domingo, 10 de abril de 2011

Enrique Anderson Imbert - Biografía

La astucia del gato de Cheshire


© 2001 by La Nación (31 de Enero de 2001). En El Broli Argentino.

El humor y la irreverencia eran los recursos preferidos por Enrique Anderson Imbert, el escritor argentino recientemente fallecido, para quebrar la presunta seguridad de la vida diaria y revelar lo que sucede del otro lado del espejo.
Enrique Anderson Imbert fue el autor de una pionera Historia de la Literatura Hispanoamericana que se convirtió en una obra básica de consulta. Fue un brillante catedrático, practicó una erudición que no excluía la amenidad ni la inteligencia, dejó escritos numerosos volúmenes de ensayo y de teoría y crítica literarias. Sin embargo, prefiero recordarlo como el tejedor de una vasta obra de ficción, y sobre todo, como el que inscribió indeleblemente en el aire silencioso de la lectura, la sonrisa de El Gato de Cheshire.
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Así, El Gato de Cheshire (1965), se llama uno de sus libros, en homenaje al felino de Alice in Wonderland, que tenía la inquietante costumbre de corporizarse y descorporizarse, pero hacía esto último al revés: empezaba por la punta de la cola y dejaba flotando el fantasma de su sonrisa. Los textos de esta obra –ni cuentos, ni poemas, ni ensayos, sino cruce deslumbrante de géneros en una forma breve– son como esa sonrisa. Con lenguaje de la filosofía idealista (Benedetto Croce) Anderson los considera aspiraciones a la "intuición pura". Más allá de la terminología que se elija, estas "sonrisas sin gato" logran sin duda, desde su gesto perturbador y subversivo, el máximo impacto poético: "desautomatizar la percepción", como dijo Shklovski, dislocar los esquemas rutinarios y utilitarios que nos instalan en lo que llamamos, confiadamente, la realidad. Quizá en ninguna otra obra de Anderson esta voluntad de ruptura y creativa transgresión es tan intensa, deliberada y sistemática, y abarca un registro tan amplio: desde la erosión de las fronteras genéricas hasta la contra escritura de los mitos, las filosofías y las teologías que han articulado el Universo imaginario y especulativo de nuestra cultura. Quizá por eso este libro de irreverente originalidad puede ser entendido como summa o cifra de todos los otros, como lugar privilegiado desde el cual leer la ficción andersoniana.
Una ficción traspasada por la quiebra del pacto realista, por negociaciones con lo maravilloso y con lo fantástico que desacomodan continuamente las presuntas seguridades de la vida ordinaria, y que fluctúa, por lo tanto, entre la experiencia de la libertad y del horror. La "realidad en sí" –para Anderson o para Kant– es incognoscible. Y las formas de la sensibilidad, las categorías de la razón, no son sino ilusiones que en cualquier momento pueden rasgarse o desvanecerse para dejarnos indefensos ante el incomprensible Caos: la otra cara de un Orden que sólo nosotros hemos construido. La quiebra recurrente de las supuestas leyes de la Naturaleza sume a sus personajes en el terror y el vértigo, pero asimismo en la alegría ante esa desaparición de los límites que permite a cada uno ser (como los duendes irlandeses que pueblan tantas de estas ficciones) un árbitro o un mago en el gran juego del mundo, en la fantasmagoría de los seres efímeros que –siguiendo las estrategias de la metáfora– se levantan, se intercambian, se transforman y se disipan sobre el Caos. Así, un olmo que sueña volar se ve recompensado por el nacimiento de un ala, o un hombre puede abrir el agua como se abren las páginas de un libro.
Juego arriesgado, audaz exploración de la Nada que acecha más allá, la narrativa de Anderson corroe las certezas establecidas, no sólo mediante las magias de la transformación, mediante el escándalo y el prodigio, sino por la ironía y el humor. Un humor que puede ser metafísico y macabro y que no instala otra vez sobre la Tierra firme al hombre desplazado y sacudido. Lo mantiene en el aire, como un acróbata sobre el abismo. Este humor agudo, irónico y paradójico, ataca particularmente la figura de Dios. No con el afán de negar (de una manera fácilmente ingeniosa) la trascendencia, sino con el fin de situarla más allá del alcance de lo racional, y de someter a crítica los juicios y dogmas acerca de ella, los arquetipos o hipóstasis de lo sagrado que las filosofías y teologías han propuesto, y la arrogancia demasiado humana de pretender que el patético homo sapiens pueda ser el objeto privilegiado o exclusivo de la atención divina.
