viernes, 8 de junio de 2012





El Encuentro

(Cuento de la dinastía T'ang)


Ch'ienniang era la hija del señor Chang Yi, funcio­nario de Hunan. Tenía un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y bien parecido. Se habían, criado juntos y, como el señor Chang Yi quería mucho al joven, dijo que lo aceptaría como yerno. Ambos oyeron la promesa y como ella era hija única y siempre estaban juntos, el amor creció día a día. Ya no eran niños y llegaron a tener relaciones íntimas. Desgraciadamente, el padre era el único en no advertirlo. Un día un joven funcionario le pidió la mano de su hija. El padre, descuidando u olvidando su antigua promesa, con­sintió. Ch'ienniang, desgarrada por el amor y por la piedad filial, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que resolvió irse del país para no ver a su novia casada con otro. Inventó un pretexto y comunicó a su tío que tenía que irse a la capital. Como el tío no logró disuadirlo, le dio dinero y regalos y le ofreció una fiesta de despedida. Wang Chu, desesperado, no cesó de cavilar durante la fiesta y se dijo que era mejor partir y no perseverar en un amor sin ninguna esperanza.

Wang Chu se embarcó una tarde y había navegado unas pocas millas cuando cayó la noche. Le dijo al ma­rinero que amarrara la embarcación y que descansaran. No pudo conciliar el sueño y hacia la medianoche oyó pasos que se acercaban. Se incorporó y preguntó: "¿Quién anda a estas horas de la noche?" "Soy yo, soy Ch'ienniang", fue la respuesta. Sorprendido y feliz, la hizo entrar en la embarcación. Ella le dijo que había esperado ser su mujer, que su padre había sido injusto con él y que no podía resignarse a la separación. También había temido que Wang Chu, solitario y en tierras desconocidas, se viera arrastrado al suicidio. Por eso había desafiado la reprobación de la gente y la cólera de los padres y había venido para seguirlo a donde fuera. Am­bos, muy dichosos, prosiguieron el viaje a Szechuen.
Pasaron cinco años de felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaban noticias de la familia y Ch'ien­niang pensaba diariamente en su padre. Esta era la única nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vi­vían o no y una noche le confesó a Wang Chu su congoja: como era hija única se sentía culpable de una grave impiedad filial. "Tienes un buen corazón de hija y yo estoy contigo", respondió él. "Cinco años han pa­sado y ya no estarán enojados con nosotros. Volvamos a casa." Ch'ienniang se regocijó y se aprestaron para regresar con los niños.

Cuando la embarcación llegó a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Ch'ienniang: "No sé en qué estado de ánimo encontraremos a tus padres. Déjame ir solo a averiguarlo." Al avistar la casa, sintió que el corazón le latía. Wang Chu vio a su suegro, se arrodilló, hizo una reverencia y pidió perdón. Chiang Yi lo miró asom­brado y le dijo: "¿De qué hablas? Hace cinco años que Ch'ienniang está en cama y sin conciencia. No se ha levantado una sola vez."

"No estoy mintiendo", dijo Wang Chu. "Está bien y nos espera a bordo."

Chiang Yi no sabía qué pensar y mandó dos doncellas a ver a Ch'ienniang. A bordo la encontraron sentada, bien ataviada y contenta; hasta les mandó cariños a sus padres. Maravilladas, las doncellas volvieron y aumentó la perplejidad de Chang Yi. Entretanto, la enferma había oído las noticias y parecía ya libre de su mal y había luz en sus ojos. Se levantó de la cama y se vistió ante el espejo. Sonriendo y sin decir una palabra, se dirigió a la embarcación. La que estaba a bordo iba hacia la casa y se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se confundieron y sólo quedó una Ch'ienniang, joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guar­daran silencio, para evitar comentarios.

Por más de cuarenta años, Wang Chu y Ch'ienniang vivieron juntos y felices.



Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo; Antología de la Literatura Fantástica, Buenos Aires, Debolsillo, 2009

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