sábado, 26 de marzo de 2011

Julio Cortázar - Instrucciones para subir una escalera

  
INSTRUCCIONES PARA SUBIR UNA ESCALERA
  
Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquier otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie.)
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimiento hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.


Julio Cortázar
  

Historias de cronopios y de famas (1962)
ALFAGUARA


martes, 22 de marzo de 2011

Rodolfo Walsh - Biografía

Rodolfo Walsh

seniales.blogspot.com
Rodolfo Walsh nació en 1927 en Choele-Choel, Provincia de Río Negro. Fue periodista, traductor, asesor de colecciones y hombre de marcado compromiso social y político. Se destacó en el género policial, periodístico y testimonial, con celebradas obras como El caso SatanowskyOperación Masacre y Quién mató a Rosendo. El 25 de marzo de 1977 fue asesinado en Buenos Aires, donde vivía, por personeros de la dictadura militar, y su cuerpo nunca más apareció. El día anterior había escrito una Carta Abierta a la Junta Militar denunciando las violaciones a los derechos humanos por parte de la dictadura. Algunos de sus libros: Diez cuentos policialesVariaciones en RojoLos oficios terrestres.

domingo, 20 de marzo de 2011

Roberto Mariani. "Balada de la oficina"


Balada de la oficina

taringa.net
Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. Él está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. Entra. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se lo siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles... f... f... f... f... El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú entra.
Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; tú, entra.
¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humilla, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?
¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas, ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra.
Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.
Entra; así tendrás la certeza —que dará paz a tu espíritu— de obtener todos los días pan para tu boca y para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo te daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno, y no desgarres las prescripciones que tú sabes, jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.
Además, cumplirás con tu deber. Tu Deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.
Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.
No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es un Deber.) Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero, eso sí: nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa —voluntariosa sobre todo—, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal, exacta, precisa, matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran, se derrumbaría la disciplina, y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo, dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas, cansando tus músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún rendimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago, te visto, te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.
Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana, y todos los días, durante 25 años; durante los 9.125 días que llegues a mí, yo te abriré mi seno de madre; después, si no te has muerto tísico, te daré la jubilación.
Entonces, gozarás del sol, y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber!

Roberto Mariani 

Ana María Shua - "Naufragio"

Naufragio
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¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el vara de mesana!, grita el capitán. ¡El vara de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la vendaval arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.
 Ana María Shua


Rodolfo Walsh "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar"

Carta abierta de un escritor a la Junta Militar

 La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.
El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades.
El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron.
Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen pudo legitimarse en los hechos recuperando el programa en que coincidieron en las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible de ese "ser nacional" que ustedes invocan tan a menudo.
Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos, interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina.
Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.
Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales guarniciones del
país virtuales campos de concentración donde no entra ningún juez, abogado, periodista, observador internacional. El secreto militar de los procedimientos, invocado como necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio.

Rodolfo Walsh


Rodolfo Walsh "Autobiografía"

Autobriografía

“Me llaman Rodolfo Walsh. Cuando chico, ese nombre no terminaba de convencerme: pensaba que no me serviría, por ejemplo, para ser presidente de la república. Mucho después descubrí que podía pronunciarse como dos yambos aliterados, y eso me gustó.

Nací en Choele-Choel, que quiere decir “corazón de palo”. Me ha sido reprochado por varias mujeres.

Mi vocación se despertó tempranamente: a los ocho años decidí ser aviador. Por una de esas confusiones, el que la cumplió fue mi hermano. Supongo que a partir de ahí me quedé sin vocación y tuve muchos oficios. El más espectacular: limpiador de ventanas; el más humillante: lavacopas; el más burgués: comerciante de antigüedades; el más secreto: criptógrafo en Cuba.

Mi padre era mayordomo de estancia, un transculturado al que los peones mestizos de Río Negro llamaban Huelche. Tuvo tercer grado, pero sabía bolear avestruces y dejar el molde en la cancha de bochas. Su coraje físico sigue pareciéndome casi mitológico.

