La Calle de los Sueños Perdidos
"Dios creó al hombre para que fuera feliz"
Tolstoi

Un hombre ha perdido un sueño y no
lo puede encontrar.
Muchos seres perdieron un sueño.
¿Cuántos siguen el rastro del sueño perdido?
Un sueño puede perderse de día o
de noche, a la hora indecisa de la madrugada, en la calle, en la casa, en un
hotel, en una plaza, en un vagón de ferrocarril, en un barco. En cualquier
lugar puede perderse un sueño como se pierde una llave.
¿Ha encontrado usted alguna vez
una llave en la calle?
¿Ha encontrado un sueño perdido?
(De qué le vale una llave, un
sueño, si no es su llave, su sueño?)
El mundo está lleno de sueños
perdidos.
El honrado chofer devolvió la
valija olvidada en su coche de alquiler. El honrado transeúnte devolvió la
cartera repleta de billetes.
Nadie, que yo sepa, ha devuelto un
sueño.
Nadie.
Y los sueños se pierden, de la
noche a la mañana, como cualquier objeto. Se pierden y se encuentran. (¿Dónde?
¿Dónde?)
Un hombre ha perdido un sueño (Se
gratificará a quien lo devuelva). Lo perdió en una ausencia, o en una espera.
No sabría decir dónde.
Hay un lugar adonde van a parar
los objetos perdidos. Llaves, anillos, medallas, Cristos de plata y de bronce,
cadenas, relojes, puñales, recuerdos de familia, todo lo que se pierde y se
encuentra. Menos los sueños. No hay una sección de extravíos y hallazgos para
los sueños y los destinos. Un lugar, una especie de Rastro celeste, de
entrecielo, donde uno pudiera hallar aquello esencial de su vida: lo único que
podría darle la felicidad.
Dios creó al hombre para que fuera
feliz.
Habría que crear ese lugar. Abrir
una nueva calle fuera de la nomenclatura urbana. La calle de los sueños
perdidos, de los sueños equivocados, de los sueños fugitivos, remotos,
desvanecidos, desencontrados; de los sueños que sobreviven; de los sueños
inéditos; de la ausencia y de la espera; del regreso a un día en que el sueño
pudo ser nuestro. En que pudimos encontrarnos con nuestro verdadero destino.
El hombre que perdió un sueño
podría encontrarlo en la calle de los sueños perdidos.
Volvería a arder el fuego interior
bajo la triste capa de ceniza que lo cubría. Todo se manifestaría libremente.
Se romperían, al conjuro del sueño aprehendido, las ataduras, los prejuicios,
los impedimentos, lo que se oponía a su felicidad.
Y como Dios creó al hombre para
que fuera feliz, todo le sería permitido para serlo. Hasta el egoísmo.
Todos los sueños existen. Existe
el sueño de cada destino. El sueño que haría feliz al desdichado y que rompería
la obstinación en el mortal fastidio del pesimista.
Hay que crear la calle de los
sueños perdidos.
Muchos han perdido un sueño y se
han acomodado a otro. Números equivocados del destino, se resignan con su
suerte. Permutan un sueño por otro. El verdadero sueño, nuestro íntimo sueño,
vital, existencial, ¿dónde está? Se fue, quizás, por una puerta falsa. Llegó a
buscarnos cuando recién salíamos; se desvaneció en la bruma; cayó en una trampa
o en una alcantarilla. Quien sabe dónde.
De este desencuentro del hombre y
su sueño nació la irremediable congoja.
Lo que pudo haber sucedido y no
sucedió.
¿Qué hay detrás del portal donde
la madre anónima dejó abandonado a su hijo?
El postulante nunca pudo entregar
su carta al ministro. El anciano mendigo no pudo hablar jamás con el director
del asilo.
En esa estación no se detuvo el
tren. Y allí estaba el sueño aguardando.
En ese puerto no se detuvo el
barco. Y allí estaba el sueño aguardando.
El cómico trashumante perdió su
mejor contrata.
El saltimbanqui...
El aventurero...
El presidiario...
El criminal...
El suicida...
El poeta...
Tal día, tal hora, ¿dónde
estábamos?
La suerte nos llamó por nuestro
nombre. No la escuchamos.
La suerte no llama dos veces.
Después, nos equivocamos de
puerta. Llamamos y nos dieron con la puerta en la cara, como suele hacerse con
los mendigos.
Quizás no debíamos haber perdido
el tiempo buscando un sueño. Quizás el sueño viniera solo a nuestro encuentro.
Tarde ya gritamos nuestra
desesperación inútil. Agitamos los brazos como el náufrago en la soledad del
mar. Nadie acudió a nuestro llamado. Nuestra angustia fracasó en el silencio.
Hay que crear la calle de los
sueños perdidos. El Rastro celeste. El entrecielo.
Allí encontraríamos nuestro sueño.
Allí estarían, en exposición, los sueños fugitivos, los sueños intactos, los
sueños usados, los sueños abandonados, frustrados, despreciados, olvidados.
Allí resucitaría el sueño.
Palpitaría como una criatura recién nacida.
Todos los sueños existen. Existen
los sueños que se realizan y los que se pierden y aún los sueños inconcretos.
La felicidad existe.
Un hombre ha perdido un sueño y no
lo puede encontrar.
El rastro del sueño perdido lo
lleva a una puerta cerrada. ¿Qué puerta es ésa?
Detrás de esa puerta quizás nos
aguarde el sueño. Quizás nos hallemos nosotros mismos, de rodillas, o ese
hermano menor que siempre nos acompaña.
Que no tiemble nuestra mano al
llamar a esa puerta. Que no tiemble.
Enrique
González Tuñón
Bajado de http://www.campopsi.com.ar/literat.htm
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