Yo – Tú – Él
La teoría de este siglo abundó en nomenclaturas y caracterizaciones del narrador, fascinada por su descubrimiento semiótico: el narrador de un texto es un ser de papel, diferente del autor empírico. Como dijimos muchas veces (y volveremos a decir) este y otros conceptos ya están presentes en la obra de Bajtín desde el comienzo. Pero si las escuelas más específicamente lingüísticas de la teoría literaria se limitaron a señalar la distinción, Bajtín ya había ido más allá de ella: su teoría de las relaciones entre los que llamarían “los sujetos del texto” (autor textual, lector textual y personaje) es además una reflexión sobre el amor, la mirada y la responsabilidad entre los seres humanos.
El estructuralismo de los años ’60 proclamaba con fruición teórica la diferencia entre el narrador de un texto y el autor empírico:
“Ahora bien, al menos desde nuestro punto de vista, narrador y personajes son esencialmente “seres de papel”; el autor (material) de un relato no puede confundirse para nada con el narrador de ese relato; los signos del narrador son inmanentes la relato y, por lo tanto, perfectamente accesibles a un análisis semiológico.” [Barthes, 1977]
¿Cuáles son los signos que permiten el “análisis semiológico” y denuncian la existencia de ese “ser de papel”? Uno, fundamentalmente: el pronombre yo.
“El proceso narrativo posee por lo menos tres protagonistas: el personaje (él), el narrador (yo) y el lector (tú); en otros términos: la persona de quien se habla, la persona que habla, la persona a quién se habla.” [Todorov, Ducrot, trad. Esp. 1974]
El narrador estructuralista, como vemos, es únicamente una categoría lingüística, un pronombre personal. Está definido a partir de un brillante planteo previo, de 1966, hecho por el lingüista francés Emile Benveniste [trad. Esp. 1971], quien estudia los pronombres personales y los llama “las personas del coloquio”. Estas son: yo, tú, más el misterioso él, la llama “no persona”, veremos en seguida por qué (los plurales son sólo combinaciones de estas tres instancias); se definen exclusivamente por el acto de la comunicación, es decir, así:
Yo soy quien hablo (o escribo); si luego habla otro, ese otro es yo. El pronombre tiene siempre el mismo significado: “el que está diciendo esto”.
Tú eres quien escuchas (o lees); si luego escucho yo, yo soy tu tú. El pronombre tiene siempre el mismo significado: “el que está escuchando esto”.
Él es de quien yo te hablo (o escribo); está ausente, por definición, de este circuito comunicativo; no importa si físicamente está al lado nuestro: para representarlo como él yo lo vuelvo ajeno a esta corriente entre tú y yo, lo vuelvo el objeto de representación, lo vuelvo no persona del coloquio. El pronombre tiene siempre el mismo significado: “quién no habla ni escucha”, quien no está.
Yo y tú tienen simetría: están ambos implicados en la comunicación y son ambos necesariamente humanos, desde el momento en que uno es capaz de hablar y el otro de escuchar —entender, decodificar, responder— (por cierto puedo usar la segunda persona para hablarles a un animal o a un objeto inanimado, pero al hacerlo los estoy humanizando, actúo —al colocarlos en el lugar del tú— como si pudieran escuchar y responder). En cambio él es un misterioso lugar vacío, ése que además de representar con mi discurso señalo claramente su ausencia. No es una persona en el sentido estricto (puedo usar el pronombre, por supuesto, para designar un ser humano, pero al mismo tiempo que lo designo lo construyo como alguien que no puede hablar ni escuchar). Él está en un nivel diferente respecto de su interlocutor, suele utilizar la tercera persona para colocarse como el ausente, aquél que habla desde afuera del terrenal circuito comunicativo (“Su Majestad ordena...” “El rey ha hablado...”); por eso el periodismo del deporte o el espectáculo utiliza muchas veces la tercera persona al dirigirse a un famoso, resaltando precisamente su carácter de objeto de referencia de un público masivo que ni lo conoce ni puede dirigirse a él (decirle tú): “¿Qué piensa Goycochea de su actuación en el partido?” El periodista es generalmente secundado por el personaje en cuestión, que gozosamente se sube al extraño privilegio de ser un inalcanzable, un objeto de representación de la conciencia colectiva (¡Goycochea piensa que...”).
Pero hay almo más: yo es el centro, el punto de referencia desde el cual nuestro narcisismo lingüístico mide el tiempo y el espacio. Así está organizados todos los pronombres. Yo, el lugar donde estoy cuando hablo y el momento en el que hablo: esos son los factores que integran el punto cero de toda medición. El pronombre ahora siempre quiere decir “el momento en que yo (quien habla) estoy diciendo esto”; antes, “el momento anterior a ahora”; después, “el momento que seguirá a ahora”: aquí, “el lugar exacto en que estoy mientras digo esto”; allá, “el lugar que está lejos de donde estoy diciendo esto”, etcétera.
