viernes, 15 de febrero de 2013

Eduardo Muslip


Hojas de la noche

 
1 de septiembre
Qué horror el lugar donde vivo. Acabo de entrar y cruzarme con la vieja del B. la saludé amablemente. Estoy harto de saludar amablemente a todas las viejas del edificio. Este lugar parece un geriátrico: son todos viejos, viejísimos. Nadie tiene menos de cincuenta años. Para colmo, siempre hay dos o más fuera de sus departamentos. Es inevitable cruzarse con alguno. Mejor dicho, con alguna: la gran mayoría son mujeres, y viudas, o solteras. Hay por lo menos dos que, según escuché tienen el marido postrado, por lo que sólo las mujeres son visibles. En el B, al lado de mi casa, hay dos viejas con mil años cada una. Escuché a una de ellas haciéndole a mi madre un tétrico relato de los problemas de su hermana: paralítica, un poco ciega y muy sorda. Además, a veces, cuando la paralítica necesita ir al baño, no hace a tiempo ―no hacen a tiempo: la otra debe ayudarla― y ensucian el living, o el dormitorio, o todo. Todos, además, conocen mi nombre, y me lo dicen en diminutivo. A mi hermana también se los dicen en diminutivo: “Laurita, cómo estás, mi vida”, y a ella eso la irrita más que a mí. Yo antes decía, a veces, “Bien ¿y usted?”, o algo por el estilo, pero más de una vez ese tipo de respuestas les dio pie para hablar de sus viejas o nuevas deficiencias, así que ahora digo “Bien, hasta luego”, mientras camino con rapidez. Lo más terrible ocurre cuando se arreglan para salir: aparecen envueltas en talco y spray para el pelo, y dejan los pasillos con un olor horripilante. Me arruinan la vida. No puede ser que el destino me haya puesto en este edificio.
[…]
5 de septiembre
Otra vez encontré a la vieja del B. siempre, siempre que salgo la encuentro caminando con sus muletas por el largo pasillo. Había desaparecido por un tiempo, la habían operado de las caderas o de las rodillas o de las columnas o de todo junto. Ahora, desde hace unos días, usa el pasillo para practicar, “rehabilitarse”. No sé cuándo habrá estado habilitada para algo más que para molestar y afear su entorno. Qué mujer horripilante. Claro, el pasillo es ideal para que practique: largo, muy largo, recto, sin escalones. Pero también es angosto, y superarla es un problema; hay que cuidase de no patearle las muletas. Me enferma verla siempre ahí, siempre, siempre que salgo la encuentro. Parece que la vieja protestó porque la mudanza en el tercero llevaba demasiado tiempo y ella debió suspender sus caminatas, que siempre eran por la mañana, a la hora en que desfilaban por el pasillo mesas, muebles y otros. Me imagino la vieja en medio del pasillo tratando de apurarse (misión imposible) seguida de cerca por un enorme modular.
La dueña le dijo a mi vieja que el departamento lo alquiló a “un matrimonio grande.
Pusieron una pizzería a dos cuadras de acá, y querían estar cerca.
Más viejos en el edifico. En fin. No hay esperanzas.

Eduardo Muslip

Fragmentos de
Hojas de la noche, Ediciones Colihue, 2006 – (Primer premio en el Concurso de Novela Juvenil convocado por Colihue en 1994

Eduardo Muslip nació en mayo de 1965. Es Licenciado en Letras (UBA, 1995) y Doctor en Lengua y Cultura Hispanoamericana (ASU, 2007). Se desempeña como profesor de lengua y literatura en el nivel secundario y de semiología y análisis del discurso en el universitario. Es narrador, crítico literario e investigador en estudios culturales. En la Universidad Nacional de General Sarmiento está trabajando los cruces culturales entre Argentina y Brasil enfatizando las representaciones sociales de lo nacional presentes en la literatura y los medios masivos.

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