Reflexiones

Hoy en día, cuando escucho el concierto para violoncelo de Elgar, vuelvo a
revivirlo todo: no hay nada como la música para evocar el pasado, con tanta
precisión y tanta profundidad de espíritu. El gusto, el olfato o el tacto
proporcionan efluvios intensos pero fugaces; y el esfuerzo, inmenso, para
reconquistar el recuerdo es casi un trabajo para el alma. La visión de un sitio
en otro tiempo habitado, antaño frecuentado, puede provocar una formidable
nostalgia, pero el recuerdo de las épocas pasadas sigue siendo borroso, pues,
capturado por la vista, no puede vagar por las zonas más recónditas y alejadas.
Con la música, todo se ordena y se dispone como bajo el efecto de una máquina
de remontar el tiempo. La música produce un impulso del corazón que dura y se
profundiza, igual que una conversación entre dos amigos que rememoran lo mismo.
Por eso nada puede entristecer más que un fragmento musical: el pasado es
evocado con tal fuerza que uno casi siente que ha retrocedido y luego la caída
hasta el presente es aún más vertiginosa.
Si, la música es una gnosis que revela los conocimientos enterrados en lo
más hondo de nuestro interior. ¿Quiénes somos? ¿En qué nos hemos convertido?
¿Dónde estamos? ¿Adónde nos hemos visto arrojados? ¿Adónde vamos? A veces uno
reflexiona sobre estas preguntas y otras no se las plantea, simplemente porque
es feliz.
…………………………
Aún no había cumplido los seis años cuando mi padre me llevó al matadero.
Él pretendía curtirme, enseñarme de qué iba la vida. Más tarde, cuando era un
adolescente enfrascado en la búsqueda de mi identidad, me escondía para leer el
periódico o escuchar la radio, porque me daba vergüenza que mis padres me
tildaran de “intelectual”. De muy joven había aprendido a disimular y a mentir
para evitar su compañía; para huir de la necedad. Me había construido un mundo
reducido a mi alrededor, un universo mágico en el que interpretaba por turnos
los papeles de los personajes que más me gustaban: héroes románticos,
aventureros, como los de los libros de Alejandro Dumas. Me sedujo la figura de
Herodoto porque, a los veinticuatro años, había abandonado su patria para
viajar, para tomar notas y consignar historias y leyendas. Su estilo, sobrio y
preciso, no desdeñaba las digresiones que e abrían a capricho según por donde
discurrieran sus periplos: desde Egipto, donde se interesó por el culto a
Hércules, hasta la ciudad de Tiro, en la que prosiguió con sus indagaciones.
Llegó hasta la Cólquida donde preveía encontrar a los descendientes de los
colonos que había dejado Sesostris. Volvió a embarcarse en Taso para después
rodear el cabo y llegar a las costas del Helesponto. Nadie antes que él había
viajado tanto para conocer a la humanidad. Nadie supo como él describir su
verdadera naturaleza: la barbarie.
…………………………
Tal vez el Mal sea demasiado fuerte para Él. El Mal radical, el Mal
cometido como un fin en sí mismo y no como n medio para llegar a otro fin. El
Mal radical como un misterio, como la parte negra de la creación, lo
incomprensible, el ser privado de ser, la nada de la nada, el triunfo del caos
sobre el orden, la destrucción del espíritu y del cuerpo, la reducción de todo
a nada; la nada, el insondable poder de la nada.
El Mal trascendente, ignominioso, el del asesinato individual, el del
asesinato en masa, el de la tortura y de la degradación física, el Mal
ingenioso y vicioso, servil y dominador, el Mal pensado y calculado, lentamente
preparado, concienzudamente ejecutado, el Mal aventajado por el mal, superado,
aumentado sin pausa, el Mal en relación al cual la crueldad es un juego de
niños, el Mal civilizado, el de las personas instruidas y educadas, el Mal
decidido, inquebrantable, al que llamamos barbarie.
Parece loco, insensato, y sin embargo se aplica de forma racional, como una
máquina implacable. Supera todos los horrores de la imaginación, todas esas
pesadillas que nos despiertan de noche con esa extraña impresión de realidad;
pero allí es al revés, allí se vive en un decorado alucinante, de fuego, de
carne y de sangre, y el sueño es el único momento de tregua. Ese mal supera la
idea que se tiene del infierno, pues el infierno es las llamas que arden de
manera indefinida, es la tortura y el suplicio para los hombres que han
cometido faltas y eso todavía tiene un sentido.
