viernes, 21 de diciembre de 2012

Mario Benedetti


EL PORVENIR DE MI PASADO

Eso fui. Una suerte de botella echada al mar. Botella sin mensaje. Menos nada. Nada menos. O tal vez una primavera que avanzaba a destiempo. O un suplicante desde el Más Acá. Ateo de aburridos sermones y supuestos martirios.
Eso fui y muchas cosas más. Un niño que se prometía amaneceres con torres de sol. Y aunque el cielo viniera encapotado, seguía mirando hacia delante, hacia después, a renglón seguido. Eso fui, ya menos niño, esperando la cita reveladora, el parto de las nuevas imágenes, las flechas que transcurren y se pierden, más bien se borran en lo que vendrá. Luego la adolescencia convulsiva, burbuja de esperanzas, hiedra trepadora que quisiera alcanzar la cresta y aún no puede, viento que nos lleva desnudos desde el suelo y quién sabe hasta (y hacia) dónde.
Eso fui. Trabajé como una mula, pero solamente allí, en eso que era presente y desapareció como un despegue, convirtiéndose mágicamente en huella. Aprendí definitivamente los colores, me adueñé del insomnio, lo llené de memoria y puse amor en cada parpadeo.
Eso fui en los umbrales del futuro, inventándolo todo, lustrando los deseos, creyendo que servían, y claro que servían, y me puse a soñar lo que se sueña cuando el olor a lluvia nos limpia la conciencia.
Eso fui, castigado y sin clemencia, laureado y sin excusas, de peor a mejor y viceversa. Desierto sin oasis. Albufera.
Y pensar que todo estaba allí, lo que vendría, lo que se negaba a concurrir, los angustiosos lapsos de la espera, el desengaño en cuotas, la alegría ficticia, el regocijo a prueba, lo que iba a ser verdad, la riqueza virtual de mi pretérito.
Resumiendo: el porvenir de mi pasado tiene mucho a gozar, a sufrir, a corregir, a mejorar, a olvidar, a descifrar, y sobre todo a guardarlo en el alma como reducto de última confianza.

