Tiendas de ultramarinos

Ese olor de las tiendas de ultramarinos.
¿Recuerda usted? En pleno centro, a veces. O mejor, en la calle Pedro de
Mendoza, o en Junín y Corrientes. Olor de vodka y salmón en lata; de arreos de
pesca y arenque ahumado. Ese olor.
Ese olor a color de mapa
Ese olor a ruido de motor de remolcador.
Ese olor a Hotel de Inmigrantes.
Ese olor a colonia extranjera. Ese olor.
Ese olor fresco del alambre y la cuerda; ese olor
húmedo, espeso, de mostrador y trastienda; de comida dulce; de dulce agrio; de
ropa comprada en puertos; ese olor ultramarino. Ese olor.
Ese olor a comida en las calles Veinticinco de
Mayo, Reconquista o Leandro Alem. Olor a agencia de colocaciones, también. Y a
calentador a kerosene. A tufo de calentador. A violín sacado del baúl lleno de
polvo. A armónica. A afiches de la guerra ítalo-turca o anglo-boers. Ese olor.
Ese olor a tricomía de Trípoli. De familia real
española. Ese olor.
Ese olor ultramarino.
Ese olor azul de mapa y ojo de buey.
El personaje de Proust por el aroma de una taza
de té, reconstruye todo un tiempo perdido, pasado. Huela, huela usted cuando
pase por una tienda de ultramarinos. Huele a Cementerio ¿verdad? A 1910. La infanta Isabel.
El Presidente Montt. Roque Sáenz Peña. Las primeras huelgas y
manifestaciones. El abigarramiento en el Hotel de Inmigrantes, las terceras, la
carta de España, la Exposición, las tiendas de ultramarinos.
Huela, huela usted cuando pase por una tienda de
ultramarinos. ¿Huele a retrato antiguo, verdad? A postal en colores. La Plaza
del Congreso. El monumento de los Españoles. Un niño con sombrerito de paja que
cruza la calle. Un
fiacre. Un tranvía a caballos. El mayoral.
Huela, huela usted cuando pase por una tienda de
ultramarinos. Huele a heliotropo, brocamelia y alelí. Huele a Parece que Fue
Ayer. A trencito del Parque Japonés. A cuello Mey. A bigotera y cosmético. A
1914. Huele a progroms. A guerra europea.
Los diarios nos recuerdan cada día ese olor, esos
olores.
Lituania, Letonia,
Estonia, Finlandia, Polonia... Kovno, Vilma, Helsingfors, Riga...
Inmediatamente se desparrama un olor a arenque
ahumado, a pepinos en vinagre, a salmón en lata, a pescado en barrica, a
esturión, a bacalao, a arreos de pesca, a... un olor ultramarino. (Todo esto
puede ser un poco literario, pero ustedes comprenderán).
En seguida, el paisaje. Ahora hay sobresalto en
el mar, en las rías y en los ríos; en los prados y en las colinas.
¿Qué será de esos paisajes reproducidos en los
atriles de algunos pianos automáticos?
¿Qué será de la rueda del molino mal pintado?
Vemos a una mujer gorda cortando pescado sobre
una tabla. (La gorda de la pescadería).
A un grupo de hombres del norte cuchicheando a la
puerta del café maloliente. A un vendedor de diarios cuyos títulos no podremos
deletrear nunca. A un sacerdote de una religión extranjera –y extraña–. A un retrato de novios, en el fondo de la
sala, sobre unos tarros de compota de penetrante olor (ultramarino). A alguien
que cruza la calzada llevando a un niño en la mano. A un niño agitando
desde la borda de un barco de carga su gorra de pana (ultramarina). Y,
finalmente, a una pandilla de chiquillos rubios, rotosos, sucios, que hablan ya
el lenguaje de la calle, el lenguaje argentino, mientras la más vieja de las
mujeres, la más vieja, mueve melancólicamente la cabeza y habla todavía del
barco como el gringuito cautivo de “Martín Fierro”.
Y, sobre la mesa, el diario, y en el diario los
telegramas fechados en esos lugares (ultramarinos) que, sin duda, no
conoceremos nunca. Y entonces, al puchero cotidiano se mezcla un súbito y
profundo olor (ultramarino) de arenque ahumado, de salmón en lata, de pepino en
vinagre, de pescado en barrica.
Es curioso.
Y triste, bien triste, muy triste. (Ultramarino).

Enrique González Tuñón
Del libro En
la calle de los sueños perdidos, Buenos Aires, Litterae Sociedad Editorial
Americana, 1941
Imagen bajada de: Wikipedia
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