La lírica de otros tiempos:

A la fortuna
Fortuna, no me amenaces,
ni menos me
muestres gesto
mucho duro,
que tus
guerras y tus paces
conozco
bien, y por esto
no me curo;
antes tomo
más denuedo,
pues tanto
almacén de males
has gastado,
aunque tú me
pones miedo
diciendo que
los mortales
has
guardado.
Y ¿qué más puede pasar
dolor mortal
ni pasión
de ningún
arte,
que herir y
atravesar
por medio mi
corazón
de cada
parte?
Pues una
cosa diría,
y entiendo
que la jurase
sin mentir:
que por otro
no acertase
a me herir.
¿Piensas tú que no soy muerto
por no ser
todas de muerte
mis heridas?
Pues sabe
que puede, cierto,
acabar lo
menos fuerte
muchas
vidas;
mas está en
mi fe mi vida,
y mi fe está
en el vivir
de quien me
pena;
así que de
mi herida
yo nunca
puedo morir
sino de
ajena.
Y puesto esto visto tienes,
que jamás
podrás conmigo
por herirme,
torna ahora
a darme bienes,
porque
tengas por amigo
hombre tan
firme;
mas no es
tal tu calidad
para que
hagas mi ruego,
ni podrás,
que hay muy
gran contrariedad
porque tu te
mudas luego;
yo, jamás.
Y
pues ser buenos amigos
por tu mala
condición
no podemos,
tornemos
como enemigos
a esta
nuestra cuestión,
y porfiemos;
en la cual,
si no me vences,
yo quedo por
vencedor
conocido;
pues dígote
que comiences
y no debo
haber temor
pues te
convido.
Que ya las armas probé
para mejor
defenderme
y más
guardarme,
y la fe sola
hallé,
que de ti
pude valerme
y
defensarme;
más esta
sola sabrás
que no sólo
me es defensa,
mas
victoria:
así que tu
llevarás
de este debate
la ofensa;
yo la
gloria.
De los daños que me has hecho
tanto tiempo
guerreando
contra mi,
me queda
sólo un provecho,
porque soy
más esforzado
contra ti;
y conozco
bien tus mañas,
y en
pensando tú la cosa,
ya la
entiendo,
y veo cómo
me engañas;
más mi fe es
tan porfiosa,
que lo
atiendo.
Y entiendo bien tus maneras
y tus
halagos traidores,
nunca
buenos,
que nunca
son verdaderas
y en este
caso de amores,
mucho menos;
ni tampoco
muy agudas
ni de gran
poder ni fuerza,
pues sabemos
que te
envuelves y te mudas;
más Amor nos
manda y fuerza
que
esperemos.
Que tus engaños no engañan
sino al que
amor desigual
tiene y
prende;
que al
mudable nunca dañan,
porque toman
el bien, y el mal
no lo
atiende.
Éstos me
vengan de ti;
pero no es
para alegrarme
tal
venganza,
que pues tú
heriste a mí,
yo tenía de
vengarme
por mi
lanza.
Más venganza que no puede
─sin la
firmeza quebrar─
ser tomada,
más contento
soy que quede
mi herida
sin vengar
que no
vengada;
mas, con
todo, he gran placer
porque
tornan tus bonanzas
y no
esperan,
ni duran en
su querer
a que
vuelvan tus mudanzas
y que mueran
CABO
Desde aquí te desafío
a fuego,
sangre y a hierro,
en esta
guerra;
pues en tus
bienes no fío,
no quiero
esperar más yerro
de quien
yerra:
que quien
tantas veces miente,
aunque ya
diga verdad,
no es de
creer;
pues airado
mi placiente,
tu gesto mi
voluntad
no quiere
ver.
Jorge
Manrique
Poesía Selecta, Editorial Abril, 1987
No hay comentarios:
Publicar un comentario