Mario Benedetti

El porvenir de mi pasado, Barcelona, Santillana Ediciones Generales, S.A., 2003

domingo, 2 de diciembre de 2012

José Edmundo Clemente


Mapa idiomático de Buenos Aires

 
A Agustín Jacobs,
que también es Buenos Aires

Para comprender mejor a Buenos Aires debemos imaginar primero una larga calle cruzando vertebralmente al país; una calle sentimental que empiece en la vocación porteña de todo provinciano y acabe aquí, en cualquier esquina de barrio, distante y sin embargo entrañable. Porque eso es Buenos Aires; esperanza prolongada, continuo llegar. Puerto. No en balde su geografía municipal dibuja el contorno de una mano generosa, abierta como bienvenida de amigo. Hombre de Buenos Aires no es quien nace en ella, sino quien responde con gratitud a ese afecto cabal. De extremo a extremo. En el atardecer lento de los suburbios, en las desveladas calles del centro; en las preocupadas mañanas del trabajo cotidiano, en la indolencia dulce del domingo.
Tal vez Buenos Aires sea apenas una conversación, una simple ilusión verbal. De ahí la dificultad de mostrarla a los turistas apresurados. ¿Qué zona la representa de golpe? Ninguna. Cada barrio trasunta sólo un pedazo de su rostro. Menos todavía, la orgullosa verticalidad de los edificios modernos. Quizás la imperceptible alma de Buenos Aires quede reducida a un conjunto de aceras caminadas, de amistades compartidas, de simple desgano cariñoso; esa perduración del recuerdo que ninguna reglamentación modificará jamás. Por ello, nunca preocupa a los habitantes de la ciudad el continuo cambio de nombres de las calles ni los frecuentes monumentos a próceres desconocidos; obsecuencia administrativa de los intendentes de turno. Simple providencia ―suerte― electoral.
Definir el alma de Buenos Aires como perduración de recuerdos callejeros, parecerá retórica literaria sin testimonio justificador. Valdría lo mismo decir que el alma de Buenos Aires reside en la clásica mesa de café, donde el silencio compartido también es una conservación; en la pasión nacional por los colores de un club favorito. O en el tango, mito universal de Buenos Aires hecho a la medida de sus calles y de sus pasiones. Música que convirtiera a la ciudad grande en capital del sentimiento argentino.
Afirmar el tango como centro emotivo de la nación, igualmente levantará polémica; no pretendo asumirla. Dejo para otro la erudición sobre los orígenes y alcances del tango. La erudición es el curanderismo de la cultura. Me basta con la evidencia de su canto representando nítidamente a Buenos Aires; con saber que es una nostalgia argentina cuando estamos lejos del país, que es nuestra propia nostalgia cuando estamos lejos de una alegría. Que la voz homérica de Carlos Gardel trasciende el disputado lugar de su nacimiento para quedar en el “Buenos Aires querido” de toda su vida. Ese Buenos Aires defendido a gritos y puños por Celedonio Flores, Enrique Santos Discépolo, Julián Centeya y Homero Manzi. O por Fray Mocho, Evaristo Carriego, Leopoldo Lugones y Jorge Luis Borges.
La doble lista de escritores no señala categorías ni distingos; en la calle todos somos iguales. Quiere marcar diferencias de modos idiomáticos. El lenguaje de las ciudades cosmopolitas y multitudinarias posee formas de cuidado académico o de intenso sentimentalismo; ambas de pareja validez literaria, aunque de preferencias distintas en el afecto de la comunidad. Afecto que comienza en el gesto ―simplificación de la palabra―, se prolonga al lenguaje espontáneo ―simplificación del gesto―, para concluir en el localismo que refleja la intimidad de Buenos Aires, en los niveles de la frecuentación ciudadana y de la valoración subjetiva de cada uno. Vivir Buenos Aires sin participar de la calidez pintoresca de los modismos suburbanos, sería compartirlo del otro lado del cristal.
Insisto en mi temática callejera, porque ella facilitará el resumen en pocas cuadras de mi tema “el idioma de Buenos Aires”; desde luego, con un mapa igualmente metafórico y arbitrario. Siempre la metáfora es arbitraria, porque pretende ser original. La vereda Norte de la moderna Santa Fe y su frente, la tradicional Avenida de Mayo; el ribereño paseo Alem y la tranquila avenida Callao, sirven de márgenes municipales a este reducido escenario, cortado en dos planos por el eje trasnochador de la famosa calle Corrientes.
Acerquémonos ahora a esta pantalla idiomática a fin de visualizar con nitidez su trama; comencemos por el Sur. La Avenida de Mayo conserva, aunque venido a menos, el rancio prestigio de vía colonial. Teatros de zarzuelas y cines hispánicos, acentúan esa sensación tranquila de alameda madrileña de fin de siglo. Impresión agrandada en las mesas de la reunión parroquial distribuidas en las amplias aceras, donde persisten tenaces voces de antigua cepa y donde el y el ti son notas agudas, extrañas al oído porteño. Claro; decir que la Avenida pertenece solamente a los españoles, es cometer una injusticia con los provincianos que habitualmente la recorren, siguiendo el rumbo atávico de sus mayores. Una fila melancólica de hoteles modestos recibe a los hombres de tierra adentro que hacen su relación inicial con la Capital. En la Avenida de Mayo, provincianos y españoles simbolizan el drama de la colonización de América; los descendientes de los conquistadores codo a codo con los descendientes de los conquistados. Las palabras que vienen de España a continuar la hegemonía magistral y las originarias del interior que llegan con igual pureza de sangre, pero con la piel de un sol diferente.
En el bordo opuesto de la cartografía lingüística, la avenida Santa Fe; es decir, París. A veces, Roma; a veces, Londres. Siempre Europa. Cita de la elegancia y de la moda, de las voces extranjerizantes; del aristocrático saber vivir; brújula dispuesta, Santa Fe posee el aire optimista de los que viajan o de los que sueñan con viajar. Preferidas de las clases dirigentes y de los recién venidos a la riqueza y al poder; frívola, potente, juvenil. Si hiciéramos una biología de las calles de Buenos Aires, indudablemente a Santa Fe le correspondería la edad alegre de la adolescencia despreocupada, así como a la Avenida de Mayo, la del hombre maduro y sereno; del hombre que ya alcanzó su porvenir o del que nunca lo ambicionó. No es casual que provincianos y españoles aburguesados ―o resignados, es lo mismo― encuentre aquí una compartida afinidad; tampoco, que en un comercio situado en la punta Norte de este cuadro se originaran los llamativos petiteros y que hoy se proponga un diccionario eliminatorio en pro de un lenguaje “de la gente bien y que se yo…” que el humorista Landrú ridiculiza con estilo ocurrente.
En la mitad de las fronteras antagónicas, la calle Corrientes, calle de los barrios, por antonomasia. Las esquinas porteñas se juntan en Corrientes sin distingos de zonas ni distancias de suburbios. Desde la creciente judería acriollada de Villa Crespo, las intencionadas leyendas de cuchillos y de cárcel del venturoso Palermo, los colorinches de casas baratas y genovesismo saineteros de la Boca; a San Telmo, con su heráldica perdida y conventillos vigentes; Monserrat y el Abasto, con su memoria de ocio y tangos viejos; el Once, trajinado por los mil gritos del comercio pichinchero; Flores y los versos cursis de escolares enamorados; Liniers, con el cercano Oeste de voces campesinas y pampa fresca, todos los barrios vuelcan en Corrientes un solo lenguaje, el de Buenos Aires, libre de glosadores teatrales y otros aficionados de la fatuidad. Las palabras, nacidas en los sitios apartados, empiezan a repetirse con inocente orgullo argentino, bajo la luna eléctrica y andariega de Corrientes; de Callao al Bajo, Corrientes vale entera por la cuadra idiomática de Buenos Aires. Como si el mínimo plano rectangular se hundiera en el medio y formara una vertiente común. En Corrientes, el legendario hombre de esquina, de esquina rosada, se transforma para siempre en el mitológico hombre de Corrientes y Esmeralda.
Hacia el Bajo, una hilera de barcos descarga vocablos que amplían los matices verbales de esta pantalla simplificada; o embalan a los que viajarán incluso a la misma España, según lo testimonia la frecuencia de argentinismos en el diccionario real. Antes, la vieja Recova era el lugar favorito de los esquivadores de la ley; entre copas de cervezas y vasos de vino, se pronunciaban todas las formas de la delincuencia extranjera y del lunfardo criollo. Hoy los cafetines del Bajo son un recuerdo venido a menos y el malandrinaje internacional oculta su jerga presidiaria en los sótanos del mapa idiomático propuesto, sin otra astucia que el antifaz profesional.
Claro que las calles son apenas un lado de la ciudad; su geografía. El otro sería el tiempo. Vivir es responder al paciente diálogo de cada instante; quedarse en el transcurrir dramático de ese diálogo. Los cuatro costados del relevamiento espacial coinciden textualmente, no sé si por casualidad o por causalidad, con los relieves mayores de la historia de Buenos Aires. Por el Este, llega en 1536 don Pedro de Mendoza y pronuncia el nombre bautismal, recordado vívidamente por Ulrico Schmidel: “…y allí levantamos una ciudad que se llamó Buenos Aires”. Varios siglos después, con la fiebre grande, el Sur “se muda al Norte” y sus consecuencias en la fisonomía demográfica son semejantes al de una tercera fundación. Nunca se ha reparado la importancia que tuvo para la clase media argentina el éxodo que obligara a la alta sociedad a abandonar precipitadamente los imponentes caserones enrejados. Los apellidos patricios se descolocan y una nueva burguesía justifica su preponderancia. Desde entonces, el abolengo de Buenos Aires no es de cuna sino de calles; se vive, o no, en el Barrio Norte.
Más cerca nuestro, hacia 1930, una revolución de cuartel viene del Oeste e inicia una nueva costumbre institucional. Quince levantamientos militares testimonian esa peligrosa rutina. Pero Buenos Aires pareciera ignorar la continua vacilación casera y prosigue su firme vocación de gran capital de habla española y de progreso ambicioso. Crece con el entusiasmo de los fuertes y las gruesas lanzas de cemento ya no tapan el río; ese río como un cielo donde veía la esperanza de los que llegaban.
Aquí termina esta geografía verbal. Queda el porvenir. Pero ello no es hazaña de nadie. El porvenir queda a pesar nuestro y de los doctores en ciencias económicas; técnicos en pobreza y burocracia estadística. No fue mi intención hacer una prolija tesis lingüística que aspire a la consideración de una formalidad rectoral, labor de investigación y de crítica que dejo para otro. Los críticos son los marchands de la cultura; se quedan con lo mejor. Me basta con recuperar el testimonio de un Buenos Aires cotidiano que yo he compartido, con igual despreocupación callejera. Solamente lo cotidiano nos da la profunda dimensión del tiempo; ese morir repetido de todos los días cuyo nombre es la vida. Una de las tantas calles de la eternidad.
José Edmundo Clemente

