La muerte
Enrique Anderson Imbert
La automovilista (negro el vestido, negro el pelo, negros los ojos pero con la cara tan pálida que a pesar del mediodía parecía que en su tez se hubiese detenido un relámpago) la automovilista vio en el camino a una muchacha que hacía señas para que parara. Paró.
–¿Me llevas? Hasta el pueblo no más –dijo la muchacha.
–Sube –dijo la automovilista.
Y el auto arrancó a toda velocidad por el camino que bordeaba la montaña.
![]() |
José Luis Carranza 81sanathorios.blogspot.com |
–No, no tengo miedo.
–¿Y si levantaras a alguien que te atraca?
–No tengo miedo.
–¿Y si te matan?
–No tengo miedo.
–¿No? Permíteme presentarme –dijo entonces la muchacha, que tenía los ojos grandes, límpidos, imaginativos y enseguida, conteniendo la risa, fingió una voz cavernosa–. Soy la Muerte, la M–u–e–r–t–e.
La automovilista sonrió misteriosamente.
En la próxima curva el auto se desbarrancó. La muchacha quedó muerta entre las piedras. La automovilista siguió a pie y al llegar a un cactus desapareció.
No hay comentarios:
Publicar un comentario