Fiestita
con animación

Las luces estaban apagadas y los
altoparlantes funcionaban a todo volumen.
-¡Todos a saltar en un pie! -gritaba
atronadoramente una de las animadoras, disfrazada de ratón. Y los chicos, como
autómatas enloquecidos, saltaban ferozmente en un pie.
-Ahora, ¡todos en pareja para el concurso
de baile! Cada vez que pare la música, uno abre las piernas y el otro tiene que
pasar por abajo del puente. ¡Hay premios para los ganadores!
Excitados por la potencia del sonido y por
las luces estroboscópicas, los chicos obedecían, sin embargo, las consignas de
las animadoras, moviéndose al ritmo pesado y monótono de la música en un
frenesí colectivo.
-Cómo se divierten, qué piolas que son. ¿Te
acordás qué bobitos éramos nosotros a los siete años? -le preguntó, sonriente,
el padre de la cumpleañera a la mamá de uno de los invitados, gritándole al
oído para hacerse escuchar.
-Y qué querés... Nosotros no teníamos
televisión: tienen otro nivel de información -le contestó la señora, sin muchas
esperanzas de que su comentario fuera oído.
No habían visto que Silvita, la
homenajeada, se las había arreglado para atravesar la loca confusión y estaba
hablando con otra de las animadoras, disfrazada de conejo. Se encendieron las
luces.
-Silvita quiere mostrarnos a todos un truco
de magia -dijo Conejito-, ¡Va a hacer desaparecer a una persona!
-¿A quién querés hacer desaparecer?
-preguntó Ratón.
-A mi hermanita -dijo Silvia, decidida,
hablando por el micrófono.
Carolina, una chiquita de cinco años,
preciosa con su vestidito rosa, pasó al frente sin timidez.
Era evidente que habían practicado el truco
antes de la fiesta, porque dejó que su hermana la metiera debajo de la mesa y
estirara el borde del mantel hasta hacerlo llegar al suelo, volcando un vaso de
Coca Cola y amenazando con hacer caer todo lo demás. Conejito pidió un trapo y
la mucama vino corriendo a limpiar el estropicio.
-¡Abracadabra la puerta se abra y ya está!
-dijo Silvita.
Y cuando levantaron el mantel, Carolina ya
no estaba debajo de la mesa. A los chicos el truco no los impresionó: estaban
cansados y querían que se apagaran las velitas para comerse los adornos de
azúcar de la torta. Pero los grandes quedaron sinceramente asombrados. Los
padres de Silvia la miraban con orgullo.
-Ahora hacela aparecer otra vez -dijo
Ratón.
-No sé cómo se hace -dijo Silvita-. El
truco lo aprendí en la tele y en la parte de aparecer papi me cambió de canal
porque quería ver el partido.
Todos se rieron y Ratón se metió debajo de
la mesa para sacar a Carolina. Pero Carolina no estaba. La buscaron en la
cocina y en el baño de arriba, debajo de los sillones, detrás de la biblioteca.
La buscaron metódicamente, revisando todo el piso de arriba, palmo a palmo, sin
encontrarla.
-¿Dónde está Carolina, Silvita? -preguntó
la madre, un poco preocupada.
-¡Desapareció! -dijo Silvia-. Y ahora
quiero apagar las velitas. El muñequito de chocolate me lo como yo.
El departamento era un dúplex. El papá de
las nenas había estado parado cerca de la escalera durante todo el truco y
nadie podría haber bajado por allí sin que él lo viera. Sin embargo, siguieron
la búsqueda en el piso de abajo. Pero Carolina no estaba.
A las diez de la noche, cuando hacía ya
mucho tiempo que se había ido el último invitado y todos los rincones de la
casa habían sido revisados varias veces, dieron parte a la policía y empezaron
a llamar a las comisarías y a los hospitales.
-Qué tonta fui esa noche -les decía, muchos
años después, la señora Silvia, a un grupo de amigas que habían venido para
acompañarla en el velorio de su marido-. ¡Con lo bien que me vendría tener una
hermana en este trance! -y se echó a llorar otra vez.
Ana María Shua
Que tengas una vida interesante (2009), Emecé Editores, 2010