De la popularidad de la novela policíaca
Sin duda, alguna novela policíaca muestra todas
las características de una rama floreciente de la literatura. En las
encuestas periodísticas sobre los “best-sellers”, ciertamente, apenas se la
menciona, pero de ahí no hay que inferir en medio alguno que no se cuente entre
la “literatura”. Es mucho más probable que la gran masa realmente siga
prefiriendo la novela psicológica y que la novela policíaca sea únicamente
exaltada por una comunidad de aficionados, numéricamente poderosa, aunque no
abrumadora. Entre éstos, no obstante, la lectura de novelas policíacas ha
tomado el carácter y la fuerza de una costumbre. Una costumbre intelectual.
No se puede llamar con la misma seguridad
ocupación intelectual a la lectura de novelas psicológicas (¿o habrá que decir
literarias?), pues la novela psicológica (literaria) se abre al lector a través
de unas operaciones esencialmente distintas del pensar lógico. La novela
policíaca tiene por objeto el pensar lógico y exige del lector un pensar lógico.
Está cerca del crucigrama, en ese sentido.
Por consiguiente, tiene un esquema y esgrime su
fuerza en la
variación. Ningún autor de novelas policíacas sentirá el
menor escrúpulo en situar su asesinato en la sala de biblioteca de una quinta
de recreo propiedad de un lord, aunque es de lo más poco original. Los
caracteres raramente varían y motivos para el asesinato los hay muy pocos. Ni
en la creación de nuevos personajes ni en el hallazgo de nuevos motivos para el
hecho interviene el buen escritor policíaco mucho talento o reflexión. No es
eso lo que interesa. Quien al enterarse de que la décima parte de los
asesinatos ocurre en un patio rectoral exclama: “¡Siempre lo mismo!”, es que no
ha comprendido la novela policíaca. De la misma manera podría exclamar en el
teatro al levantar el telón: “¡Siempre lo mismo!”. La originalidad está en otra
cosa. El hecho de que una característica de la novela policíaca sea la
variación de elementos más o menos fijos, es incluso lo que confiere a todo el
género su nivel estético. Es uno de los rasgos de una rama culta de la
literatura.

Como el mundo mismo, la novela policíaca está en
manos de los ingleses. El código de la novela policíaca inglesa es el más rico
y homogéneo. Goza de las reglas más estrictas, y éstas están consignadas en buenos
ensayos literarios. Los americanos tienen esquemas mucho más débiles y se hacen
culpables, desde el punto de vista inglés, de ir a la caza de originalidad. Sus
asesinatos ocurren en serie y tienen carácter de epidemia. En ocasiones sus
novelas decaen en obras efectistas, es decir, el efecto (thrill) ya no es espiritual, sino puramente nervioso.
La buena novela policíaca inglesa es ante todo fair. Demuestra
robustez moral. To play
the game es
cuestión de honor. El lector no es engañado, se le somete todo el material antes
de que el detective resuelva el enigma. Se le pone en condiciones de acometer
él mismo la solución.
Es asombroso hasta qué punto el esquema fundamental de la buena
novela policíaca recuerda el método de trabajo de nuestros físicos. Primero se
toma nota de ciertos hechos. Tenemos un cadáver. El reloj está roto y señala
las dos. El ama de llaves tiene una tía rebosante de salud. El cielo esa noche
estaba nublado. Etcétera, etcétera. Luego se levantan hipótesis de trabajo que
abarquen los hechos. Al añadir nuevos hechos o al perder su valor otros
anotados, nace la necesidad imperiosa de buscar una nueva hipótesis de trabajo.
Por último viene la prueba de la hipótesis: el experimento. Si la tesis es
buena, el asesino tiene que salir en tal y tal momento y en tal y tal lugar. Es
decisivo no desarrollar las acciones a partir de los personajes, sino los
personajes a partir de las acciones. Uno ve a la gente actuar, en fragmentos.
Sus motivos son dudosos y tiene que descubrirse por lógica. Como hipótesis
decisiva de sus acciones se toman sus intereses, y casi exclusivamente sus
intereses materiales. Son éstos los que se busca.
Se ve aquí la aproximación al punto de vista científico y la enorme
distancia con respecto a la novela psicológica introspectiva. Todo el sistema
de concepción del escritor de novelas policíacas está influenciado por la
ciencia.
Podemos mencionar aquí el hecho de que también en la novela
literaria moderna, en Joyce y Dos Passos, hay que constatar un cisma evidente
entre psicología subjetiva y objetiva y que incluso en el reciente verismo
americano afloran tales tendencias, aunque en este caso podía tratarse
nuevamente de regresiones. Naturalmente hay que guardarse de apreciaciones
estéticas para ver la relación entre las obras sumamente complicadas d Joyce,
Döblin y Dos Passos y la novela policíaca de Sayers, Freeman y Rhode. Si, sin
embargo, se ve la relación, se descubre que la novela policíaca con todo su
primitivismo (no sólo de tipo estético), satisface las necesidades de los
hombres de una época científica incluso más que las obras de vanguardia.
