El ciego
A Mariana
Grondona
I
Lo han despojado del
diverso mundo,
de los rostros, que son
lo que eran antes,
de las cercanas calles,
hoy distantes,
y del cóncavo azul, ayer
profundo.
De los libros le queda lo
que deja
la memoria, esa forma del
olvido
que retiene el formato,
no el sentido,
y que los meros títulos
refleja.
El desnivel acecha. Cada
paso
puede ser la caída. Soy
el lento
prisionero de un tiempo
soñoliento
que no marca su aurora ni
su ocaso.
Es de noche. No hay
otros. Con el verso
debo labrar mi insípido
universo.
II
Desde mi nacimiento, que
fue el noventa y nueve
de las cóncavas parras y
el aljibe profundo,
el tiempo minucioso, que
en la memoria es breve,
me fue hurtando las
formas visibles de este mundo.
Los días y las noches
minaron los perfiles
de las letras humanas y
los rostros armados;
en vano interrogaron mis
ojos agotados
las vanas bibliotecas y
los vanos atriles.
El azul y el bermejo son
ahora una niebla
y dos voces inútiles. El
espejo que miro
es una cosa gris. En el
jardín aspiro,
amigos, una lóbrega rosa
de la tiniebla.
Ahora sólo perduran las
formas amarillas
y sólo puedo ver para ver
pesadillas.

Jorge Luis Borges
El oro de los
tigres, Emecé Editores, 2005
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