viernes, 22 de abril de 2011

Mario Benedetti "No"


NO


Se sabía condenada, y más aún cuando sentía en sus brazos desnudos aquellas manos como garras que la empujaban hacia adelante. La venda que le cegaba los ojos no le impedía ver en los treinta y ocho años de su vida. La infancia no importaba, era una bruma, con vaharadas de gritos y cantos inútiles, borrosos y borrados. La adolescencia sí valía, era por lo menos una huella de algo, una involuntaria vigilancia de los seres que llegaban y desaparecían. Ella había empe­zado verdaderamente a existir en una juventud un poco tardía, cuando la sorpresa del amor la hizo valerse por sí misma y fue consciente de los deseos, hasta allí ignorados, de su cuerpo.
Metida en el vaivén de su memoria, había aflojado el ritmo de sus pasos, pero las garras que la condu­cían la proyectaban otra vez hacia adelante.
¿Dónde había quedado? Ah, en las vísperas de Hilario. Mucho antes de conocerlo, ella se había in­corporado a un grupo político, tal vez no demasiado revolucionario, pero bastante combativo. Ella no ha­bía empuñado armas, no había disparado un solo tiro, no tenía muertes en su haber. Sólo cumplía ta­reas importantes pero secundarias: llevaba mensajes decisivos, transmitía órdenes de los jefes, desde su aparente inocencia estudiantil averiguaba planes, pro­gramas de aniquilamiento, futuras redadas. En fin, vida de compañeros. Ahí conoció a Hilario y por primera vez se enamoró y sucumbió ante su poder de seducción. Noche a noche le fue entregando su cuer­po, su futuro, su vida. Hilario sabía de memoria su piel de estreno, su boca, sus pechos, su sexo.
Las manos como garras la oprimieron aún más. Tuvo la sensación de que al menos uno de sus bra­zos, el izquierdo, había empezado a sangrar, pero a esa altura qué importaba una primera sangre.
La dura revelación había ocurrido en una noche de sábado. En el vaivén erótico de Hilario ella intuyó de pronto un riesgo, una escondida amenaza. El inte­rrumpió de pronto su rutinaria oscilación, se incor­poró en el lecho y le preguntó qué le pasaba. Nada, dijo ella, sólo que estoy cansada. Él escupió sobre la almohada, se vistió de prisa y se fue sin besarla ni si­quiera mirarla. Ella quedó asombrada y exhausta. En ese instante supo que su amor era su delator.
Esta vez las garras la obligaron a detenerse. No le quitaron la venda pero le soltaron los brazos, a esta altura entumecidos, rígidos, maltrechos. Sus pies descalzos pisaron por última vez las piedras ásperas, hirientes.
El disparo sonó en sus oídos antes que en su pe­cho. Sólo dijo: No.
 Mario Benedetti


Texto digitalizado:

El porvenir de mi pasado.
Ó Mario Benedetti, 2003
Ó Santillana Ediciones Generales, S.A., 2003
Impreso en Barcelona (España)

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