Hablaba con los caballos. Uno lo mató, en 1947, y otro nos dejó como única herencia. 24

Este se llamaba “Mar Negro”, y marcaba dieciséis segundos en los trescientos: mucho caballo para ese campo. Pero esta  ya era zona de la desgracia, provincia de Buenos Aires.

Tengo una hermana monja y dos hijas laicas.

Mi madre vivió en medio de cosas que no amaba: el campo, la pobreza. En su implacable resistencia resultó más valerosa, y durable, que mi padre. El mayor disgusto que le causo es no haber terminado mi profesorado en letras.

Mis primeros esfuerzos literarios fueron satíricos, cuartetas alusivas a maestros y celadores de sexto grado. Cuando a los diecisiete años dejé el Nacional y entré en una oficina, la inspiración seguía viva, pero había perfeccionado el método: ahora armaba sigilosos acrósticos.

La idea más perturbadora de mi adolescencia fue ese chiste idiota de Rilke: si usted piensa que puede vivir sin escribir, no debe escribir. Mi noviazgo con una muchacha que escribía incomparablemente mejor que yo me redujo a silencio durante cinco años.

Mi primer libro fueron tres novelas cortas en el género policial, del que hoy abomino. Lo hice en un mes, sin pensar en la literatura, aunque sí en la diversión y el dinero. Me callé durante cuatro años más, porque no me consideraba a la altura de nadie.

Operación masacre cambió mi vida. Haciéndola comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior. Me fui a Cuba, asistí al nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso. Volví, completé un nuevo silencio de seis años. En 1964 comprendí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística.

En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces.

En la hipótesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez(...)”.


© Walsh, Rodolfo; Ese hombre y otros papeles personales (edición a cargo de Daniel Link),
Buenos Aires, Planeta, 1996.

José Eduardo González - "No hables con la boca llena"

No hables con la boca llena
  
Conteniendo como puedo la maza de comida alojada en mi boca, me dispongo a hablar, pero tía Berta se anticipa y me dice: “No hables con la boca llena”.

Presuroso, intento tragar lo más rápido posible, pero tía, que no pierde ocasión de instruirme, me dice, severa: “No hay que masticar rápido, sino bien”.

Escondiendo a un lado de la boca la comida aún no tragada, voy a hablarle, pero ella lo advierte, y vuelve a reprenderme: “No hables con la boca llena”.

Ya está. Mi boca se encuentra vacía; nada me impide dirigirle la palabra, pero tía, a quien nunca le faltan los argumentos, me indica: “Respira bien antes de hablar, si no, tu cuerpo se llenará de gases”.

Siguiendo sus instrucciones, cierro la boca y aspiro por la nariz. “Ahora puedes hablar”, me dice tía Berta, cuya vestimenta oscura se recorta contra el fondo luminoso de la ventana. Pero es tarde, porque un león, que escapó esta mañana del zoológico, la devora ya con fruición, emitiendo cada tanto algún rugido, sin preocuparse por las reglas de comportamiento en la mesa, ni por los beneficios de respirar correctamente.



José Eduardo González
Nacido en San Juan en 1948


Tomado de un libro que se llama Leer x Leer, (Editorial Universitaria de Buenos Aires) que a su vez fue tomado del libro San Juan, Antología de narradores y poetas, recopilados por Nélida Ballo, Ediciones Desde la Gente, IMFC, Buenos Aires, 2000

Mario Benedetti "El hallazgo"