Entonces, no sólo el yo está atrapado en sus coordenadas témporo-espaciales, sino que todo el sistema lingüístico está organizado desde esa prisión; es un sistema egocéntrico. Tiempos verbales, pronombres de lugar y de tiempo, las expresiones de tiempo y espacio en pleno se miden desde el yo.
Es decir que cuando, al hablar postulo un tú, como un simétrico a mí, uno que escucha y por lo tanto puede responder (y ser así, él mismo, un yo), estoy postulando un igual, una subjetividad atrapada, como yo, en sus coordenadas témporo-espaciales, uno que es semejante a mí a quien yo obligo, cuando hablo, a mirar el mundo desde mi centro (para tú, “ahora” es cuando yo —no tú— hablo, etc.) y que se opone, conmigo, a él, ausente, el que no puede hablar.
¿Qué tiene que ver todo esto con Bajtín? En seguida veremos cómo define, cómo supone Bajtín al otro, la gran obsesión de su obra. En seguida veremos qué relación hay entre este otro y el personaje literario.
Insiste Benveniste:
“Pero de la 3º persona, un predicado es enunciado, sí, sólo que fuera del yo-tu; de esta suerte tal forma queda exceptuada de la relación por la que “yo” y “tú” se especifican”. [Benveniste, ib. Bastardilla de E.D.]
El planteo de la moderna semiótica literaria sobre narrador, lector y personaje no sale, en el fondo, de acá, y se limita a establecer que yo, tú, él, al aparecer en el texto literario, son una creación ficcional. Las preguntas por el proceso que lleva a esta creación literaria, por el significado estético de su resultado, por la reformulación que sufren los significados de estos pronombres personales al ser “de papel”, no fue en general demasiado formulada.
¿Qué modos de mirar (hablar y de escribir, de escuchar de leer) construyen desde el yo autor textual, rey egocéntrico de toda representación, ese él personaje que es la “no persona”? ¿Qué tensión se establece cuando ese él representa a un ser humano, precisamente a una persona?
Esta fue la pregunta que formuló y respondió Mijail Bajtín (por cierto, no en estos términos ); lo hizo sin otro apoyo lingüístico que el propio, signado por sus intereses y su vocabulario filosóficos, 44 años antes de las investigaciones de Benveniste.
En un trabajo que nunca terminó, de 1920 (trabajo que llegó con baches, contradicciones y sin corregir a manos de sus compiladores y se publicó póstumamente), Bajtín se pregunta pro la relación que se establece entre autor y personaje de la literatura. Supone dos sujetos que están en un mismo nivel y un tercero que no está en un mismo plano: se trata del autor y del lector por un lado, y del héroe, por el otro. Si bien no se centra en es estudio del lector (a quien dará gran importancia como sujeto que sobreentiende, en trabajos posteriores), sus reflexiones muestran que ya supone al autor y al lector como dos entidades separadas de las personas empíricas, dos entidades correlativas, unidas fundamentalmente por un punto de vista común.
El autor “mira”/narra desde cierta perspectiva, el lector es ese tú que desde el otro extremo del circuito es obligado a “mirar”/leer desde la misma perspectiva. Esta concepción subyace en el fragmento que cito:
“Nos queda tocar brevemente el problema de la correlación entre el espectador (lector) y el autor (...). El autor posee autoridad y el lector lo necesita no como (...) un héroe, ni como un determinismo del ser, sino como un principio al que hay que seguir (...) La individualidad del autor (...) es una activa individualidad de visión y estructuración y no una individualidad visible y estructurada (...) El autor no puede ni debe ser definido por nosotros como personaje, porque nosotros estamos en él, vivenciamos su visión activa” (Bajtín, 1982)
En curiosos anacronismo, Bajtín parece profundizar lo que Benveniste observa en el campo lingüístico: esa correlación y semejanza del yo y el tú, las vez centrada —apunta Bajtín— en la mutua y simultánea vivencia de cómo mira el yo. El yo mo es “una individualidad visible”, igual que un personaje. Es una actividad, una manera de narrar, de estructurar el texto.
Es decir: “yo enuncio” implica “yo represento/estructuro algo desde mi punto de vista, desde mi lugar y mi momento”; “tú escuchas” implica “tú compartes conmigo mi punto de vista, mi lugar y mi momento, tú ves algo que yo represento/estructuro, tal cual lo represento/estructuro”.
Elsa Drucaroff, Mijail Bajtín. La guerra de las culturas, Editorial Almagesto, Colección Perfiles
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