En:
Jorge Luis Borges, José Edmundo Clemente, El lenguaje de Buenos Aires, Buenos Aires, Emecé Editores S.A., 1963,1996

Biografía


JOSÉ EDMUNDO cLEMENTE
 
José Edmundo Clemente nació en Salta el 16 de noviembre de 1918. Durante dieciocho años compartió con Jorge Luis Borges la dirección de la Biblioteca Nacional. Fundó la Escuela Nacional de Bibliotecarios en 1957. En 1963 fue nombrado director general de Cultura de la Nación y, en 1982, subsecretario de Cultura de la provincia de Buenos aires. Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras. Sus obras son: Estética del lector, Los temas esenciales de la literatura, Estética del contemplador, Tiempo dl hombre, Historia de la soledad, Descubrimiento de la metáfora, Guía de lecturas informales y Geografía de la metáfora. 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

La opinión de Ernesto Sábato


A continuación transcribo un comentario recibido sobre el texto publicado “La opinión de Ernesto Sábato”.  Lo firma Sergio Malfé y lo recibí en mi correo electrónico. Como todos los aportes son bien recibidos, nos complace publicarlo y ponerlo a consideración de todos los lectores del blog.
Muchas gracias


Mucho gusto
Sin intersesionar retorno al post; al leerlo me decía: "tengo que darle respuesta". Porque muy de acuerdo estoy con el señalamiento Sabatiano acerca de las maniobras desigualadoras y privatistas de apropiación del idioma. Las vitrificaciones apuntan a establecer una dependencia conveniente para los intereses quedatistas, retóricos y mistificadores, de elites retrógradas. Pero no todo cambio es aceptable. La cuestión es que no me parece progreso el que se haga costumbre con las groserías y la apelación soez. Más grave es el empleo de esas barbaridades por "comunicadores" o portavoces del estado. Recordé que en 2006 tenía yo algo dicho en Web sobre el tema, y después puse derivaciones relacionadas, pero bueno.. Pasó el tiempo y siguen pasando cosas .. Este es el enlace al texto que recordé: http://sergio_e_malfe.lacoctelera.net/post/2006/11/09/epitetoludez-nota- Mi localización ahora es otra; por hacer Web intentaré transcribirla aquí: http://hipersalenas.wordpress.com/
Saludos

sábado, 24 de noviembre de 2012

Alejandra Pizarnik



Lejanía



Mi ser henchido de barcos blancos.
Mi ser reventando sentires.
Toda yo bajo las reminiscencias de tus ojos.
Quiero destruir la picazón de tus pestañas.
Quiero rehuir la inquietud de tus labios.
Porqué tu visión fantasmagórica redondea los cálices de estas horas?


Alejandra Pizarnik

En La tierra más ajena. Este fue el primer libro de Alejandra Pizarnik. Lo publicó en 1955 y lo firmó como Flora Alejandra Pizarnik