EL HALLAZGO

           Genaro y Fermín se conocían desde los años escola­res y, ahora, ya cuarentones, tenían el hábito de jun­tarse los sábados de tarde en la modesta cafetería Horizonte, que quedaba frente al parque.
Hablaban de recuerdos de infancia, de viejas pelí­culas recién repuestas, de libros que leían e inter­cambiaban, y a veces de temas que consideraban existenciales, por ejemplo el suicidio.
-Yo creo que nunca me suicidaría -dijo Genaro tras desperezarse con ganas-. ¿Para qué? Él final lle­ga sin que uno lo convoque, ¿no te parece?
-Yo, en cambio -dijo Fermín-, no me atrevería a descartarlo tan radicalmente.
-Pero, ¿con qué motivo? ¿Angustia? ¿Miseria económica? ¿Enfermedad? ¿Desengaño amo­roso?
-Nada de eso. Si en alguna tarde neblinosa, sin estruendo y sin ángelus, tomara esa decisión, sería simplemente por curiosidad. Para saber qué hay des­pués. Puede que sea fascinante.
-Si es que hay algo.
-Mirá, por las dudas te aviso. Si alguna vez deci­diera forzar el fin, y como resultado hallara algo, simplemente algo, la señal sería que, aunque no fue­se otoño, empezaran a caer las hojas secas.
-¿Y eso?
-Lo soñé.
-Menos mal. Pensé que se te había aflojado algún tornillo.
       Esa conversación tuvo lugar el último sábado de noviembre. El primer sábado del siguiente febrero, Genaro y Fermín concurrieron como siempre a la cafetería Horizonte.
Mantuvieron un largo silencio. Parecía que ya ha­bían agotado todos los temas disponibles.
Fermín terminó su café y estuvo un buen rato masticando el aire.
De pronto se levantó, le dedicó a Genaro una mi­rada de afecto y dijo: «Chau».
Genaro lo vio alejarse hacia el bosque de pinos. Luego lo perdió de vista.
Media hora después, el disparo sonó rotundo y sin ecos. Tras el primer sobresalto y sin haberse repuesto aún de la sorpresa, Genaro advirtió que, en pleno ve­rano, una bandada de hojas secas empezaba a caer sobre su mesa.


Mario Benedetti


Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia,  conocido como Mario Benedetti, nació en Paso de los Toros, Uruguay, el 14 de septiembre de 1920 y falleció el 17 de mayo de 2009,  fue escritor y poeta. Su prolífica producción literaria incluyó más de ochenta libros, algunos de los cuales fueron traducidos a más de veinte idiomas. Su novela, La Tregua, de 1960, fue llevada al cine en 1974 con la dirección de Sergio Renán, y las actuaciones de Héctor Alterio, Ana María Piccio, Luis Brandoni, Oscar Martínez, Marilina Ross, China Zorrilla, Norma Aleandro, entre otras. En 1975 fue nominada al Oscar como mejor película en idioma extranjero.

Texto digitalizado:

El porvenir de mi pasado.
Ó Mario Benedetti, 2003
Ó Santillana Ediciones Generales, S.A., 2003
Impreso en Barcelona (España)

Marco Denevi - "Cuento de Horror"

Cuento de horror
  
La señora Smithson, de Londres (estas historias siempre ocurren entre ingleses) resolvió matar a su marido, no por nada sin porque estaba harta de él después de cincuenta años de matrimonio. Se lo dijo:

-Thaddeus, voy a matarte.
-Bromeas, Euphemia –se rió el infeliz.
-¿Cuándo he bromeado yo?
-Nunca, es verdad.
-¿Por qué habría de bromear ahora y justamente en un asunto tan serio?
-¿Y cómo me matarás? –siguió riendo Thaddeus Smithson.
-Todavía no lo sé. Quizá poniéndote todos los días una pequeña dosis de arsénico en la comida. Quizás aflojando una pieza en el motor del automóvil. O te haré rodar por la escalera, aprovecharé cuando estés dormido para aplastarte el cráneo con un candelabro de plata, conectaré a la bañera un cable de electricidad. Ya veremos.

El señor Smithson comprendió que su mujer no bromeaba. Perdió el sueño y el apetito. Enfermó del corazón, del sistema nervioso y de la cabeza. Seis meses después falleció. Euphemia Smithson, que era una mujer piadosa, le agradeció a Dios haberla librado de ser una asesina.



Marco Denevi


Jorge Luis Borges - "Episodio del enemigo"

Episodio del enemigo


Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con un torpe bastón que en viejas manos no podía ser un arma sino un báculo. Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos pasos inciertos, soltó el bastón que no volví a ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía, de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.

Me incliné sobre él para que me oyera.

-Uno cree que los años pasan para uno le dije pero pasan también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.

Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.

Me dijo entonces con voz firme:

-Para entrar a su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso.

Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían salvarme. Atiné a decir:

-Es verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.

-Precisamente porque ya no soy aquel niño me replicó tengo que matarlo. No se trata de una venganza sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de un terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.

