sábado, 27 de agosto de 2011

Carlos Guido y Spano


Nenia 


(Canción Fúnebre)
En idioma guaraní,
una joven paraguaya
tiernas endechas ensaya
cantando en el arpa así,
en idioma guaraní:

¡Llora, llora urutaú
en las ramas del yatay,
ya no existe el
 Paraguay
donde nací como tú ­
¡llora, llora urutaú!

¡En el dulce Lambaré
feliz era en mi cabaña;
vino la guerra y su saña
no ha dejado nada en pie
en el dulce Lambaré!

¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay!
Todo en el mundo he perdido;
en mi corazón
 partido
sólo amargas penas hay ­
¡Padre, madre, hermanos! ¡Ay!

De un verde ubirapitá
mi novio que combatió
como un héroe en el Timbó,
al pie sepultado está
¡de un verde ubirapitá!

Rasgado el blanco tipoy
tengo en señal de mi duelo,
y en aquel sagrado suelo
de rodillas siempre estoy,
rasgado en blando tipoy.

Lo mataron los cambá
no pudiéndolo rendir;
él fue el último en salir
de Curuzú y Humaitá ­
¡Lo mataron los cambá!

¡Por qué, cielos, no morí
cuando me estrechó triunfante
entre sus brazos mi amante
después de Curupaití!
¡Por qué,
 cielos, no morí!…

¡Llora, llora, urutaú
en las ramas del yatay;
ya no existe el
 Paraguay
donde nací como tú.
¡Llora, llora, urutaú!


Carlos Guido y Spano

(1827-1916) Hijo ilustre del General Guido y de doña Pilar Spano, distinguida dama chilena, se conjugaron felizmente en don Carlos Guido y Spano el austero talento del padre y la gracia poética de la madre. La elevación espiritual de ese ejemplar arraigó en el hijo tanto más hondamente cuanto que éste sentía verdadera devoción por sus padres. Había nacido en Buenos Aires el 19 de enero de 1827 y aquí mismo transcurrió su infancia y cursó los primeros estudios, hasta que en 1840 su padre, que desempeñaba la embajada de Río de Janeiro, lo llevó a su lado junto con el resto de la familia. Allí empezó a despertar en él, en plena adolescencia, la afición a las letras, las artes y todo lo bello. Contaba 19 años cuando hace un romántico y breve retorno a la patria. En 1848, enviado a París porque su hermano Daniel se encontraba allí enfermo, tuvo la gran pena de conocer a su arribo, la noticia de la muerte de éste. Y en 1852 regresa al país para ser testigo de la revolución de Septiembre. Se mantiene al margen de los acontecimientos políticos, dedicándose por entero a la labor literaria hasta que toma parte de la defensa de Buenos Aires como ayudante del general Pacheco en la revolución de Lagos. Pero casi enseguida debe partir hacia Montevideo siguiendo a su padre que había sido desterrado. Ya restablecida la paz cuando el doctor Derqui ocupa la presidencia, lo nombra subsecretario del departamento de Relaciones Exteriores. Nuestro poeta renuncia al cargo en octubre de 1861 y nuevamente va a refugiarse en Montevideo. Sobreviene para él una época de mezquina lucha por la vida que pone a prueba su natural optimismo y despreocupación de las cosas materiales. Debe volver incluso a Brasil, patria de sus primeros sueños juveniles, en misión comercial. Retorna allí al grupo de sus viejas amistades, pero el artista de alma, un si es no es bohemia, no está hecho para esta clase de empresas, y helo otra vez en patria, entre sus libros y versos, en medio de penurias económicas con la sola compensación de los afectos familiares. En poco tiempo pierde a sus padres. Asola la ciudad la fiebre amarilla de 1871, y con infinita abnegación y simpatía humana Guido y Spano se alista como primer soldado en la cruzada defensiva. Pierde también a la esposa. Tantos dolores acumulados parecen deprimirlo profundamente. Pero logra recomponerse y en 1872, siendo ministro de Avellaneda, le confía la Secretaría del Departamento Nacional de Agricultura de reciente creación. Desarrolla allí una proficua labor de dos años y ha de dejar el puesto para correr a la defensa del gobierno en la abortada revolución del 74´. Algún tiempo después pasa a la dirección del Archivo General de la Provincia y desempeña también la vocalía del Consejo Nacional de Educación. Al fin, acogido a los beneficios de la jubilación, se retira a la vida privada. Pero se afirma cada día su fama literaria y crece su popularidad alimentada por su natural hidalguía, generosidad y exquisitas dotes de conservador. Murió ya muy anciano el 25 de julio de 1916, habiendo conservado hasta los últimos tiempos toda la frescura y juventud de su espíritu, rodeado de jóvenes y viejos que lo visitan y consultan como al más respetado patriarca de las letras. Grandes homenajes oficiales y populares se rinden en su tumba. 

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