BIBLIOTECA VIRTUAL BEAT 57



La opinión de Ernesto Sábato


Sobre el castellano que empleamos

Borges y Sábato
Parte de los defectos lugonianos se deben a la manía de probar que un americano puede escribir una lengua tan rica y tan castiza como la de un español. Este sentimiento de inferioridad presionó catastróficamente en nuestros escritores. De la forma y medida en que presiona sobre muchos maestros y profesores de enseñanza secundaria, mejor es que no hablemos.
Pero los más vitales y poderosos creadores no incurrieron en ese defecto. Sarmiento, Hernández y Alberdi consideraron que la lengua debía ser tomada desde la perspectiva de nuestra propia cultura, esa cultura que, bien o mal, iba brotando de una tierra inédita: “La lengua de un pueblo es el reflejo de su historia, gobierno, clima, costumbre y carácter”, dijo Alberdi.
Impertérritos, muchos profesores nos salen con la pureza del idioma y con el mito del casticismo: ese mito, que, según se sabe, recomienda hablar como si estuviéramos en Talavera de la Reina[1] hace cuatrocientos años. También los gramáticos del Tercer Reich[2], en ese momento de psicosis colectiva, tuvieron la fantástica idea de depurar la lengua de todos los vocablos extranjeros, viéndose ante el problema de Hegel con vocablos como carreta, buey, cuerno de caza y nibelungo. Esta extraña doctrina ha constituido también ─aunque sin el auxilio de campos de concentración─ el ideal de muchos profesores y de la casi totalidad de nuestros académicos.
Ni Shakespeare, ni Dante, ni Montaigne, ni Cervantes gozaron de los beneficios de un diccionario que mantuviera la pureza idiomática. Lo que explica la muchedumbre de errores que afean sus obras y que los manuales nos señalan, tal vez con el buen deseo de que no se repitan. Es claro: el hombre busca el Orden en medio del Caos, y la existencia de academias tiene la misma raíz social y psicológica que la poesía. Odiamos lo inestable y nuestro pavor ante lo desconocido nos hace buscar una cueva materna donde reine la seguridad. Y así, desde los tiempos en que Sócrates discutía el problema con sus discípulos, esa clase de profesores defiende la desesperada teoría de la racionalidad y la estabilidad del lenguaje. Pero, por desgracia, raramente la realidad parece tomar en cuenta nuestras ansiedades. Y esa melancólica tendencia es la causa de grandes desconsuelos.
El revuelto proceso de que forma parte el hombre en sociedad promueve una incesante transformación del idioma, de modo que si en un instante dado se impusiera una lengua lógicamente perfecta ─como el esperanto─ al cabo de un par de siglos habrían estallado los cuadros de su sintaxis, su léxico y su fonética. El camino del idioma es tan tortuoso e irracional como el de la vida. De otro modo el latín no se habría convertido en castellano y todavía seguiríamos hablando como Cicerón.
Los inspectores de la moralidad lingüística (cuyo oficio consiste en perseguir las malas costumbres actuales en nombre de las malas costumbres antiguas) hablan de “corrupción”. Pero, ¿por qué en ese caso no vituperan a Cervantes en lugar de divinizarlo? ¿O ignoran que ese escritor carcelario[3] escribía en latín totalmente corrupto?
En España, el casticismo es una calamidad bastante enérgica por obra de la Academia. Pero aquí nos encontramos con gentes que a pesar de sus bárbaros apellidos (y en rigor por eso mismo) resultan más españolistas que los madrileños, hasta el punto de imitar sus equivocaciones. Y así, sobre todo en la radiotelefonía, donde la tilinguería lingüística alcanza su cima, nos dice “les invitamos a escuchar”[4], tomando como elegancia lo que meramente es una confusión metropolitana de dativo y acusativo.
La idea de fijar una lengua nace de la (ingenua) creencia en su insuperable perfección. Personas anhelantes y maravilladas instan entonces a guardarla en una vitrina, a cubierto del polvo, alejada del riesgo callejero, protegida del vulgo y de los escritores descuidados. No satisfechos con el vanidoso sentimiento de poseer el mejor idioma, pretenden además ser sus depositarios absolutos.
Este asunto de la vitrina empieza para nosotros en 1492, cuando Nebrija[5] le decía a Isabel que la lengua castellana estaba “ya tanto en la cumbre, que más se pudiera temer el descendimiento della que esperar la subida”. Que Nebrija se equivocaba, como invariablemente se equivocan los gramáticos, lo demuestran algunos considerables escritores luego del peligroso momento vítreo. Pero, con teológica candidez, Nebrija creía que su época constituía algo enorme y especialísimo. La idea es cómica pero no insólita: con frecuencia se supone que el mundo ha evolucionado, pasando por amebas, megaterios y revoluciones, a través de millones de años, para que el Hombre Contemporáneo alcance una perfección insuperable. Sin advertir que una de las irremediables y melancólicas características de ese Hombre es la de estar dejando de ser Contemporáneo a cada minuto que pasa.
La idea de asimilar la lógica y la gramática fue sugerida por Aristóteles, y hubo que llegar hasta el siglo XIX para que el mito empezara a deteriorarse. Desde Humboldt[6] sabemos que el idioma no es ergon sino energía, no es producto hecho sino actividad. Y las categorías gramaticales, lejos de ser la expresión de categorías lógicas, apenas son la petrificación de hechos psicológicos. Pero la gramática no hace más que amenazarnos con sus pretensiones lógicas y sus convenciones petrificadas. Y así nos prohíben usar el apócope “recién” sino es con un participio pasado, lo que es perfectamente inútil, porque no sólo nuestras costumbres sino nuestros grandes escritores han decidido lo contrario. Como siguen escribiendo “inmiscuyo” o “agilizar”. ¿Y quién, que no sea un incurable pedante, va a decir en nuestro país “solecito”, “mamaíta” o “cieguezuelo”?
Después de todo, siempre se es bárbaro respecto del idioma precedente. Y siendo eso inevitable, es preferible quedarse con los barbarismos vivientes y expresivos, en lugar de llenarnos la boca con los barbarismos antiguos. Esos mismos preceptores que hoy nos abruman con Dante lo habrían criticado de haber sido sus contemporáneos, por su empeño de expresar su drama en dialecto vulgar, cuando dominaba el fijo, limpio y esplendoroso latín. Pero Dante les habría vuelto la espalda in gran dispitto[7], porque como todo creador sabía que el único lenguaje del artista es el viviente, el lenguaje en que se vive, se ama y se muere, el lenguaje de la pasión y de la verdad del hombre concreto.
Los gramáticos, empero, se pronuncian contra la anarquía, no queriendo ver que los únicos lenguajes que han dejado de ser anárquicos son los muertos. Y así, Américo Castro[8] nos comunica que en la Argentina “las capas inferiores de la ciudad están actuando anárquica y absurdamente sobre el idioma”. Es lícito preguntar cuándo un pueblo ha actuado de otra manera. No por cierto el pueblo español, donde el latín dio origen a productos tan curiosos como el castellano, el gallego y el catalán, mucho más absurdamente alejados del latín que el argentino del español. Pero ya hemos visto que la palara “absurdo”, que legalmente puede aplicarse al lenguaje de la ciencia, nada tiene que hacer con el idioma de la existencia del hombre.
El joven escritor de Buenos Aires se encuentra, apenas comienza a escribir, con un gran problema vinculado a todo esto que acabo de examinar; algo mucho más importante que el mero problema de nuestra propia modalidad lexicográfica (tema que ni siquiera merece ser discutido): el problema del voseo.
El voseo está hecho sangre y carne en nuestro pueblo, y no sólo en las capas inferiores de la sociedad, como menospreciativamente dice el profesor Castro, sino en la casi totalidad de nuestro pueblo. ¿Cómo no emplearlo en nuestras novelas o en nuestro teatro? El autor de ficciones no debe sacrificar jamás la verdad profunda de su circunstancia, y el lenguaje que debe emplear es el lenguaje en que su gente ha nacido, ha sufrido, ha gritado en momentos de desesperación o de muerte, ha dicho las palabras supremas de amistad o de amor, ha mezclado con sus risas o sus lágrimas, con sus desventuras y sus esperanzas. Es el lenguaje que mamamos en nuestra infancia y el que estuvo entrañablemente unido a nuestros juegos, a los pájaros y perros que nos rodearon, a nuestros sueños y a nuestras pesadillas. ¿Y quién en Buenos Aires, que no sea un personaje apócrifo o mal educado por gobernantas imbuidas de una falsa idea del idioma va a emplear el tu y sus conjugaciones en una auténtica carta de amor, en un momento de muerte o en un ruego dramático? ¿Qué argumentos puede mostrar el profesor Castro para impedirnos el uso de ese bárbaro voseo?
Si nos propone las normas escritas de la Academia, es inútil, porque ya sabemos que esas normas son violadas cada vez que un gran escritor o un pueblo necesita hacerlo; más aún: es muy difícil que se preocupe de ellas, o que siquiera las conozca o tenga presentes.
Si nos propone el célebre criterio de “los buenos autores” entraríamos en una cuestión muy desagradable para el profesor Castro; porque precisamente lo que nosotros juzgamos los buenos autores de Buenos Aires emplean el voseo en sus novelas, en su teatro y en sus poemas. Quedaría el recurso heroico de rechazar la bondad de escritores como Mansilla, Borges, Cambaceres, Payró, Hernández, Marechal, Martínez Estrada, Güiraldes o Benito Lynch. Sería duro y grotesco, pero es lo que consecuentemente debería hacer; y que acaso piensa en el fondo de su corazón y no se atreve a expresar. Porque en el fondo, hay que suponerlo, para Américo Castro un “buen autor” es alguien que escribe como Américo Castro. Por lo demás, es relativamente sencillo ponerse de acuerdo sobre la calidad de un autor cuando han pasado cuatro siglos; pero para ese entonces, lamentablemente, ya estamos escribiendo una lengua diferente, que no podemos valorar mediante las opiniones de un cadáver, aunque sea un ilustre cadáver. Quedan entonces los autores vivientes, y Dios nos libre que su jerarquía sea establecida por gramáticos como Américo Castro.
¿El “buen uso” de la lengua, entonces? ¿El uso de la gente educada? Estamos en lo mismo. Si nuestros grandes escritores incurren en el voseo y dicen la encantadora palabra “calesita” en lugar de “tío-vivo”, es muy probable, por no decir que es completamente seguro, que nuestras personas educadas han de emplear el mismo lenguaje. A menos que el profesor Castro nos diga que la gente educada a que él se refiere es la gente educada en los colegios de Toledo.
Por donde se lo busque, este problema no tiene solución para los ansiosos defensores de la gramática eterna. El lenguaje lo hace el pueblo, el pueblo todo, y, naturalmente, alcanza sus paradigmas en sus grandes poetas y escritores. Grandes poetas y escritores que jamás violan lo que en germen o tácitamente está en el ánimo de su pueblo, sino que lo llevan hasta las máximas alturas de sutileza y de expresividad.
Por lo demás, los grandes autores cometen incorrecciones gramaticales y tampoco, desde ese punto de vista, pueden ser juzgados como ejemplares de “buen uso”. Si hojeamos cualquiera de los nuestros, encontraremos a cada paso expresiones como “disiento con” o “plan a desarrollar” [9]. También leo en un escritor español “hoy hacen, señor, según mi cuenta, un mes y cuatro días…”. Acudo a uno de estos textos sagrados y verifico que, en efecto, se incurre en una bárbara falta de concordancia, y que esta conversión de acusativo es muestra de pésima educación gramatical. Pero como la frase pertenece a Cervantes, me entran dolorosas dudas sobre el valor de esas normas. Tratándose de ese autor, la mayor parte de los preceptores se pondrán o se habrán puesto ya (la lectura de gramáticas no es mi pasión) a buscarle algún justificativo y, en última instancia, no faltará quien eleve esa falta al rango de excepción aconsejada para el buen uso; ese célebre buen uso tan fácil de establecer varios siglos después, cuando se tienen todas las garantías de que ese aventurero era un genio literario. Porque con las incorrecciones gramaticales pasa como con los golpes de estado: si sus ejecutantes fracasan, el golpe es una “siniestra intentona”, y sus jefes unos “bandoleros”; pero si triunfan, señalan una fecha patria y sus cadillos se convierten en modelos nacionales que deben ser imitados.
Tuve la suerte de recibir enseñanza de castellano cuando era alumno del colegio secundario de la Universidad de La Plata, de Pedro Henríquez Ureña. Así sólo de oídas pude conocer la diaria tortura que los casticistas infligían a otros muchachos. Muchachos que recibían mala nota o eran humillados porque decían “medias” en lugar de “calcetines”, o porque no eran capaces de traducir los localismos de la condesa de Pardo Bazán. Y todavía puede leerse en grandes diarios de Buenos Aires a enérgicos inspectores que escriben artículos para denunciar los barbarismos de la lengua argentina: las “etiquetas” en lugar de “marbetes” y los “sacos” en lugar de “chaquetas”.
Terminemos, pues. Cada cierto tiempo nos anuncian que el mejor inglés se habla en Oxford y el mejor castellano en Toledo. Lo que implica algo así como ese Origen Absoluto de Coordenadas que ansiosamente buscaban los físicos anteriores a Einstein. La ciudad de Toledo representaría así la silla absoluta del lenguaje castellano, y los pobres mortales que habitamos en otras regiones del vasto imperio estaríamos condenados a farfullar dialectos más o menos monstruosos según nuestras respectivas distancias a la Silla y a la lengua platónica sobre ella.
La verdad no es ésa. Cada pueblo elabora una lengua diferente, y sus matices fonéticos y sintácticos son consecuencia inevitable de su historia, su geografía, su raza y hasta su clima y el color de los pájaros. Qué se le va a hacer. Y en cada uno de esas naciones o regiones es posible alcanzar esa lengua sus más sutiles y hermosas expresiones, en los poemas de sus grandes poetas, en las novelas de sus prosistas y hasta en la gracia inefable de sus chicos callejeros.