-Puedo hacer una cosa –le contesté.
-¿Cuál? –me preguntó.
-Despertarme.
Y así lo hice.


Jorge Luis Borges

María Teresa Andruetto - "El anillo encantado"

El anillo encantado

web.usal.es

Ifigenia tenía el cabello rubio como el trigo y unos ojos más azules que el lago de Constanza.
Caminaba descalza a la orilla del agua.
Era pálida y leve.
Parecía hecha de aire.
El emperador Carlomagno la vio y se enamoró de ella.
Él era ya un hombre viejo y ella, apenas una muchacha. Pero el Emperador se enamoró perdidamente y olvidó pronto sus deberes de soberano.
Los nobles de la corte estaban muy preocupados porque nada interesaba ya a Carlomagno.
Ni dinero
Ni caza
Ni guerra
Ni batallas
Sólo la muchacha.


A pesar del amor, Ifigenia murió una tarde de abril llena de pájaros.
Los nobles de la corte respiraron aliviados.
Por fin el Emperador se ocuparía de su hacienda, de su guerra y de sus batallas.
Pero nada de eso ocurrió, porque el amor de Carlomagno no había muerto.
Hizo llevar a su habitación el cadáver embalsamado de la muchacha.
No quería separarse de él.
Asustado por esta macabra pasión, el Arzobispo del imperio sospechó un encantamiento y fue a revisar el cadáver.
Muerta, Ifigenia era tan hermosa como cuando caminaba descalza junto al lago de Constanza.
La revisó de pies a cabeza.
Bajo la lengua dura y helada, encontró un anillo con una piedra azul.
El azul de aquella piedra le trajo recuerdos del lago y del mar distante.


El Arzobispo sacó el anillo que estaba escondido bajo la lengua.
Ni bien lo tomó en sus manos, Carlomagno enterró el cadáver.
Y se enamoró del Arzobispo.

El Arzobispo, turbado y sin saber qué hacer, entregó el anillo a su asistente.
Ni bien el asistente lo tomó en sus manos. Carlomagno abandonó al Arzobispo.
Y se enamoró del asistente.

El asistente, aturdido por esta situación embarazosa, entregó el anillo al primer hombre que pasaba.
Ni bien el hombre lo tomó en sus manos, Carlomagno abandonó al asistente.
Y se enamoró del hombre.

El hombre, asustado por este amor extraño, empezó a correr con el anillo en la mano, y el Emperador tras él.
Hasta que se cruzó una gitana y el hombre le entregó el anillo.
Ni bien la gitana lo tomó en sus manos, Carlomagno dejó de perseguir al hombre.
Y se enamoró de la gitana.

Pero a la gitana se le cayó el anillo al agua.
Ni bien el agua recibió el anillo en su lecho, Carlomagno abandonó a la gitana.
Y se enamoró del lago de Constanza junto al que Ifigenia caminaba descalza.



María Teresa Andruetto
Nacida en Córdoba




Copiado de un libro que se llama Leer x Leer, (Editorial Universitaria de Buenos Aires) que a su vez fue tomado del libro El anillo encantado, Colección Pan Flauta, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1993


Ah'med Ech Chiruani. "Los ojos culpables"


Cuentan que un hombre compró a una muchacha por cuatro mil denarios. Un día la miró y echó a llorar. La muchacha le preguntó por qué lloraba; él respondió: "Tienes tan bellos ojos que me olvido de adorar a Dios.”
Cuando quedó sola, la muchacha se arrancó los ojos. Al verla en ese estado el hombre se afligió y le dijo: "¿Por qué te has maltratado así? Has disminuido tu valor." Ella le respondió: "No quiero que haya nada en mí que te aparte de adorar a Dios." A la noche, el hombre oyó en sueños una voz que le decía: "La mu­chacha disminuyó su valor para ti, pero lo aumentó para nosotros y te la hemos tomado." Al despertar, encontró cuatro mil denarios bajo la almohada. La muchacha estaba muerta.

Ah'med Ech Chiruani


Texto extraído de Antología de la Literatura Fantástica de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. (1965) Editorial Sudamericana. Vigesimotercera edición, 2009