lunes, 26 de diciembre de 2011

Producciones estudiantiles: José Luis Albornoz

  
La desilusión

Era una calle común, sin grandes negocios, solamente con dos o tres almacenes barriales de penosa fachada; muy lejos estaban las lujosas tiendas y el ruido a ciudad.  Esa calle, de corta extensión (para ser preciso esa calle era la mas corta de toda Irlanda con solo seis cuadras), aun conservaba sus sólidos bloques de piedras por donde tantas carretas, en otros tiempos, habían desfilado.  No sé por qué elegí esa calle; seguramente por ese aroma añejo, esa magia y encanto que me transporta a donde yo quiero estar; a una época olvidada, a donde el razonamiento se imponía  a la violencia.  Me refiero a esa gloriosa Inglaterra descripta por Doyle o la encantadora Francia de Poe. ¡Hay Dios!, ¿Cómo puedo tener tanta nostalgia por un pasado que no viví, por un lugar al que nunca fui y por personas a la que nunca conocí?  Explíquenme.  Se habrán dado cuenta que anhelo vivir en un lugar y con personas construidas en una novela, en la mente de un escritor.  Vean ustedes cual es mi grado de locura.  Pero no me importa. 

En esa calle nada extraño se podía encontrar salvo que todas las semanas, desde hace dos meses,  en determinadas esquinas aparecía uno o dos cadáveres.  He perdido la cuenta, no es que  sea descuidado en mi trabajo pero mi memoria suele fallarme.  Si mal no recuerdo, todas las esquinas de esa calle han tenido, a lo largo de estos dos meses, su correspondiente cadáver.  Por demás está decirle la reacción de los vecinos sobre estos hechos, pero me resulta gracioso acordarme de ellos, así que déjenme mencionarlos.

Si esa calle es tranquila y solitaria es por la gente que vive allí; los ancianos irlandeses todos, se apropiaron de esa calle.  La niñez y la juventud pareciesen etapas de la vida inexistentes si se camina por  allí.  No hay lugar para entretenimientos juveniles como canchas de futbol, ni clubes nocturnos.  Nada.  No me malinterpreten, no me estoy quejando del ambiente pero si de la gente.  No quiero mi “antigua Inglaterra” llena de ancianos.  No es lo que se imaginó Doyle al describir la gran ciudad donde se movía Holmes y Watson.  Ya el primer cadáver despertó al enjambre.  Como si un palo hubiese golpeado un avispero (aunque en ese caso las abejas que salieron alborotadas eran viejas y ya sin aguijón).  Las viejitas se amontonaban diariamente en diferentes esquinas de esa calle a rumorear y a lamentarse (como si eso solucionarìa las cosas).  Luego del primer cadáver, vino el segundo y el tercero y el pánico dominó la calle. Era muy gracioso ver a las viejitas llorar en plena calle, abrazarse y pedir al cielo alguna ayuda divina para que se detengan los asesinatos.  Al ver esas escenas dramáticas que tocaban el límite de lo cómico me apiadaba más de los maridos de esas señoras.  Pobres abuelos.  Hasta les hubiese echo un favor si el próximo cadáver que encuentra la policía es el de algunas ellas. Y aquí llega el motivo de mi indignación, de mi angustia y mis pesares: la policía.

¿Pueden existir policías tan estúpidos?  Bueno, lamentablemente si, y semana a semana lo reconfirmo.  Siempre, cuando hay un cadáver, ellos vienen (horas después) con su tropa de patrulleros, cortan la calle, arman su circo, su espectáculo payasesco para tapar su inoperancia.  Sacan sus cintas de “no pasar” para bloquear la cuadra, desfilan con sus instrumentos y utensilios de laboratorio para encontrar las huellas, la sangre, el semen o quien sabe que otras cosas mas del asesino. Hacen de la escena del crimen su laboratorio.  Arman la función y los espectadores comienzan aparecer: vecinos aterrados que movidos por la curiosidad y (sobretodo) por el morbo se apretujan unos a otros para ver si pueden, por esas cosas del destino, reconocer a la nueva victima.  Y el espectador de lujo: la prensa.  La escena armada y los espectadores en sus lugares, entonces arranca la función.  Policías, científicos, médicos forenses, grupos especiales, todo un repertorio de personajes inservibles menos detectives. ¿Por qué entre tanta basura no se ve flotar el humo de la pipa de Holmes o Dupin? ¿Donde han quedado esos personajes?.  No me digan que solo en los cuentos de Poe o Doyle porque estoy seguro que antes esos detectives existieron.  Hoy ya no hay.

