sábado, 18 de agosto de 2012

Leopoldo Marechal


Teoría y práctica del Monstruo
Prólogo a Historias de Monstruos de Juan Jacobo Bajarlía
 
La construcción de un monstruo, concebida y reali­zada por él arte o la ciencia, es un quehacer legítimo de los humanos cuando el monstruo responde a una "nece­sidad' previa y a una "meditación" consiguiente a dicha necesidad: lo que no se tolera nunca es un monstruo que nace de la casualidad, por una incompetencia del artí­fice o del científico. ¿Qué necesidades pueden llevar al hombre hasta la construcción de un monstruo? Desde los tiempos más antiguos la metafísica debió acudir a la in­vención de criaturas monstruosas para simbolizar las "causas" primeras o segundas y sobre todo sus mutuas incidencias en el orbe creado, lo cual requiere una com­binación de formas distintas en un solo animal. De tal modo, la Esfinge del tebano Edipo, el Querub del pro­feta Ezequiel o cualquiera de los monstruos que lanzó la mitología no son al fin sino claves esotéricas o símbo­los metafísicos de lectura fácil para el que conoce las leyes de tal idioma.

Sin embargo, hay otros monstruos de creación huma­na que no responden a esa vieja necesidad metafísica: son los que inventó, inventa e inventará el hombre para manifestar una "extensión posible" de su propia natura­leza, tanto en el bien como en el mal, o una "puesta en acto" de sus virtualidades luminosas u obscuras. La cons­trucción de un robot no expresaría, en última instancia, sino el anhelo que siempre tuvo el hombre de vencer sus conocidas limitaciones en el tiempo, en el espacio, en la fuerza física o en el poderío intelectual. Por ejemplo, un "cerebro electrónico" (que al fin de cuentas no es otra cosa que una útil monstruosidad) realiza el sueño de ex­tender hacia lo indefinido una potencia de cálculo tan limitada como la del hombre. De igual modo, y en la esfera de lo demoníaco, un genio signado por la maldad concentrará en un monstruo de su invención toda la po­tencia de su furia destructora. Hoy día la ciencia, al ad­mitir como posible la habitabilidad de otros mundos por seres inteligentes, estimula la imaginación de la "fanta-ciencia" que se ha lanzado a la creación de monstruos en hipótesis que obedecen a dos tendencias anímicas dife­rentes: si la tendencia es optimista, los monstruos extraterrestres han de ser portadores sublimes de una luz que nos falta y de una paz que no tenemos; si la tendencia es pesimista, serán monstruos crueles y de técnicas avan­zadas que aspiran a dominarnos o destruirnos. La misma ley de "necesidad" actúa en todos los casos.

El presente libro de Juan Jacobo Bajarlía responde al segundo linaje de monstruos que acabo de referir. Al tratarlos, Bajarlía se nos presenta como un "zoólogo" de la monstruosidad en tanto que ciencia: él ha rastreado en la historia de ayer y en la de hoy las huellas plántales de esas criaturas que ha engendrado el hombre como paradigmas de sus ensueños o delirios. Pero Bajarlía, además de un erudito en la materia, es un artífice que ha instalado su Museo con la gracia viviente del arte.

Buenos Aires, mayo de 1968
                                                                       Leopoldo Marechal

 EDICIONES DE LA FLOR S.R.L., 1969

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