Ernesto Sábato
Páginas Vivas, Editorial Kapelusz, 1974


[1] Talavera de la Reina. Ciudad de España, en la provincia de Toledo, famosa por su cerámica.
[2] Tercer Reich. Alemania bajo el régimen nacionalsocialista.
[3] Escritor carcelario. Luego de vivir cinco años en cautiverio en Argel, Cervantes regresa a España. Allí es encarcelado dos veces: en Sevilla por un error de cuentas de un subordinado y en Valladolid por un dudoso hecho de sangre.
[4] Les invitamos a escuchar. Por “los invitamos a escuchar”.
[5] Antonio Martínez de Cala y Jarava conocido como Antonio de Nebrija fue el pionero de la redacción de la gramática en 1492
[6] Humboldt, Whilhelm, barón de. Filólogo y crítico alemán (1767-1835)
[7] In gran dispitto. (Del ital.). Lit., con gran desprecio.
[8] Castro, Américo. Ilustre filólogo español contemporáneo.
[9] “disiento con…”. Expresiones de uso común que por ser usadas por los mejores escritores han dejado de ser incorrectas. Porque lo que Sábato quiere decir es que el uso, impuesto por la costumbre de todo un pueblo y realzado por sus grandes escritores, legaliza esta clase de “barbarismos”.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Julio Cortázar


