Hojas de la noche

1 de septiembre
Qué horror el lugar donde
vivo. Acabo de entrar y cruzarme con la vieja del B. la saludé amablemente.
Estoy harto de saludar amablemente a todas las viejas del edificio. Este lugar
parece un geriátrico: son todos viejos, viejísimos. Nadie tiene menos de
cincuenta años. Para colmo, siempre hay dos o más fuera de sus departamentos.
Es inevitable cruzarse con alguno. Mejor dicho, con alguna: la gran mayoría son
mujeres, y viudas, o solteras. Hay por lo menos dos que, según escuché tienen
el marido postrado, por lo que sólo las mujeres son visibles. En el B, al lado
de mi casa, hay dos viejas con mil años cada una. Escuché a una de ellas
haciéndole a mi madre un tétrico relato de los problemas de su hermana:
paralítica, un poco ciega y muy sorda. Además, a veces, cuando la paralítica
necesita ir al baño, no hace a tiempo ―no hacen a tiempo: la otra debe
ayudarla― y ensucian el living, o el dormitorio, o todo. Todos, además, conocen
mi nombre, y me lo dicen en diminutivo. A mi hermana también se los dicen en
diminutivo: “Laurita, cómo estás, mi vida”, y a ella eso la irrita más que a
mí. Yo antes decía, a veces, “Bien ¿y usted?”, o algo por el estilo, pero más
de una vez ese tipo de respuestas les dio pie para hablar de sus viejas o
nuevas deficiencias, así que ahora digo “Bien, hasta luego”, mientras camino
con rapidez. Lo más terrible ocurre cuando se arreglan para salir: aparecen
envueltas en talco y spray para el pelo, y dejan los pasillos con un olor
horripilante. Me arruinan la vida. No puede ser que el destino me haya puesto
en este edificio.
[…]
5 de septiembre
Otra vez encontré a la
vieja del B. siempre, siempre que salgo la encuentro caminando con sus muletas
por el largo pasillo. Había desaparecido por un tiempo, la habían operado de
las caderas o de las rodillas o de las columnas o de todo junto. Ahora, desde
hace unos días, usa el pasillo para practicar, “rehabilitarse”. No sé cuándo
habrá estado habilitada para algo más que para molestar y afear su entorno. Qué
mujer horripilante. Claro, el pasillo es ideal para que practique: largo, muy
largo, recto, sin escalones. Pero también es angosto, y superarla es un
problema; hay que cuidase de no patearle las muletas. Me enferma verla siempre
ahí, siempre, siempre que salgo la encuentro. Parece que la vieja protestó
porque la mudanza en el tercero llevaba demasiado tiempo y ella debió suspender
sus caminatas, que siempre eran por la mañana, a la hora en que desfilaban por
el pasillo mesas, muebles y otros. Me imagino la vieja en medio del pasillo
tratando de apurarse (misión imposible) seguida de cerca por un enorme modular.
La dueña le dijo a mi
vieja que el departamento lo alquiló a “un matrimonio grande.
Pusieron una pizzería a
dos cuadras de acá, y querían estar cerca.
Más viejos en el edifico.
En fin. No hay esperanzas.
Eduardo Muslip
Fragmentos
de
Hojas de la noche, Ediciones Colihue, 2006 – (Primer
premio en el Concurso de Novela Juvenil convocado por Colihue en 1994
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