Anderson, poeta en prosa y escritor de relatos fantásticos, no ha desdeñado del todo los cuentos "realistas" en el sentido más tradicional del término, o sea, aquellos que parecen describir la relación cotidiana con el entorno social, sin que aparezcan ingredientes sobrenaturales. Pero aún en ellos el narrador utiliza la ironía para "desestabilizar" al lector, para advertirle sobre el artificio que sustenta al relato. Con este fin, apela a observaciones sobre los mecanismos de fabricación del cuento dentro del cuento mismo (Un navajazo en Madrid, en El estafador se jubila), o imbrica la anécdota "real" en una situación tópica y típica ya estructurada por un mito o un relato tradicional. O bien, en los cuentos aparentemente más prosaicos, el desenlace es tan insólito que descoloca al lector y rompe las expectativas verosímiles (Dos pájaros de un tiro en La sandía y otros cuentos, Sabor a pintura de labios en El grimorio, y tantos otros).
Este cuestionamiento del realismo y en general, de todas las convenciones estéticas, obedece a una medular preocupación por el estatuto de la ficción, que se traduce muchas veces en práctica metaliteraria (literatura sobre la literatura) dentro del propio discurso ficcional. Tal práctica se configura de diversas maneras: observaciones sobre la problemática de la literatura, citas y alusiones eruditas, cuentos sobre el acto mismo de escribir, reescritura de textos del pasado, duplicaciones interiores del relato, cuentos circulares que narran su propio proceso de composición, exhibiciones del procedimiento narrativo, parodias de género que socavan hábilmente códigos como los de la novela policial, la novela gótica, el cuento de fantasmas, el relato fantástico, el discurso estructuralista, la anti-novela.
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Pero su mayor hallazgo es acaso la imagen de un libro mágico que se escribe a sí mismo en el momento de su lectura; un libro Infinito y circular donde cada lector lee también su propia historia. La escritura prodigiosa que constituye el "grimorio" (esto es, el "libro mágico" que da título al cuento y al volumen de relatos homónimo) es un símbolo del propio ejercicio literario. La literatura es de algún modo ese libro incesante que a nadie le será dado comprender por entero, ni concluir, que no proporcionará a su lector-autor el buscado saber total, sino más bien, como le ocurre al profesor Rabinovich, su incauto adquirente, la extenuación en el deseo Infinito.
La sonrisa de El Gato de Cheshire seguirá recordándonos los límites de ese conocimiento y a la vez, las aproximaciones radiantes de la poesía hacia aquello que el texto no revela, hacia la intocada realidad que el lenguaje decepciona y traiciona, que es misterio:
–Oye la canción del viento en las casuarinas: parece la canción del mar.
–Sí. Esa canción la oigo. Pero quisiera oír la otra, la que las casuarinas se cantan unas a otras y nosotros no podemos oír.

Quizá Enrique Anderson, poco amigo de Dios y de los dioses, pero íntimo de los fantasmas y de los duendes, la esté escuchando ahora del otro lado del espejo.

Claves
Formación: Enrique Anderson Imbert nació en Córdoba en 1910. Se recibió de doctor en filosofía y letras en la UBA y pronto tuvo una cátedra en la Universidad Nacional de Tucumán.
Juventud: brillante profesor de literatura y escritor, Anderson Imbert, a los 24 años, ganó un premio municipal por su novela Vigilia.
Exilio: en 1945, el gobierno de Perón le quitó la cátedra que dictaba en Tucumán. El escritor se exilió en los Estados Unidos y enseñó en las universidades de Michigan y de Harvard.
Obras: entre sus ensayos se destacan: Historia de la literatura hispanoamericana, ¿Qué es la prosa?, La originalidad de Rubén Darío, La crítica literaria y sus métodos, Teoría y técnica del cuento. Sus libros de ficción comprenden, entre otros: Vigilia, El grimorio, El mentir de las estrellas, En el telar del tiempo, El gato de Cheshire, Victoria, y El tamaño de las brujas.

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