Instrucciones para llorar



bajado de: emisorreceptormensajecanal.blogspot.com

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.
Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.
Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia dentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
Julio Cortázar

Texto digitalizado de:
Historias de cronopios y de famas (1962), Alfaguara, S.A., 1995

Marisa Presti



 Rebelión

Hacía tiempo que no escribía. Las preocupaciones lo habían ido inundando de a poco, con un caudal cada vez más intenso que lo habían ido paralizando. Pero de pronto, sin proponérselo, amaneció con un ánimo distinto. Y decidió hacer el intento. Con cierto temor, se acercó a la computadora y la encendió. Esperó unos minutos, mientras en su mente garabateaba el tema del cuento que había empezado a imaginar unas horas antes.
Cuando el programa estuvo listo, sus dedos comenzaron a moverse sobre el teclado. Al principio no miró, pero cuando en un momento levantó la vista vio escrito en la pantalla una absurda sucesión de letras que no decían nada.: azñhydfv mvuyrexaf …
Sorprendido, borró el escrito incoherente y con paciencia, volvió a poner el cursor al principio. Apretó la p y se escribió la f, probó con la a y apareció la ñ. Malhumorado, lo intentó más de tres veces, y siempre con el mismo resultado.
Se levantó con decisión. Era evidente que el equipo tenía una falla importante y no le iba a permitir escribir. Apagó todo. Para algo se inventaron la lapicera y el papel mucho antes que estas malditas máquinas, dijo en voz bien alta.
Provisto de las dos cosas, se sentó en la mesa de la cocina, el lugar de la casa que siempre le resultó más cálido y amigable. Aquí voy a poder, pensó con satisfacción. Se acomodó y empezó a escribir con su mano derecha, pero al segundo vio con estupor que lo que escribía no tenía ninguna relación con lo tenía en su mente, más bien parecía el comienzo de un cuento para chicos: Había una vez una princesa…
Estrujó la hoja con rabia. Tomó otra y puso todo el cuidado posible en dibujar las letras que quería, pero no hubo forma. Parecían tener vida propia y escribirse a sí mismas como querían: esta vez apareció el titular del diario de la mañana.
Angustiado, soltó la lapicera y apoyó la cabeza sobre la mesa. Sus venas, crispadas, habían enrojecido el rostro colocándolo entre la ira y la angustia.
Pasaron unos minutos hasta que se incorporó. Sobre el papel vio escrito con una letra desconocida: te falta talento.
Fue la última vez que Gerardo Manccini intentó escribir.

 MARISA PRESTI



redesdepapel.blogspot.com




sábado, 10 de noviembre de 2012

Eliette Abecassis



Reflexiones
 
Hoy en día, cuando escucho el concierto para violoncelo de Elgar, vuelvo a revivirlo todo: no hay nada como la música para evocar el pasado, con tanta precisión y tanta profundidad de espíritu. El gusto, el olfato o el tacto proporcionan efluvios intensos pero fugaces; y el esfuerzo, inmenso, para reconquistar el recuerdo es casi un trabajo para el alma. La visión de un sitio en otro tiempo habitado, antaño frecuentado, puede provocar una formidable nostalgia, pero el recuerdo de las épocas pasadas sigue siendo borroso, pues, capturado por la vista, no puede vagar por las zonas más recónditas y alejadas. Con la música, todo se ordena y se dispone como bajo el efecto de una máquina de remontar el tiempo. La música produce un impulso del corazón que dura y se profundiza, igual que una conversación entre dos amigos que rememoran lo mismo. Por eso nada puede entristecer más que un fragmento musical: el pasado es evocado con tal fuerza que uno casi siente que ha retrocedido y luego la caída hasta el presente es aún más vertiginosa.
Si, la música es una gnosis que revela los conocimientos enterrados en lo más hondo de nuestro interior. ¿Quiénes somos? ¿En qué nos hemos convertido? ¿Dónde estamos? ¿Adónde nos hemos visto arrojados? ¿Adónde vamos? A veces uno reflexiona sobre estas preguntas y otras no se las plantea, simplemente porque es feliz.
…………………………
Aún no había cumplido los seis años cuando mi padre me llevó al matadero. Él pretendía curtirme, enseñarme de qué iba la vida. Más tarde, cuando era un adolescente enfrascado en la búsqueda de mi identidad, me escondía para leer el periódico o escuchar la radio, porque me daba vergüenza que mis padres me tildaran de “intelectual”. De muy joven había aprendido a disimular y a mentir para evitar su compañía; para huir de la necedad. Me había construido un mundo reducido a mi alrededor, un universo mágico en el que interpretaba por turnos los papeles de los personajes que más me gustaban: héroes románticos, aventureros, como los de los libros de Alejandro Dumas. Me sedujo la figura de Herodoto porque, a los veinticuatro años, había abandonado su patria para viajar, para tomar notas y consignar historias y leyendas. Su estilo, sobrio y preciso, no desdeñaba las digresiones que e abrían a capricho según por donde discurrieran sus periplos: desde Egipto, donde se interesó por el culto a Hércules, hasta la ciudad de Tiro, en la que prosiguió con sus indagaciones. Llegó hasta la Cólquida donde preveía encontrar a los descendientes de los colonos que había dejado Sesostris. Volvió a embarcarse en Taso para después rodear el cabo y llegar a las costas del Helesponto. Nadie antes que él había viajado tanto para conocer a la humanidad. Nadie supo como él describir su verdadera naturaleza: la barbarie.
…………………………

