La Divina Comedia
Infierno

Canto I
Cuenta
el poeta que se ha extraviado por una oscura selva y que, al querer emprender
la ascensión de una colina, se lo impiden tres fieras. Encuentra entonces a
Virgilio que se ofrece a él como guía para mostrarle las penas del Infierno,
luego el Purgatorio y por último el Paraíso.
En medio del camino de la vida
vine a encontrarme en una selva oscura
de la derecha senda extraviada
¡Qué penoso es decir, ay, cómo era
esta selva salvaje, espesa y áspera
que el temor le renueva el pensamiento,
tan amargo que es casi el de la muerte!
Más, para hablar del bien en ella hallado,
de otras cosas que vi daré noticia.
No sabría decir como entré en ella,
pues tan lleno de sueños me encontraba
cuando dejé el camino verdadero.
Pero al llegar al pie de la colina,
allí donde acabábase aquel valle
que el corazón me acongojó de miedo,
alcé la vista y a su espalda estaba
vestida con los rayos del planeta
que a todos guía por cualquier camino.
Algo se me aquietó entonces el miedo
que de la noche me quedó en el lago
del corazón con la aflicción pasada.
Y como aquél que, con cansado aliento,
salido de la mar a la ribera
se vuelve al agua peligrosa y mira,
así el ánimo mío, aún fugitivo,
volviéndose atrás a ver de nuevo el paso
que no salvó jamás persona viva.
Cuando al cansado cuerpo di reposo,
por la desierta falda seguí andando
y el pie más bajo siempre era el más firme.
De pronto, casi al comenzar la cuesta,
apareció ligera y agilísima
una pantera con la piel pintada,
y no se me apartaba de delante.
De tal modo impedía mi camino
que estuve por volverme muchas veces.
Tiempo era ya del empezar del día
y el sol salía con los mismos astros
con que salió cuando el Amor divino
movió al principio aquellas cosas bellas.
Buena razón de confiar me daba,
ante la fiera de la piel brillante,
la hora del día y la estación tan dulce,
más no sin que temor no me infundiese
ver un león que apareció a mi lado.
Imaginé que contra mí venía
con hambre airada y alta la cabeza,
tanto que el aire pareció temerlo.
Y una loba después que, en su magrura,
cargada semejaba de deseos,
y a mucha gente miserable hizo.
Tal turbación la loba me produjo
con el temor nacido de su vista
que no esperé llegar hasta la cumbre.
Y como aquél que goza atesorando,
llegado el tiempo de perder, en todos
sus pensamientos se entristece y llora,
tal me ocurrió con la agitada bestia,
que, acudiendo a mi encuentro, poco a poco,
me rechazó hacia donde el sol se calla.
Cuando al bajo lugar retrocedía,
se me ofreció a los ojos quien un mudo
por su terco silencio semejaba.
Cuando a este hombre vi en el gran desierto:
“¡Apiádate de mí! ─le dije a gritos─,
tú, sombra vana u hombre verdadero.”
“No soy hombre; lo he sido ─me repuso─,
lombarda fue la tierra de mis padres
y Mantua fue la patria de uno y otro.
Nací sub I ulio, aunque
tardíamente,
y bajo el buen Augusto viví en Roma
cuando los dioses falsos y engañosos.
Poeta he sido y he cantado al justo
hijo de Anquises que volvió de Troya
después de arder la altiva Ilión en llamas.
Mas, ¿por qué caes de nuevo en tanta pena,
por qué no escalas la montaña amable
que es principio y razón de todo goce?”
“¿Eres tú aquel Virgilio, aquella fuente
que derrama, al hablar, caudal tan grande?”
─le pregunté con frente ruborosa─.
¡Ah, honor y luz de los demás poetas,
válgame el largo estudio y amor tanto
que me ha hecho perder cerco a tu volumen!
“Mi maestro eres tú y el autor mío.
Tú sólo eres aquel del que he imitado
el estilo tan bello que me honra.
Mira esa fiera por la cual me vuelvo.
Famoso sabio, ayúdame contra ella,
que hace temblar mis venas y mi pulso.”
“Te conviene seguir otro camino
─me dijo cuando contempló mis lágrimas─,
si quieres huir de este lugar salvaje;
porque esta fiera ante la cual tu clamas
no deja a nadie atravesar su senda,
tanto que mata a quien intenta hacerlo.
Su instinto es tan malvado y sanguinario
que nunca sacia su ávido apetito
y aún después de comer más hambre tiene.
Con muchos animales se aparea
y más serán aún, hasta que llegue
el Lebrel que la hará morir de angustia.
Este no comerá tierra ni peltre,
sino virtud, amor, sabiduría,
y su patria estará entre Feltre y Feltro.
Salvación será de esta humilde Italia
por quien de sus heridas Turno, Euríalo,
la doncella Camila y Niso han muerto.
Este le dará caza en cada pueblo
hasta que a los Infiernos la devuelva,
de donde antaño la sacó la Envidia.
Más ahora por tu bien pienso y comprendo
que me debes seguir; seré tu guía;
saldrás de aquí para un lugar eterno
en donde oirás gemidos desgarrados,
verás viejos espíritus dolientes,
clamando la segunda muerte todos.
Verás también los que están contentos
entre las llamas, porque hallarse esperan,
a su debido tiempo, con los justos.
Si en seguida deseas ir hasta ellos,
otra alma te guiará mucho más digna;
te dejaré con ella cuando parta,
pues el Emperador que en lo alto reina,
porque a su ley rebelde fui, no quiere
que en su ciudad, por mí, penetre nadie.
Impera en todas partes y allí manda.
Allí está su ciudad, y su alto trono:
¡feliz aquél que elige al lado suyo!”
Y le dije: “Poeta, te conjuro
por ese Dios que tú no conociste,
a evitarme este mal y otros peores,
que me lleves allí donde me hablas,
y que me vea la puerta de san Pedro
y a los que, según dices, tanto sufren.”
Anduvo entonces y seguí sus pasos.
Dante
Alighieri
La Divina Comedia, Círculo de Lectores,
1974
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