Federico,
poeta en Buenos Aires
|
||||||||||||
![]() |
||||||||||||
Autor: Felipe Pigna
|
||||||||||||
En medio de debates en su país de origen sobre la conveniencia de la
exhumación de su cadáver enterrado por sus asesinos franquistas en una fosa
común, la magnitud de su obra no se somete a polémicas sobre exhumaciones,
porque está entre nosotros, viva. La vitalidad de Federico, su sana rebeldía
estalla en cada verso, en cada diálogo de sus obras que pintan mundiales
aldeas de mujeres sometidas y de las otras, de Bernardas Albas y Marianas
Pinedas. Los temas de Federico, uno de los mejores exponentes de la generación
del 27, eran los de su pueblo andaluz: el amor y la muerte, materia prima de
la su “Romancero Gitano” y de sus obras de teatro que quiso llevar con su
grupo “La Barraca” por todas las plazas de España para que las vea el pueblo.
Le tocó vivir años interesantes, apasionantes. Vivió en aquella residencia
universitaria de Madrid junto a Picasso, Dalí y Buñuel, leyó toda la poesía
que pudo y a la otra, la del pueblo la escuchó en las calles y en los
tablaos, la “conversó” con su gente del “jondo”. Quiso ser intensamente libre
y amar como el quería que era como prohibía la doble moral tradicional que lo
condenaba y lo llamaba Federico García “Loca”. Estuvo en Nueva York en
aquellos meses de 1929 que preanunciaban la crisis y que le hicieron
escribir: “El mascarón, ¡mirad el mascarón! Cómo viene del África a Nueva
York! El mascarón bailará entre columnas de sangre y números, entre huracanes
de oro y gemidos de obreros parados (desocupados) que aullarán, noche oscura,
por tu tiempo sin luces, ¡Oh salvaje Norteamérica! ¡Oh impúdica! Que ya las
cobras silbarán por los últimos pisos, que ya las ortigas estremecerán patios
y terrazas, que ya la Bolsa será una pirámide de musgo, que ya vendrán lianas
después de los fusiles y muy pronto, muy pronto ¡Ay, Wall Street!”. Muy cerca
de la mítica calle de la pared, desde el último piso del hasta entonces
edificio más alto del mundo, Federico lanzó su desgarrador “Grito a Roma”
dirigido al Papa: “Porque ya no hay quien reparta el pan ni el vino, ni quien
cultive hierbas en la boca del muerto, ni quien abra los linos del reposo, ni
quien llore por las heridas de los elefantes. No hay más que un millón de
herreros forjando cadenas para los niños que han de venir. No hay más que un
millón de carpinteros que hacen ataúdes sin cruz. No hay más que un gentío de
lamentos que se abren las ropas en espera de la bala. El hombre que desprecia
la paloma debía hablar, debía gritar desnudo entre las columnas, y ponerse
una inyección para adquirir la lepra y llorar un llanto tan terrible que
disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante. Pero el hombre vestido de
blanco ignora el misterio de la espiga, ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía, ignora que la moneda quema el beso
de prodigio y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.”
Cuatro años más tarde, el 13 de octubre de 1933, Federico llegaba a
Buenos Aires desde Barcelona a bordo del barco “Conte Grande”. Según uno de
sus más destacados biógrafos, Ian Gibson, aquí fue feliz y conoció por
primera vez el éxito y el reconocimiento unánime de la crítica y el público
que llenó durante meses la sala del Teatro Avenida para disfrutar de “La
zapatera prodigiosa”. La había estrenado en 1930 con la notable compañía de
Margarita Xirgu, en el Teatro Español de Madrid, pero diría Lorca: “En
realidad su verdadero estreno es en Buenos Aires y bailada por la gracia
extraordinaria de Lola Membrives con el apoyo de su compañía.” El éxito de la
“Zapatera” se sumó al de “Bodas de sangre que motivó esta carta a sus padres:
"....ya se celebró el estreno de Bodas, que constituyó por la prensa que
os mando por barco un verdadero escandalazo. Yo no he visto en mi vida una
cosa igual de entusiasmo y cariño. El gran teatro Avenida es como diez veces
el teatro Español de Madrid y estaba totalmente ocupado por una
muchedumbre...".
Federico brindó varias conferencias en Buenos Aires, la primera, a poco
de llegar en “Amigos del Arte” sobre “Juego y teoría del duende” en la que le
regaló al público argentino estas palabras: “El dirigir la palabra esta noche
al público no tiene más objeto que dar las gracias bajo al arco de la escena
por el calor y la cordialidad y la simpatía con que me ha recibido este
hermoso país, que abre sus praderas y sus ríos a todas las razas de la
tierra. A los rusos con sus estrellas de nieve, a los gallegos que llegan
sonando con ese cuerno de blando metal que es su idioma, a los franceses en
su ansia de hogar limpio, al italiano de con su acordeón lleno de cintas, al
japonés con su tristeza definitiva. Pero a pesar de esto, cuando subía por
las ondas rojizas y ásperas de cómo la melena de un león que tiene el Río de
la Plata, no soñaba esperar, por no merecer, esta paloma blanca temblorosa de
confianza que la enorme ciudad me ha puesto en las manos; y más que el
aplauso, agradece el poeta la sonrisa de viejo amigo que me ofrece el aire
luminoso de la Avenida de Mayo. En los comienzos de mi vida de autor
dramático yo considero como fuerte espaldarazo esta ayuda atenta de Buenos
Aires que correspondo buscando su perfil más agudo entre sus barcos, sus
bandoneones, sus finos caballos tendidos al viento, la música dormida de su
castellano suave y los hogares lindos del pueblo donde el tango abre en el
crepúsculo sus mejores abanicos de lágrimas.”