Tal vez el Mal sea demasiado fuerte para Él. El Mal radical, el Mal cometido como un fin en sí mismo y no como n medio para llegar a otro fin. El Mal radical como un misterio, como la parte negra de la creación, lo incomprensible, el ser privado de ser, la nada de la nada, el triunfo del caos sobre el orden, la destrucción del espíritu y del cuerpo, la reducción de todo a nada; la nada, el insondable poder de la nada.
El Mal trascendente, ignominioso, el del asesinato individual, el del asesinato en masa, el de la tortura y de la degradación física, el Mal ingenioso y vicioso, servil y dominador, el Mal pensado y calculado, lentamente preparado, concienzudamente ejecutado, el Mal aventajado por el mal, superado, aumentado sin pausa, el Mal en relación al cual la crueldad es un juego de niños, el Mal civilizado, el de las personas instruidas y educadas, el Mal decidido, inquebrantable, al que llamamos barbarie.
Parece loco, insensato, y sin embargo se aplica de forma racional, como una máquina implacable. Supera todos los horrores de la imaginación, todas esas pesadillas que nos despiertan de noche con esa extraña impresión de realidad; pero allí es al revés, allí se vive en un decorado alucinante, de fuego, de carne y de sangre, y el sueño es el único momento de tregua. Ese mal supera la idea que se tiene del infierno, pues el infierno es las llamas que arden de manera indefinida, es la tortura y el suplicio para los hombres que han cometido faltas y eso todavía tiene un sentido.
Incluso cundo se mata a un hombre, no es preciso degradarlo como lo hace el mal radical; incluso cuando se mata a un hombre, no se lleva a cabo esa clase de mal y es posible perdonar a los asesinos de los propios hijos, si se sabe por qué y cómo han actuado, por sufrimiento o por pobreza, por amor o por celos. Esa clase de mal, en cambio no es explicable. Shakespeare no lo comprendió y por eso pintó jorobado a Ricardo III: cualquier hombre tan feo, deforme y repugnante como él haría el mal para vengarse de los hombres que lo detestan por lo que es; ese aborrecimiento es tan insoportable que prefiere ser odiado por lo que hace. Pero el mal radical lo ejecuta el hombre de facciones agraciadas y altivo porte, de estatura elevada y cuerpo recio, el hombre afortunado en el amor, el hombre próspero, el hombre casado que se reúne con su mujer y sus hijos después de haber destruido a una multitud. No, el mal no es repulsivo como Ricardo: es seductor; sugiere, tienta y atrae, arroba los sentidos, cautiva a la razón y, situado en pleno centro del tiempo, engatusa al hombre con el espejismo del Poder.
Manipulador, hábil calculador, refinado estratega, es forzosamente inteligente, tiene una capacidad inventiva genial, es prolífico y nunca le faltan argumentos. Lo propio del mal es engendrar males, propagarse, ser legión. Se extiende como una plaga, como una enfermedad contagiosa, como una peste. Así es como se normaliza, se banaliza y se aburguesa, así se transforma en costumbre, norma y ley. Es erróneo pensar que el mal se reconoce por su caos: lo propio del mal es llevar una existencia respetable.
Es como un carnicero que corta carne todos los días, que la pesa y la vende porque es el acto más natural del mundo, porque ése es su cometido; porque hay que comer y nadie podría poner en tela de juicio tal necesidad. Pero de repente, la carne es la carne del hombre, es la sangre que circula por sus venas, flores del barrizal, renuevos aplastados.
El mal monstruoso, infame, ahuyenta la vida; el mal es la muerte, ese escándalo intolerable, es la muerte que se inmiscuye en el fuego sagrado, es la muerte que entra en la vida a través de la vida, a través de la voluntad del hombre.
…………………………

Al principio de la Creación, la tierra estaba desierta y vacía y las tinieblas cubrían el abismo y el espíritu de Dios planeaba sobre la superficie de las aguas, y dijo Dios: “Hágase la luz” y la luz se hizo. Pero la luz no era buena: sirvió para iluminar a los nazis en la ejecución de sus crímenes.
E hizo Dios el firmamento entre las aguas que hay debajo del firmamento y las que hay sobre el firmamento y dijo “reúnanse en un solo lugar las aguas de debajo de los cielos y aparezca lo seco”, y llamó “tierra” a lo seco y a la reunión de las aguas llamó “mar”. Pero los cielos no eran buenos: presenciaron lo que ocurría, sin rugido ni cólera.
Dijo Dios “produzca la tierra vegetación: plantas con semillas, árboles frutales que den sobre la tierra fruto según su especie, con la semilla dentro”, pero en verdad, todo aquello era bastante malo: aquella vegetación crecía sin preocuparse por la composición de sus abonos.
Creó lumbreras en el firmamento de los cielos para separar el día de la noche, como señales para dar luz a la tierra. Hizo la lumbrera mayor y la lumbrera menor, pero éstas se sucedieron sin detenerse para protestar contra lo que ocurría. La oscuridad no fue total y el sol asistió al exterminio de los hombres sin velarse el rostro. La gran lumbrera no dejó de brillar sobre los campos y la pequeña lumbrera apareció puntualmente sobre ellos. Eran los espectadores de ese crimen abominable.
Creó a los animales, a los grandes monstros marinos, a las fieras salvajes según su especie, a los ganados según su especie y a todos los reptiles de la tierra según su especie: pero los monstruos marinos no engulleron a los navíos en el mar y las aves siguieron volando sobre los campos, las fieras salvajes no se abatieron sobre Europa, no protegieron a los judíos en su horno ardiente.
Y después creó al hombre: y éste fue el peor de todos ellos. Y el hombre que Dios hizo a su imagen creó el Mal absoluto conforme a su modelo.
Y la serpiente, que no precisaba de gran astucia para constatar aquello, tentó a la mujer, tentó al hombre, que no se hizo rogar para cometer la falta irremediable, y así fue como abandonaron el Edén.

Eliette Abecassis

El oro y la ceniza (fragmentos)
LRS to LRF parser v.0.9; Mikhail Sharpmpv. 2006; msh-tools.com/ebook/

Biografía


         
Eliette Abècassis

 


El 27 de enero de 1969, Eliette Abécassis nace en Estrasburgo, en una familia judía sefardí de origen marroquí. Su padre, Armand Abécassis, profesor de filosofía en la Facultad de Burdeos, es uno de los mayores pensadores contemporáneos sobre el tema del judaísmo. Es el autor de la obra Pensamiento Judío. Crece así, Eliette siendo muy practicante en un ambiente de religión y cultura judías.
En 1993, consigue la Licenciatura en Filosofía en la Facultad Herni IV de París y en 1996 publica su primera novela Qumrán. Una novela policíaca metafísica, donde un joven judío ortodoxo investiga sobre unos misteriosos homicidios relacionados con la desaparición de manuscritos del Mar Muerto. Tendrá un éxito inmediato. Se venden más de 100.000 ejemplares y el libro se traducirá en 18 idiomas. Un año después publica El oro y la ceniza y comienza a impartir clases de filosofía en la facultad de Caen. En 1998 se traslada durante más de seis meses al barrio ultra-ortodoxo de Mea Shearim en Jerusalén, para escribir el guión de Kadosh, una película israelí de Amos Gital que fue nominada en el Festival de cine de Cannes para el mejor guión. En esta historia se inspiró para su novela La repudiada (2000). En marzo de 2001 recibe el premio de los Escritores Creyentes (concurso creado en Frania en 1979) y en junio de ese año se casa en Jerusalén. En la actualidad, compagina su labor como profesora de Filosofía en un instituto de la localidad francesa de Caen con su actividad literaria.


