
que en el sueño infantil de un claro día
vimos partir hacia un país lejano.

Hoy tiene ya las sienes plateadas,
un gris mechón sobre la angosta frente;
y la fría inquietud de sus miradas
revela un alma casi toda ausente.

Deshójándose las copas otoñales
del parque mustio y viejo.
La tarde, tras los húmedos cristales,
se pinta, y en el fondo del espejo.

El rostro del hermano se ilumina
suavemente. ¿Floridos desengaños
dorados por la tarde que declina?
¿Ansia de vida nueva en nuevos años?

¿Lamentará la juventud perdida?
Lejos quedó ─la pobre loba─ muerta.
¿La blanca juventud nunca vivida
teme, que ha de cantar ante su puerta?

¿Sonríe el sol de oro,
de la tierra de un sueño no encontrada;
y ve su nave hender el mar sonoro,
de viento y luz la blanca vela henchida?

Él ha visto las hojas otoñales,
amarillas, rodar, las olorosas
ramas del eucalipto, los rosales
que enseñan otra vez sus blancas rosas…

Y este dolor que añora y desconfía
el temblor de una lágrima reprime,
y un resto de viril hipocresía
en el semblante pálido se imprime.

Serio retrato en la pared clarea
todavía. Nosotros divagamos.
En la tristeza del hogar golpea
el tictac del reloj. Todos callamos.


Antonio Machado





Poesía Selecta, Editorial Abril, 1987

jueves, 2 de agosto de 2012

Noticias


La escritora Luisa Valenzuela recibirá el Premio "400 años" por su labor cultural
 

La escritora Luisa Valenzuela recibirá el viernes el Premio "400 años" que entrega la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) a referentes culturales que en su obra transmiten su compromiso social, político y de defensa de los derechos humanos.

La cita será al mediodía en el predio universitario cordobés, donde Valenzuela recibirá el galardón de manos de la rectora Carolina Scotto, en el marco de los festejos que se anticipan al 400 aniversario que la casa de altos estudios cumplirá en 2013.

Nacida en Buenos Aires en 1938, Valenzuela escribió novelas, ensayos, cuentos y relatos entre los que se encuentran "Hay que sonreír"; "El gato eficaz"; "Cuidado con el tigre"; "Novela negra con argentinos"; "Realidad nacional desde la cama"; "La travesía"; "Peligrosas palabras" y "El mañana".

Su obra fue traducida al inglés, alemán, francés, portugués, holandés, serbio, farsi y japonés entre otros idiomas; y sus cuentos y ensayos figuran en gran cantidad de antologías universales.

Hija de la escritora Luisa Mercedes Levinson y el médico Pablo Valenzuela Meabe, compartió su infancia con escritores como Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato; y aunque le fascinaban las ciencias naturales desde muy joven, los 17, trabajó en radio y publicó en periódicos como Atlántida.

A los 20 trabajó para Radio Television Francaise en París y en 1961, con una hija de tres años, regresó al país donde recorrió todas las provincias, Bolivia, Brasil y Perú, de la mano de sus escritos periodísticos para La Nación y revista como Crisis.

Del `72 al `74 vivió entre México, París y Barcelona; en Nueva York investigó la literatura marginal norteamericana para el Fondo Nacional de las Artes; y en 1979, luego de que autoridades de la dictadura argentina le ordenaran suprimir una escena de torturas de su novela "Como en la guerra", viajó a Estados Unidos donde vivió 10 años.

En ese país publicó los cuentos de "Cambio de armas" y su novela "Cola de lagartija" y en 1989, tras dictar clases en universidades y recibir importantes distinciones como la Beca Guggenheim, se radicó definitivamente en Buenos Aires, donde continuó escribiendo.

Agencia Telam, 02/08/2012