Aquí Lorca vibró con el tango y se fascinó con el sonido único del
bandoneón en aquellas interminables noches en la Peña del Tortoni, donde se
reunía los artistas y poetas de la Bohemia porteña como Raúl González Tuñón .
Por aquellos días conoció y escuchó cantar a Gardel, al que le dijo “en la
ciudad del tango tengo la fama de un torero”. También compartió largas
charlas con el cónsul chileno en Buenos Aires: Pablo Neruda y organizó con él
un homenaje al enorme nicaragüense Rubén Darío que se convierte en un libro
con dibujos de Lorca. Federico se enamoraba de aquellos aires buenos, de los
bolichitos donde prefería el vodka ruso, en uno de ellos les leyó a sus
amigos “La casa de Bernarda Alba”, que llevaba el subtítulo de “drama de
mujeres en los pueblos de España” y pensaba estrenar en Madrid. En su
habitación 704 del Hotel Castelar siguió escribiendo “Yerma” que le tenía
prometida a Lola Membrives.
Lorca habló por teléfono a España desde los estudios de Radio Splendid en
aquel emocionado saludo, uno de los pocos registros de su voz, puede
escucharse: "Nadie sabe, ni se imagina, la emoción simple y profunda que
rodea mi corazón como una corona de flores invisibles al saber que en estos
instantes mi voz se está oyendo en América y que, sobre todo, está vibrando
en Buenos Aires enredada en el gran altavoz del bar o disminuida en la
pequeña radio que tienen en su cuarto de estudiante o la muchachita que hace
escalas en su piano. ¡Salud, amigos!"
Federico dejó Buenos Aires el 27 de marzo de 1934 extrañándola: “Y es que
Buenos Aires –decía- tiene algo vivo y personal; algo lleno de dramático
latido, algo inconfundible y original en medio de sus mil razas que atrae al
viajero y lo fascina. (…) Me voy con gran tristeza, tanta, que ya tengo ganas
de volver.” Le escribía a su padre: "Buenos Aires es una ciudad
maravillosa. Es como me gustaría que fuera España: cosmopolita, llena de
amigos, desprejuiciada, tumultuosa, desbordante de vida y de cultura.
Mientras en Madrid silban y patalean cuando no entienden una obra, en Buenos
Aires te agradecen la dificultad, les gusta exigirse. Son un público
maravilloso. De Londres, de París y de Nueva York me fui casi disfrutando de
la partida, pero sufriré mucho al dejar Buenos Aires. Ahora pienso en los
días de nostalgia que voy a pasar en Madrid recordando el barro fresco, olor
de búcaro andaluz, que tienen las orillas del río, y el deslumbramiento de la
tremenda llanura donde se anega la ciudad, en una melancólica música de
hierbas y balidos».
Dos años después la Inquisición española había encontrado en un oscuro
oficial de “colonias”, Francisco Franco, el instrumento para volver a
incendiar la poesía y a condenar la vida, al grito de “Viva la muerte”. EL
“generalísimo” y toda la derecha española se sublevó la noche del 17 de julio
de 1936 contra aquella República a la que Federico apoyaba con toda su alma y
su poesía. Un mes después fue detenido por los falangistas en su querida
Granada. En el expediente levantado por los que vivaban la muerte y mataban
la vida, podían leerse que Federico era “un escritor subversivo y un
homosexual” . Todo esto lo condenó y bastó para que aquella madrugada del 19
de agosto de 1936 fuera fusilado junto a un maestro y dos toreros
anarquistas. Aquel régimen asesino que llegaba para quedarse por 40 años no
soportaba tanto arte, tanto duende, les resultaba completamente inaceptable
el lugar que Federico había elegido para ver la vida, el entender como pocos
que para llegar a la poesía había que llegar a la dignidad, como le había
dicho en un reportaje al periodista argentino Pablo Suero: “Mientras haya
desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos
hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la
barriga llena y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico le
dice: “¡Oh, que barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted, el lirio
que florece en la orilla” Y el pobre reza: “Tengo hambre, no veo nada. Tengo
hambre, mucha hambre”. Natural, el día que el hambre desaparezca, va a
producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció
la Humanidad.”
|
||||||||||||
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
|
lunes, 7 de marzo de 2016
García Lorca
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario