Silla en la vereda
Roberto Arlt
bajado de: ceciliagabbi.com.ar |
Llegaron las noches de las sillas en la
vereda; de las familias estancadas en las puertas de sus casas; llegaron las
noches del amor sentimental del "buenas noches, vecina", el político
e insinuante "¿cómo le va, don Pascual?" Y don Pascual sonríe y se
atusa los "baffi", que bien sabe por qué el mocito le pregunta cómo
le va. Llegaron las noches...
Yo no sé que tienen estos barrios porteños
tan tristes en el día bajo el sol, y tan lindos cuando la luna los recorre
oblicuamente. Yo no sé qué tienen; que reos o inteligentes, vagos o activos,
todos queremos este barrio con su jardín (sitio para la futura sala) y sus
pebetas siempre iguales y siempre distintas, y sus viejos, siempre iguales y
siempre distintos, también.
Encanto mafioso, dulzura mistonga, ilusión
baratieri, ¡qué se yo qué tienen todos estos barrios!; estos barrios porteños,
largos, todos cortados con la misma tijera, todos semejantes con sus casitas
atorrantas, sus jardines con la palmera al centro y unos yuyos semiflorecidos
que aroman como si la noche reventara por ellos el apasionamiento que encierran
las almas de la ciudad; almas que sólo saben el ritmo del tango y del "te
quiero". Fulería poética, eso y algo más.
Algunos purretes que pelotean en el centro
de la calle; media docena de vagos en la esquina; una vieja cabrera en una
puerta; una menor que soslaya la esquina, donde está la media docena de vagos;
tres propietarios que gambetean cifras en diálogo estadístico frente al boliche
de la esquina; un piano que larga un vals antiguo; un perro que, atacado
repentinamente de epilepsia, circula, se extermina a tarascones una colonia de
pulgas que tiene junto a las vértebras de la cola; una pareja en la ventana
oscura de una sala: las hermanas en la puerta y el hermano complementando la
media docena de vagos que turrean en la esquina. Esto es todo y nada más.
Fulería poética, encanto misho, el estudio de Bach o de Beethoven junto a un
tango de Filiberto o de Mattos Rodríguez.
Este es el barrio porteño, barrio
profundamente nuestro; barrio que todos, reos o inteligentes llevamos metido en
el tuétano como una brujería de encanto que no muere, que no morirá jamás.
Y junto a una puerta, una silla. Silla
donde reposa la vieja, silla donde reposa el "jovie". Silla
simbólica, silla que se corre treinta centímetros más hacia un costado cuando
llega una visita que merece consideración, mientras que la madre o el padre
dice:
-Nena; traéte otra silla.
Silla cordial de la puerta de calle, de la
vereda; silla de amistad, silla donde se consolida un prestigio de urbanidad
ciudadana; silla que se le ofrece al "propietario de al lado"; silla
que se ofrece al "joven" que es candidato para ennoviar; silla que la
"nena" sonriendo y con modales de dueña de casa ofrece, para
demostrar que es muy señorita; silla donde la noche del verano se estanca en
una voluptuosa "linuya", en una charla agradable, mientras
"estrila la d'enfrente" o murmura "la de la esquina".
Silla donde se eterniza el cansancio del
verano; silla que hace rueda con otras; silla que obliga al transeúnte a bajar
a la calle, mientras que la señora exclama: "¡Pero, hija! ocupás toda la
vereda".
Bajo un techo de estrellas, diez de la
noche, la silla del barrio porteño afirma una modalidad ciudadana.
En el respiro de las fatigas soportadas
durante el día, es la trampa donde muchos quieren caer; silla engrupidora,
atrapadora, sirena de nuestros barrios.
Porque si usted pasaba, pasaba para verla,
nada más; pero se detuvo. ¿Quién no se para a saludar? ¿Cómo ser tan descortés?
Y se queda un rato charlando. ¿Qué mal hay en hablar? Y, de pronto, le ofrecen
una silla. Usted dice: "no, no se molesten". Pero, ¿qué? ya fue
volando la "nena" a traerle la silla. Y una vez la silla allí, usted
se sienta y sigue charlando.
Silla engrupidora, silla atrapadora.
Usted se sentó y siguió charlando. ¿Y sabe,
amigo, dónde terminan a veces esas conversaciones? En el Registro Civil.
Tenga cuidado con esa silla. Es agarradora,
fina. Usted se sienta, y se está bien sentado, sobre todo si al lado se tiene
una pebeta. ¡Y usted que pasaba para saludar! Tenga cuidado. Por ahí se
empieza.
Está, después, la otra silla, silla
conventillera, silla de "jovies", tanos y galaicos; silla esterillada
de paja gruesa, silla donde hacen filosofía barata ex barrenderos y peones
municipales, todos en mangas de camiseta, todos cachimbo en boca. La luna para
arriba sobre los testuces rapados. Un bandoneón rezonga broncas carcelarias en
algún patio.
En un quicio de puerta, puerta encalada
como la de un convento, él y ella. Él, del Escuadrón de Seguridad; ella,
planchadora o percalera.
Los "jovies" funcionarios
públicos del carro, la pala y el escobillón, dan la lata sobre
"erogoyenisme". Algún mozo matrero reflexiona en un umbral. Alguna
criollaza gorda, piensa amarguras. Y éste es otro pedazo del barrio nuestro.
Esté sonando cuando llora la milonga o la Patética, importa poco. Los corazones
son los mismos, las pasiones las mismas, los odios los mismos, las esperanzas
las mismas.
¡Pero tenga cuidado con la silla, socio!
Importa poco que sea de Viena o que esté esterillada con paja brava del Delta:
los corazones son los mismos...
http://www.campopsi.com.ar/literat.htm
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