viernes, 2 de noviembre de 2012

Eduardo Galeano


Pájaros prohibidos
Bajado de: dunsany8.blogspot.com


Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso. Tampoco puede dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros.
Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener ideas ideológicas, recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen en la entrada de la cárcel.
El domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos, y el dibujo pasa. Didaskó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en la copa de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:
¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?
La niña lo hace callar:
―Ssshhh.
Y en secreto le explica:
Bobo. ¿No ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.

Eduardo Galeano


Texto extraído de Leer x leer, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 2008


Eduardo Galeano


Eduardo Galeano
 


Eduardo Galeano (Montevideo, Uruguay, 1930) es uno de los más reconocidos escritores y pensadores de América Latina. Desde que en los años 60 publicó su hoy mundialmente famoso Las venas abiertas de América Latina (libro en el que devela la historia oculta de la explotación en nuestro continente), sus artículos y cuentos no han dejado de protagonizar las páginas de diarios y revistas latinoamericanas. Autor de varios libros, todos traducidos a más de veinte idiomas, fue también fundador de la legendaria revista porteña Crisis en los años 70.

Galeano nació en Uruguay en el seno de una familia de clase alta y católica de ascendencia italiana, española, galesa y alemana, su padre fue Eduardo Hughes Roosen y su madre Licia Esther Galeano Muñoz de quien tomó el apellido para su nombre artístico. En su juventud trabajó como obrero de fábrica, dibujante, pintor, mensajero, mecanógrafo, cajero de banco, entre otros oficios. A los 14 años vendió su primera caricatura política al semanario "El Sol" del Partido Socialista.

Contrajo matrimonio tres veces: la primera con Silvia Brando, con quien tuvo una hija, Verónica Hughes Brando; luego con Graciela Berro Rovira con quien tuvo dos hijos: Florencia y Claudio Hughes Berro y de quien también se divorció casándose en terceras nupcias con Helena Villagra.

Durante sus estudios con una beca en París supo que Juan Domingo Perón había dicho “si ese muchacho anda por acá, me gustaría verlo”. Galeano aprovechó un viaje para llamar al teléfono que le habían dado, aún cuando no terminaba de creer que fuese cierto. Lo era, y fue recibido muy bien. Tuvo una larga charla con el ex presidente argentino en el exilio, donde le preguntó por qué no emitía señales más seguido.
“Perón me contestó: El prestigio de Dios está en que se hace ver muy poco”.

En el Golpe de Estado del 27 de junio de 1973, Galeano fue encarcelado y obligado a dejar Uruguay. Su libro Las venas abiertas de América Latina fue censurado por las dictaduras militares de Uruguay, Argentina y Chile. Se fue a vivir a Argentina donde fundó la revista cultural "Crisis".



Texto extraído de Leer x leer, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 2008 y Wikipedia


sábado, 20 de octubre de 2012

Franz Kafka


Cabalgata
 
Tomando impulso salté sobre los hombros de mi compañero como si no fuera la primera vez y, hundiéndole los puños en las costillas, lo hice trotar. Cuando aminoró la marcha con visibles muestras de desagrado, llegando hasta a detenerse, le clavé las botas en el vientre para espolearlo. Dio buen resultado y rápidamente llegamos al interior de una región extensa pero inconclusa. Cabalgaba por una carretera pedregosa y bastante empinada, pero precisamente eso me agradaba y dejé que se volviera aún más pedregosa y empinada. Cuando mi cabalgadura tropezaba la levantaba de un tirón en el cuello y si se quejaba le azotaba la cabeza. En tanto, encontré saludable esta cabalgata por el aire puro, y para hacerla todavía más salvaje, hice que soplaran a través de nosotros fuertes ráfagas de viento contrario.
Exageré el movimiento de vaivén sobre los anchos hombros de mi compañero y, agarrado a su cuello con ambas manos, eché la cabeza hacia atrás, para contemplar las multiformes nubes que, más débiles qua yo, se dejaban arrastrar pesadamente por el viento. Reía y temblaba de coraje. Mi abrigo se desplegaba y me daba fuerzas. Apretaba con firmeza una mano contra la otra, estrangulando a mi compañero. Sólo cuando el cielo fue cubriéndose gradualmente con las ramas de los árboles que yo dejaba crecer en los bordes de la calle, volví en mí.
 –No sé, no sé –grité sin entonación–. Si no viene nadie, entonces nadie viene. A nadie he hecho mal, nadie me ha hecho mal, pero nadie me quiere ayudar, nadie en absoluto. Pero, sin embargo, no es así. Sólo que nadie me ayuda, de lo contrario sería absolutamente hermoso; y con gusto quisiera –¿qué me dice de ello?– hacer una excursión con una sociedad de absolutos nadies. Desde luego que a la montaña; ¿adónde si no? ¡Cómo se aprietan estos nadie, estos numerosos brazos atravesados y enganchados, estos muchos pies separados por pasos minúsculos! Se comprende, todos de etiqueta. Marchamos tan así, así; un excelente viento pasa por los huecos que dejamos entre nuestros miembros. Las gargantas se abren en la montaña. Es un milagro que no cantemos.
Entonces mi compañero cayó y comprobé que se hallaba seriamente lesionado en la rodilla. Como ya no podía serme útil lo dejé sin pena sobre las piedras; y luego silbé, llamando a unos buitres, que, obedientes se posaron sobre él para custodiarlo con sus picos oscuros.

Franz Kafka

Texto digitalizado: OBRAS COMPLETAS – FRANZ  KAFKA
 EDITORIAL TEOREMA –VISIÓN LIBROS Título del original en alemán: Gesammelte Werke. Impreso en España, 1983