sábado, 1 de junio de 2013

Delaney

Capítulo perdido del Quijote

Bajado de: evaingles.wikispaces.com


Cuentan que después de la burla que le habían hecho, siguió Don Quijote su camino acompañado de Sancho, quien trataba de persuadirle de que recayera en la realidad de las cosas. Anduvieron un largo trecho con perfecta paciencia hasta que en determinado momento dijo Sancho:
─Señor, ¿hasta cuándo seguiremos trotando? Porque a decir verdad mi estómago…
─Oh, hermano Sancho ─Interrumpió Don Quijote─ siempre eres el mismo flojo; pero ¿es que no piensas en otra cosa que en comida? ¡Mortifícate, se hombre, Sancho amigo, y consuélate pensando que en la ínsula que te he de dar (si no es que me la destruyen los encantadores) tendrás los manjares que desees! Mas como conozco tus mañas y sé que constantemente te estarás lamentando el haber dejado la casa de Don Lorenzo, donde señoreaba la opulencia, te prometo detener al primer caminante que se nos presente y pedirle algo que puedas comer.
Sancho, en su redondez, asintió con una sonrisa rústica, sincera.
Al terminar la referida plática vieron a lo lejos a un hombre que iba consumiendo con su carreta lentamente el camino; cuando se encontraron gritó Don Quijote:
─¡Salve buen hombre! ¡Bendito los ojos que os vean por estos lares!
El aludido, instalado detrás de los largos bigotes, respondió:
─¡Salud, apuesto caballero!
Y mirando con pausada sonrisa a Sancho, agregó:
─¿Quiénes sois vosotros?
─Yo soy el caballero Don Quijote de la Mancha, y este que aquí veis es el valiente (aunque el adjetivo no concuerde con su constitución externa) escudero Sancho Panza, futuro gobernador de una ínsula.
─¡Oh, si habré oído hablar de vosotros! ¡Y qué honor el mío de encontraros! Pero… por ventura, ¿puedo serviros en algo?
─Mirad amable señor ─se adelantó el Quijote─ sucede que mi amigo ha cabalgado mucho y en este momento su estructura muy cerca del desconsuelo, requiere atención alimenticia.
─Comprendo ─dijo el desconocido.
Y diciendo esto extrajo del interior de su carreta un trozo de carne y un chiflo de vino y en seguida se los alcanzó a Sancho, quien los fue devorando con la desorbitada mirada y cuando los tuvo en sus manos, con los dientes; pero ante una advertencia de su señor dio Sancho gracias a Dios por aquellos circunstanciales sustentos y luego prosiguió su efusiva labor.
─Por lo que veo sóis vosotros creyentes ─señaló la voz del viajero.
─Así es ─confirmó Don Quijote─ amamos la vida y por ende a Dios. Muchas veces le digo a mi amigo cuando se siente abandonado. “¿Cómo Dios que se preocupa de las cosas más triviales de la naturaleza, se olvidará de estas dos creaturas suyas?”
─Nosotros le ofrecemos ─acertó a decir Sancho─ todos nuestros actos de justicia, luchas y aventuras, y tal vez por recíproca amistad nunca permitió Él que sus pruebas hundieran nuestra esperanza.
Se interesó grandemente el desconocido por estos dos caballeros (especialmente porque sus ideas concordaban tanto con las suyas), que decidió hacerles otras preguntas para mejor conocerlos. Sancho, preocupado en sus quehaceres gastronómicos, no se interesó mayormente por la conversación. Después de todo, el pensamiento de Don Quijote era el suyo.
Preguntóle el extraño que por qué se había hecho caballero. A lo que respondió el Hidalgo:
─Me hice caballero no por locura, como dicen muchos por ahí, sino por amor a la justicia, para bañar al mundo de bien y esperanza, porque sé que hay gente necesitada, por arrojo.
─Vuestros ideales son nobles y sublimes en demasía ─comentó seriamente el inquisidor─ me interesaría conocer vuestra concepción de la vida.
─No soy poeta (aunque alguna vez lloré), ni tampoco filósofo (tan sólo dos hubo), por lo que quizá sea torpe mi respuesta. La vida es un suspiro entre dos eternidades, es tal vez como dicen algunos, un sueño y es…
─Un gran torneo de máscaras en el cual el que aparentemente triunfa es el más hipócrita ─interrumpió groseramente Sancho.
Se rieron los dos de la curiosa ocurrencia y a la pregunta de cuál era el fin que los movía, habló nuevamente Don Quijote:
─Todo lo hacemos para transformar esta época. Los que así obramos, de algún modo, siempre somos mártires; queremos volver a implantar muchas cosas, incluso la caballería que consideramos necesaria para España y para todo el mundo. Personalmente me duele pensar que existen lugares que nunca pisaré ─nuestra joven hija América, por ejemplo─ y por la que ahora nada puedo hacer. Sin embargo, allá, tal vez recién dentro de tres o cuatro siglos ocurran cosas extraordinarias y entonces, estoy seguro, habrá no uno sino muchos Quijotes y Sanchos que surgirán como respuestas a las incitaciones históricas, y ellos se encargarán, como nosotros ahora, de buscar la justicia para lograr la paz.
Luego de estas pícaras palabras que acaso pretendieron ser proféticas, continuó inquiriendo el extraño, quedando siempre asombrado de la semejanza de pensamiento que existía entre ellos. Acabado este largo coloquio (que mi simplicidad quiso sintetizar), Sancho, que ya había concluido sus menesteres, volvió a hablar:
─Buen señor: nosotros os hemos dicho hasta el talle de nuestros calzados, pero a todo esto vos no nos habéis mencionado vuestro nombre siquiera…
─¡Al fin has hecho algo más importante que engullir! ─exclamó Don Quijote. Y luego suplicó al desconocido que diera su nombre.
─Me llaman ─dijo la voz─ Miguel de Cervantes Saavedra…
Interrumpió aquí su relato Cide Hamete Benengeli y quedóse pensando acerca de la profunda interpretación de valores que había descubierto en sus personajes, y de la sorpresa que se había llevado al descubrir que Don Quijote y Sancho eran dos aspectos de una misma persona.

Juan José Delaney

La Carcajada, Editorial Plus Ultra, 1974 

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