domingo, 9 de octubre de 2011

Producciones Estudiantiles: Victoria Pirrotta


Apariencias


Cuando paso por los ventanales que dan a la casa de mi vecina siempre espero poder observar qué hay detrás de esas cortinas verdes, luminosas, con esa inexplicable aura que me atrae y mueve mi mirada hacia allí. No sé qué busco, trato de seguir una línea, un camino que recorro casi por inercia, como si mi cuerpo simplemente tendiera a determinado espacio. Freno, espero, sé que puedo optar por cambiar de rumbo, pero no encuentro un fundamento fuerte, un móvil importante para volar o cambiar.

Mi vecina se llama Eugenia, es una mujer adulta, de unos 35 años, sin grandes aspiraciones, al menos eso parece a simple vista. Nunca la veo salir de su casa, ese caserón lúgubre, con moho en las paredes amarillentas, de donde se destacan las cortinas verdes. Cuando paso por su puerta algo me llama a agudizar mis sentidos, me intriga qué puede realizar una mujer sola, al parecer sin trabajo, sin hijos ni marido en un hogar de tales dimensiones. A veces observo su jardín, descuidado, sucio, desprolijo, veo esa continuidad del moho y musgo de las paredes con el suelo, con el pasto, con las plantas resecas y marchitas como las ambiciones de su dueña. En muchas ocasiones fabulo sobre su historia, ya que en los 10 años que vivo junto a su casa jamás la vi salir, a excepción de las veces que saca la basura, todos los días a las 20.15 hs, siempre tiene mucho que desechar, en grandes bolsas negras de residuos.

El martes cumplía años el nietito de mi vecino de enfrente, entonces decidí pasar a saludar. No pude evitar destinar mi mirada a la casa de esa misteriosa mujer, no comprendo cómo a esa edad no se planteó tener una familia, una carrera, un empleo como el mío, a pesar de que no sé nada de ella siento que la conozco en profundidad, cada movimiento, cada instante en que su vacío se manifiesta. Por momentos temo que esa extraña tenga algo oscuro que ocultar, existen muchos misterios alrededor de ella que me intrigan, que me atraen, me deslumbran. Comencé a mirar fijo a su puerta, a tratar de vislumbrar en esa entrada mohosa la clave del aislamiento y la vida extraña que llevaba Eugenia. Creí ver movimientos, creí oír voces, creí participar de esa soledad aparente, de ese brillo que por momentos me repugnaba y por otros me encandilaba.

Un día, luego de largos momentos de preguntarme sobre mi vecina, decidí hacer algo con estos sentimientos mezclados, no sabía con precisión qué, a dónde me dispararían mis fantasías. Con determinación, me dirigí a esa oscura morada que tantas horas ocupó mi mirada. Fui segura, como quien conoce el camino, como por un sendero que ya conocía. Golpeé la puerta varias veces, al ver que nadie salía, comencé de a poco a entrar al domicilio de mi personaje. Luego de atravesar largos pasillos sucios, desordenados, desde donde se despedían olores nauseabundos, me encontré con ella. La miré un momento antes de hablarle, estaba sentada de espaldas a mí, mirando un gran patio trasero, tan intensamente mohoso como el que yo conocía por los exteriores. Decidí hablarle, pero temí que el momento tan esperado de contacto con mi protagonista llegara a un lugar de realidad cotidiana, que desate todos esos nudos que yo había entrelazado. Nos miramos un momento, ella ni se inmutó por mi presencia. No lo dudé ni un segundo, me senté a su lado y comencé a mirar ese bellísimo patio, profundo, resquebrajado, débil, solitario.


FIN

Victoria Analía Pirrotta

No hay comentarios:

Publicar un comentario