He dejado pistas varias con la esperanza de que alguna mente brillante, alguien que tenga a la razón como su mejor arma pueda descubrir mi identidad.  Hojas de cuentos policiales que acostumbro leer, direcciones donde me alojaba (cambio de hotel constantemente) escritas en francés, mis padres son franceses, sobre alguna pared.  Migas de pan francés en los bolsillos de las victimas, mas un montón de pistas que seguramente dejo de forma involuntaria que cualquier investigador atento podría descubrir.  Pero nada.  Solo con usar guantes de látex se puede despistar a todo el cuerpo policial irlandés.  Se mata en otro lado y bajo el amparo de la noche se tira el cadáver y nadie lo nota.  Los policías que deberían están patrullando la calle están embriagándose en algún barsucho.  Estoy desilusionado por el mundo en el que vivo. Se habla de mi en los medios como un asesino serial dueño de un inteligencia sobrehumana cuyo accionar meticuloso tiene desorientado a la policía. Pero en verdad, mato de la manera más simple, con métodos nada sofisticados,  soy de lo más común. Solo tomando ciertos recaudos basta para ser un asesino ejemplar, una mente brillante para toda Irlanda.  ¡Hay! Si Holmes o Dupin los viera. Esta es mi historia, la que acabo de contar. Después de tantos asesinatos sigo en libertad, caminando entre ustedes, saludando policías, entrando a un bar a tomar un café, caminando por las plazas o fumando un cigarrillo en esa calle como lo haría cualquiera de ustedes.  En fin, concluyo este relato de la misma manera que empecé: desilusionado de todo. La sociedad Irlandesa aterrada, la policía desorientada y yo continúo con mis asesinatos, esperando encontrar al nuevo Holmes.

José Luís Albornoz

lunes, 5 de diciembre de 2011

Producciones estudiantiles: Lilia Inés Cartagena

Recordar y conocer
 
  ¿Qué recuerdo? ¿Qué olvido? ¿Será que fui construyendo una memoria sobre la memoria de otros?
 Todas son historias, historias de las historias, recuerdos de los recuerdos, efecto multiplicador que converge en un punto para luego desplegarse y formar un holograma de alguien que siento que conozco pero que  no recuerdo. Su voz es la suma de muchas voces y esas voces recuperan sentimientos y pensamientos, entonces me doy cuenta que solo conozco un recuerdo y siento que ni recuerdo y que ni conozco porque quienes conocieron y quienes recuerdan son otros, los mismos que compartieron momentos, pensamientos y sentimientos.
  Esas voces dicen que se parecía a mí o que yo me parezco a él, aunque hoy tengo la edad de ser su padre soy el hijo y me apropio de sus sentimientos, de sus pensamientos y de su voz, porque me parezco a él o porque él se parece a mi y porque su historia es mi historia y su recuerdo mi memoria y me pertenece, y porque su ausencia es mi presencia y su pasado mi presente.
  Entonces construyo mi futuro reconstruyendo el futuro que él quería construir para mí.
  Entonces sé que lo recuerdo y que mi memoria es su memoria atravesada por los recuerdos de las otras voces. Y qué es conocer al otro sino saber lo que piensa y lo que siente, entonces sé que lo conozco, porque yo soy su hijo aunque tenga la edad de ser su padre.

Lilia Inés Cartagena