Incluso cundo se mata a un hombre, no es preciso degradarlo como lo hace el
mal radical; incluso cuando se mata a un hombre, no se lleva a cabo esa clase
de mal y es posible perdonar a los asesinos de los propios hijos, si se sabe
por qué y cómo han actuado, por sufrimiento o por pobreza, por amor o por
celos. Esa clase de mal, en cambio no es explicable. Shakespeare no lo
comprendió y por eso pintó jorobado a Ricardo III: cualquier hombre tan feo,
deforme y repugnante como él haría el mal para vengarse de los hombres que lo
detestan por lo que es; ese aborrecimiento es tan insoportable que prefiere ser
odiado por lo que hace. Pero el mal radical lo ejecuta el hombre de facciones
agraciadas y altivo porte, de estatura elevada y cuerpo recio, el hombre
afortunado en el amor, el hombre próspero, el hombre casado que se reúne con su
mujer y sus hijos después de haber destruido a una multitud. No, el mal no es
repulsivo como Ricardo: es seductor; sugiere, tienta y atrae, arroba los
sentidos, cautiva a la razón y, situado en pleno centro del tiempo, engatusa al
hombre con el espejismo del Poder.
Manipulador, hábil calculador, refinado estratega, es forzosamente
inteligente, tiene una capacidad inventiva genial, es prolífico y nunca le
faltan argumentos. Lo propio del mal es engendrar males, propagarse, ser
legión. Se extiende como una plaga, como una enfermedad contagiosa, como una
peste. Así es como se normaliza, se banaliza y se aburguesa, así se transforma
en costumbre, norma y ley. Es erróneo pensar que el mal se reconoce por su
caos: lo propio del mal es llevar una existencia respetable.
Es como un carnicero que corta carne todos los días, que la pesa y la vende
porque es el acto más natural del mundo, porque ése es su cometido; porque hay
que comer y nadie podría poner en tela de juicio tal necesidad. Pero de
repente, la carne es la carne del hombre, es la sangre que circula por sus
venas, flores del barrizal, renuevos aplastados.
El mal monstruoso, infame, ahuyenta la vida; el mal es la muerte, ese
escándalo intolerable, es la muerte que se inmiscuye en el fuego sagrado, es la
muerte que entra en la vida a través de la vida, a través de la voluntad del
hombre.
…………………………
Al principio de la Creación, la tierra estaba desierta y vacía y las
tinieblas cubrían el abismo y el espíritu de Dios planeaba sobre la superficie
de las aguas, y dijo Dios: “Hágase la luz” y la luz se hizo. Pero la luz no era
buena: sirvió para iluminar a los nazis en la ejecución de sus crímenes.
E hizo Dios el firmamento entre las aguas que hay debajo del firmamento y
las que hay sobre el firmamento y dijo “reúnanse en un solo lugar las aguas de
debajo de los cielos y aparezca lo seco”, y llamó “tierra” a lo seco y a la
reunión de las aguas llamó “mar”. Pero los cielos no eran buenos: presenciaron
lo que ocurría, sin rugido ni cólera.
Dijo Dios “produzca la tierra vegetación: plantas con semillas, árboles
frutales que den sobre la tierra fruto según su especie, con la semilla
dentro”, pero en verdad, todo aquello era bastante malo: aquella vegetación
crecía sin preocuparse por la composición de sus abonos.
Creó lumbreras en el firmamento de los cielos para separar el día de la
noche, como señales para dar luz a la tierra. Hizo la lumbrera mayor y la
lumbrera menor, pero éstas se sucedieron sin detenerse para protestar contra lo
que ocurría. La oscuridad no fue total y el sol asistió al exterminio de los
hombres sin velarse el rostro. La gran lumbrera no dejó de brillar sobre los
campos y la pequeña lumbrera apareció puntualmente sobre ellos. Eran los
espectadores de ese crimen abominable.
Creó a los animales, a los grandes monstros marinos, a las fieras salvajes
según su especie, a los ganados según su especie y a todos los reptiles de la
tierra según su especie: pero los monstruos marinos no engulleron a los navíos
en el mar y las aves siguieron volando sobre los campos, las fieras salvajes no
se abatieron sobre Europa, no protegieron a los judíos en su horno ardiente.
Y después creó al hombre: y éste fue el peor de todos ellos. Y el hombre
que Dios hizo a su imagen creó el Mal absoluto conforme a su modelo.
Y la serpiente, que no precisaba de gran astucia para constatar aquello,
tentó a la mujer, tentó al hombre, que no se hizo rogar para cometer la falta
irremediable, y así fue como abandonaron el Edén.
Eliette Abecassis
El oro y la ceniza (fragmentos)
LRS to LRF parser v.0.9; Mikhail Sharpmpv. 2006; msh-tools.com/ebook/
No hay comentarios:
Publicar un comentario