Nos divierte la manera como el escritor de novelas policíacas
consigue de nosotros juicios lógicos, obligándonos a abandonar nuestros
perjuicios. Tiene que dominar para ello el arte de la seducción. Tiene
que dotar a las personas involucradas en el asesinato tanto de rasgos poco
simpáticos como de rasgos atractivos. Tiene que provocar nuestros prejuicios.
El viejo botánico filantrópico no puede
ser el asesino, nos hace exclamar. De un jardinero con antecedentes penales,
dos veces por caza furtiva, se puede creer todo, nos hace suspirar. Nos induce
a error con sus descripciones de
caracteres.
Advertidos mil veces (con la lectura de mil novelas policíacas),
siempre olvidamos de nuevo que sólo el motivo y la ocasión deciden son siempre
las circunstancias sociales que hacen posible o necesario el crimen: violentan
el carácter, de la misma manera que lo han formado. Naturalmente, el asesino es
una mala persona, pero para descubrir esto tenemos precisamente que poder
colgarle el asesinato. La novela policíaca nos señala un camino más directo
para descubrir su moral. Y así nos quedamos en la pesquisa del nexo causal.
Fijar la causalidad de las acciones humanas es el placer intelectual
principal que nos ofrece la novela policíaca.
Las dificultades de nuestros físicos en el campo de la causalidad
las encontramos indudablemente por doquier en nuestra vida cotidiana, pero no
en la novela policíaca. En la vida cotidiana, por lo que a situaciones sociales
se refiere, tenemos que conformarnos con una causalidad estadística, al igual que los físicos en determinados campos. En
todas las cuestiones existenciales, quizá con la única excepción de las más
primitivas, tenemos que contentarnos con cálculos de probabilidad. El que con
tales y tales conocimientos obtengamos al y tal colocación, es algo que puede
ser sumamente probable. Ni siquiera para nuestras propias decisiones podemos
aducir motivos unívocos, y menos aún para las de otros. Las ocasiones que
encontramos son extraordinariamente confusas, veladas, borrosas. La ley de la
causalidad funciona muy a medias.
En la novela policíaca vuelve a funcionar: algunos ardides allanan
las fuentes de perturbación. El campo visual está hábilmente comprimido. Las
conclusiones se hacen posteriormente, partiendo de las catástrofes. De esta
manera nos colocamos en una posición, desde luego muy favorable a la
especulación.
Al mismo tiempo podemos utilizar en ellas un raciocinio que la vida
ha ido desarrollando en nosotros.
Llegamos a un punto esencial de nuestro pequeño estudio de por qué
las operaciones intelectuales que la novela policíaca nos facilita, son tan
enormemente populares en nuestro tiempo.
Hacemos nuestras experiencias en la vida de forma catastrófica. De las catástrofes tenemos
que deducir el modo como funciona nuestra vida social en común. En relación con
las crisis, depresiones, revoluciones y guerras tenemos que inferir, pensando,
la “inside story”. Ya con la lectura de los periódicos (pero también de las
facturas, cartas de despido, órdenes de alistamiento, etc.) percibimos que
alguien debe de haber hecho algo para que aconteciera la catástrofe que está a
la vista. ¿Qué ha hecho, pues, alguien, y quién ha sido? Detrás de los
acontecimientos que nos comunican sospechamos otros hechos que no nos
comunican. Son los verdaderos acontecimientos.
Sólo si los supiéramos, comprenderíamos.
Sólo la historia puede ilustrarnos acerca de estos verdaderos
acontecimientos en la medida que sus actores no consiguen mantenerlos en
absoluto secreto. La historia se escribe después
de las catástrofes.
Esta situación de base en que se encuentran los intelectuales, debe
ser objetos y no sujetos de la historia, desarrolla el tipo de reflexión que
pueden poner en práctica con fruición en la novela policíaca. La existencia
depende de factores desconocidos. “Debe de haber sucedido algo”, “algo se está
fraguando”, “se ha producido una situación” –esto
sienten, y el espíritu sale de patrulla–. Pero
la claridad no llega hasta después de la catástrofe, si es que llega. El
asesinato ha ocurrido. Pero ¿qué se ha estado fraguando antes? ¿Qué había
sucedido? ¿Qué situación se había producido? Bien, tal vez pueda deducirse.
Este punto puede no ser el decisivo, probablemente no es más que un
punto entre otros. La popularidad de la novela policíaca tiene muchas causas.
De todos modos ésta me parece una de las más interesantes.
Bertrold Brecht
“Consumo, placer, lectura”, El juego de los cautos Daniel Link, compilador, La Marca, 1992
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