Me voy en busca del gran
quizás
(últimas palabras
pronunciadas
por Rabelais, antes de morir)
Eugenia, Iris, Lucía y Nieves eran amigas
desde Primaria. Salvo cuando alguna estaba de viaje, se reunían cada dos
viernes para intercambiar chismes y nostalgias. Las cuatro estaban casadas,
pero no tenían hijos. Gracias a las lucrativas profesiones de sus maridos (un
abogado, dos contadores, un arquitecto), gozaban de un buen nivel de vida y lo
aprovechaban para manejarse en un plausible estrato cultural.
Fue en uno de esos viernes que Iris aguardó
a sus amigas con un planteo original.
-¿Saben qué estuve pensando? Que nuestros
queridos maridos nos llevan algunos años, así que lo más probable es que se
mueran antes que nosotras. Ojalá que no, pero es bastante probable. Mientras
tanto ¿qué podemos hacer? Pensando y pensando, de insomnio en insomnio, llegué
a la conclusión de que en ese caso infortunado, nosotras, cuatro viudas todavía
presentables, podríamos alquilar (o adquirir) una casa bien confortable, con un
dormitorio para cada una, con una sola mucama y una sola cocinera (¿para qué
más?). Y un solo automóvil, a financiar colectivamente. ¿Qué les parece? Ya
hablé con el Flaco y me dio su visto bueno.
Las otras tres se miraron casi
estupefactas, pero al cabo de una media hora esbozaron una sonrisa no exenta de
esperanza.
Seis meses después de ese viernes tan
peculiar, una de las cuatro, la pelirroja Lucía, sucumbió como consecuencia de
un infarto totalmente inesperado. Para las otras tres fue un golpe
sobrecogedor, algo así como si la infancia se les hubiera quebrado para
siempre. También a Edmundo, el viudo de Lucía, le costó sobreponerse.
Sin embargo no había pasado un año desde
aquella desgracia, cuando citó a su hogar de viudo a los otros tres maridos y
les expuso su planteo:
-¿Saben qué estuve pensando? Que así como
yo quedé viudo, eso también les puede ocurrir a ustedes. No es un pronóstico,
entiéndanme bien, es sólo una posibilidad, un juego del azar. Y si eso
ocurriera ¿qué harían? Pensando y pensando llegué a la conclusión de que en ese
triste caso, nosotros, cuatro viudos con cierto margen de supervivencia,
podríamos alquilar (o comprar) una casa bien cómoda, con cuatro dormitorios
independientes, con una mucama, una cocinera y un solo coche de segunda mano
pero en buen estado, que usaríamos y financiaríamos entre los cuatro. ¿Qué les
parece?
Los otros tres quedaron con la boca
abierta. Al fin uno estornudó, otro bostezó y el tercero se pellizcó una oreja.
De pronto, y sin que ninguno lo advirtiera, en las tres miradas de hombres
mayores, algo cansados, nació una expectativa.
Mario
Benedetti

“El gran
quizás” en El
porvenir de mi pasado, Barcelona, Santillana
Ediciones Generales, S.A., 2003